A 150 metros del destrozado reactor número 4 de Chernóbil, unos guantes blancos y una mascarilla fueron la única protección que Oleksandr Zahorodnyuk, un ucraniano de 63 años que respira el «aire limpio» de Argentina desde hace 20, recibió en 1986, cuando la catástrofe de la central nuclear le cambió la vida.
«Que la gente iba a morir nadie lo sabía entonces», comenta a Efe Oleksandr, quien en aquel tiempo trabajaba como conductor de camiones en la zona y estuvo expuesto a altísima radiación durante 28 días, mientras transportaba escombros, piedras y tierra para la futura malla de contención del edificio en ruinas.
El ucraniano fue uno de los miles de «liquidadores», denominación que se dio a quienes procedentes de diversas regiones de la entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), trabajaron en el área contaminada por el estallido del reactor nuclear, ocurrida el 26 de abril de 1986, para reducir las consecuencias de la radiación.
De aquella experiencia recuerda claramente la ciudad vacía, gente con mascarillas de protección y la huella de fuego que dejó la explosión en un bosque que él debía atravesar en cada viaje hacia la planta.
«Se me erizaba el pelo cada vez que pasaba», recuerda.
Zahorodnyuk llegó a Chernóbil el 1 de septiembre, cuatro meses después del accidente.
Él fue parte de una treintena de personas reclutadas en una planta nuclear en construcción al sur de Ucrania, donde trabajaban.
«Enviaban entre 20 y 30 personas durante unos quince días, era obligatorio ir, si te negabas te mandaban seis meses como personal del ejército», evoca.
Quienes trabajaron en el área recibieron una credencial de «liquidadores», junto con una categoría (1,2,3) que determina el nivel de cercanía respecto al reactor. Oleksandr posee la segunda en escala, y la muestra orgulloso.
Las autoridades habían dividido el área en tres zonas, la primera 10 kilómetros a la redonda del reactor, considerada muy radioactiva.
«En esa zona a mí y a mucha gente nos picaba la garganta al respirar», explica. «Otra zona de 20 kilómetros considerada ‘más o menos radioactiva’ y una a los 30 kilómetros, el aire era limpio ahí. ¿Cómo puede ser? Mentira», señala.
Oleksandr recuerda que al finalizar cada jornada les retiraban el medidor de radiación que llevaban en su ropa. «‘¿Cuánto tenemos?’ y nos decían: ‘No, nada, nada'», nunca nadie nos dijo cuánto teníamos».
En el 2000, el Comité Científico sobre los Efectos de la Radiación Nuclear de la ONU elaboró un informe sobre Chernóbil en el que dio cuenta de 30 muertos por la tragedia. Cinco años más tarde, un informe de la Organización Mundial de la Energía Atómica y de la Organización Mundial de la Salud afirmó que entre los grupos de población más expuestos, 4.000 son las personas que podrían fallecer en el largo plazo.
Oleksandr asevera que no sufre consecuencias físicas de su exposición a la radiación, pero manifiesta que después de su paso por Chernóbil tuvo alta presión, problemas en los riñones y un terrible y constante dolor de cabeza. «Nada que tomara me ayudaba», afirma.
Así vivió durante años, hasta que en 1998 decidió por su salud alejarse de Ucrania.
«De los compañeros que fueron conmigo y se quedaron allá (en Ucrania) ocho ya han muerto», afirma.
Tras la disolución de la URSS, Argentina firmó un convenio de acogida a ciudadanos de Europa el Este y Central. Oleksandr realizó los trámites correspondientes y viajó al país suramericano: «y estoy probando ya hace 21 años, me gusta acá», comenta.
«Un amigo que vivía acá sabía de mi problema y me dijo ‘vení para probar'», rememora.
Desde entonces, su presión se normalizó, ya no le duele la cabeza y los riñones no le molestan, «es gracias al aire limpio y el alimento», dice.
Sin embargo, no todo fue fácil. Al llegar no hablaba castellano y el empleo en Argentina escaseaba, por lo que cuenta que estuvo sin trabajo mucho tiempo. «Luego encontré uno de carpintero, más tarde en la construcción y finalmente como mecánico», expresa.
En 1999, Oleksandr, que tiene dos hijos de su primer matrimonio y un nieto en Polonia, conoció a su actual pareja, una artesana peruana con quien en 2002 tuvo a otra hija.
Zahorodnyuk, que hoy trabaja como mecánico y conductor de vehículos, no vio la exitosa serie «Chernóbil» porque desvela que su sueldo no le llega «como para tener Internet».
En su casa de Merlo -una localidad al oeste de Buenos Aires-, donde vive con su pareja e hija, cultiva sus propias frutas y verduras, además de criar gallinas y patos.
Nunca volvió a Ucrania. «No porque no quisiera, aunque no viviría ahí, sino por cuestiones económicas», indica, y asegura: «Me gusta Argentina, tengo mi casita y estoy tranquilo porque sé hacer de todo».
Julieta Barrera (EFE)