Por Elio García /
Es una tórrida mañana de enero y estoy en Conchillas el lugar más cercano donde se encuentra la mayor inversión extranjera en la historia del Uruguay, que es Montes del Plata.
Llego al pueblo con mente abierta, sin prejuicios provincianos y curiosidad para hablar con la gente, sin interés alguno en visitar la fábrica. Quiero escribir sobre esa mañana de verano, en ese lugar y con los habitantes que van quedando.
En las calles hay algo de movimiento. La gente pasa y saluda. Estoy en la plaza y unos parroquianos soportan el calor a la sombra de unos árboles. El plazero parece querer hacer algo con unos instrumentos de limpieza.
Les pregunto a estos vecinos sobre la planta de Montes del Plata y me señalan el lugar donde se encuentra. Se ríen. Me dicen que el lugar no cambió cómo se pensaba. Son unas cinco personas adultas, todos jubilados, menos uno que se encuentra desocupado. Luego aparece otro y me comenta que «la planta le da trabajo a los de Carmelo y Colonia, pero a nosotros los de Conchillas no nos tiene muy en cuenta». La conversación se vuelve polémica, hay voces que señalan lo contrario y argumentan que MDP trajo «algo» de progreso. Después la charla deriva en temas de fútbol, me despido y me preguntan de qué medio soy.
Camino y veo prácticamente todas las oficinas cerradas, la Junta Departamental y oficinas de la Intendencia tienen un cartel que dice «abierto desde las 10 y 30». El juzgado de Conchillas cerrado y lo mismo con la oficina del Banco República.
Mientras estoy en el lugar alguien se acerca y me comenta que están molestos con la atención del banco, que ha cortado los días de atención, dejando sin servicios en días claves. También hace referencia a las oficinas donde se pagan facturas, la más cercana de Conchillas está a tres kilómetros.
Solo la Comisaría está abierta y allí nos recibe, en la puerta de entrada, muy amablemente un efectivo policial, nos cuenta que allí todo marcha correctamente y me asombra el número de policías: doce.
Una breve recorrida por el lugar deja la sensación de muchos locales vacíos e incluso casas sin habitantes, algunas tienen carteles de alquiler y otras de venta tapados por los yuyos.
No hay mucho para recorrer pero me detengo a fotografiar algunos autos antiguos. Pasan unos señores saludando. Una máquina excavadora va lentamente por la avenida principal con dos chicos en la pala, conversan amigablemente y se pierden repentinamente antes de intentar fotografiarlos.
Se acerca el mediodía, me siento observado desde el interior de las casas, pero solo es una sensación. La gente es muy amable. El tiempo está detenido allí. Parece mentira que a pocos kilómetros se encuentra una de las empresas más importantes del mundo en su rubro.
Miro unas viejas letras corpóreas de lo que fue una estación de servicio de la Texaco, un gigante mundial también, pero allí en Conchillas parece que su historia terminó. Al cartel le falta las letras e y o. En uno de los laterales del edificio se nota que funcionó un comité político del Dr. Carlos Moreira. Ahora esta vacío.
Me siento frente a un almacén y el silencio es tan grande que escucho claramente lo que pide un cliente al entrar.
-¿Tenés una lata de sardinas?. Sí, le responde el almacenero.
Voy a la plaza y le tomo una fotografía a una chica sin nombre. En Conchillas son muy pocos habitantes. Al mediodía publico la foto en mi facebook personal y alguien de Carmelo la reconoce de inmediato. Al rato ella me escribe, se llama Mariana.
Me voy y prometo volver. Todavía me queda visitar cientos de lugares y conversar con mucho más gente. Allí hay tiempo y se respira otro aire.
No hay apuros en el pueblo que un día presidentes y gerentes, obreros y empresarios comenzaron a nombrarlo: Conchillas.