Nacido en Alaska, medio estadounidense y medio argentino, cosmopolita por familia y por profesión, y «desgenerado» -como él se define- por ausencia de etiquetas para sus composiciones, el músico Kevin Johansen crea, entre otras cosas, para fomentar la empatía en este mundo «oscuro y pesimista».
En una entrevista con Efe en Montevideo con motivo de lo que considera «puntapié» inicial para su disco «Algo Ritmos», publicado este año y que lleva algunos meses mostrando en conciertos en Estados Unidos, Francia, Alemania y España, Johansen (Fairbanks, 1964) agradece tener «lo mejor de dos mundos».
«Escribí canciones gracias a eso. Por eso escribí ‘Vecino’, por ejemplo, para que uno logre verse reflejado en el otro. La música es empatía y a eso me dedico», explica el cantautor mientras explica sonriendo lo que suponía para él, a su llegada a Buenos Aires tras vivir en Estados Unidos, que los demás niños le preguntaran por Disneylandia o le dijeran: «Yankee, go home».
«Y aquí (en Montevideo, donde vivió en su pubertad), no tuve mejor idea, cuando jugaba con los botijas (chicos) al fútbol en Malvín, porque me daba vergüenza decir que había nacido en Alaska, dije que era de Buenos Aires. Siempre fui ‘el porteño'», continúa relatando.
Johansen enarbola la bandera de las nuevas generaciones que, en su opinión, están dando «un cachetazo» a la sociedad para sacarla del «lado más fóbico, más cómodo» que mantiene a los ciudadanos aislados unos de otros.
Fruto de ese «signo de los tiempos», marcados por un contexto «oscuro, pesimista», es su último trabajo, «Algo Ritmos», en el que colabora con músicos como los uruguayos Jorge y Daniel Drexler, la brasileña María Gadú o la española Leonor Watling, y en el que de nuevo vuelve a jugar con las palabras, la ironía y los géneros.
«Tiene que ver con la esencia de uno, me gusta ser desgenerado respecto a los géneros y disfrutar de seguir este aprendizaje eterno, que es hacer una buena canción, siendo fiel al espíritu de ‘Mis Américas’ (su disco anterior)», comenta.
En esa búsqueda habitual por no etiquetarse, Johansen -que ya se atrevió en discos anteriores con bachata o cumbia- graba en su último trabajo un tema, «La gente más linda», un ‘trap’ que engancha con la música que escuchan sus hijos.
En ese tema «digo ‘antes los tangueros se quejaban de los rockeros y ahora los rockeros se quejan de los traperos’. Eso pasa y es también cíclico», declara Johansen en alusión a los saltos generacionales y a las críticas recibidas por estilos musicales en el pasado como hoy ocurre con ciertos ritmos urbanos.
Para este «arqueólogo de las palabras», como le gusta llamarse, el humor y la fina ironía siguen formando parte de su función como músico, ya que siempre trata de «conjugar sonoridad con sentido».
«Es parte de mi esencia. Los músicos somos muy chistosos, somos muy de jugar con palabras y contarnos cuentos todo el tiempo (…) Está mal visto el humor o la ironía en la canción como si no fuera serio. Al contrario, creo que uno puede afrontar una idea seria y algo que quiere describir sobre la sociedad desde la ironía y vale también», argumenta.
Cuando se le pregunta si se considera un músico de culto, dice que sí, porque hoy «se puede ser de culto masivo, de culto global, como un Jim Jarmusch que tiene 1.000 fans en Río de Janeiro, 2.000 en Tokio y 3.000 en Berlín» y bromea: «Antes era oculto, ahora subí un escalón».
«Uno estaba por las ranuras alternativas de las alcantarillas de la música y de pronto los que éramos alternativos demostramos que también podíamos ser populares y hasta comerciales», comenta sobre el éxito que supuso «The Nada», con canciones inseparables ya de su repertorio habitual como «Guacamole» o «En mi cabeza».
Para él, subirse a un escenario «es tener alma de anfitrión», ya que salir con su banda frente al público es como «una fiesta que uno hace en su casa». «Uno hace esto para conectar. Intento disfrutar porque eso se propaga y se proyecta la energía para ese lado», explica.
Educado con la música que escuchaba su madre en casa, que iba desde la ‘chanson’ francesa con George Brassens o Mireille Mathieu a la «revolucionaria» de Uruguay, Chile o Argentina, pasando por Joan Baez, Cat Stevens o The Beatles, se confiesa admirador de Caetano Veloso, Joaquín Sabina, Bob Dylan, Patti Smith, Joni Mitchell o David Byrne, gente con quien le «encantaría pasar un rato».
Y ahora, a sus 55 años, disfruta «con orgullo de padre» de la incipiente carrera musical de su primogénita, Miranda, que grabó un disco, «Fata Morgana» con poemas de su abuela, y admira el «desparpajo» de esa siguiente generación, que tiene «muchas ganas de romper todo y patear el tablero en la escena musical».
Concepción M. Moreno (EFE)