El cielo ha recuperado el color azul en la región china de Wuhan, donde se detectó por primera vez el coronavirus en diciembre; en Venecia, los canales se han vuelto tan transparentes que en el fondo pueden verse bancos de peces; mientras que en San Francisco el tráfico casi ha desaparecido.
Desde el cielo, el satélite Sentinel-5 de la Agencia Espacial Europea ha detectado una sorprendente reducción del dióxido de carbono en el aire de China e Italia, donde se ha limitado al máximo el movimiento de la población con la esperanza de frenar la expansión del virus.
Aunque estos dos países sean los casos más drásticos, el fenómeno se repite en todo el mundo: En Lima, donde la cuarentena general y obligatoria comenzó el lunes 16, se respira el aire más limpio de los últimos tres años, después de que los niveles de contaminación hayan bajado repentinamente en más del 50 % respecto a los que se registraban en las mismas fechas en 2018.
Y en Sao Paulo, la ciudad más poblada de Brasil, se prevé un desplome similar de las emisiones de dióxido de carbono, debido al parón decretado de algunas fábricas y a la reducción de la movilidad, ya visible en toda la urbe.
Sin embargo, los expertos advierten de que el descenso en los niveles de contaminación será temporal y, a largo plazo, el impacto medioambiental dependerá de cómo cada país actúa para recuperar su actividad económica.
SIN APENAS REPERCUSIONES A LARGO PLAZO
Emanuele Massetti, profesor en el Instituto de Tecnología de Georgia en EE.UU., ha estado estudiando los efectos que están teniendo las restricciones del Ejecutivo italiano sobre 60 millones de personas, que desde el 10 de marzo no pueden salir de sus casas.
“Ha habido un descenso en la contaminación en Italia. Eso se produce porque, en cuanto la gente deja de conducir, las emisiones bajan. La polución del aire tiene una vida muy corta. Cuando pasan unas semanas, es absorbida por los ecosistemas y el aire se limpia”, explica a Efe.
Sin embargo, Massetti avisa de que la creciente pureza del aire no significa que se haya puesto un freno al calentamiento global, ya que en la atmósfera hay acumuladas grandes cantidades de dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero desde la Revolución Industrial de mediados del siglo XVIII.
Por tanto, que la gente deje de conducir durante dos o cuatro semanas no tendrá grandes consecuencias a largo plazo porque se trata solo de una pequeña fracción de todos los gases de ese tipo que ya están en la atmósfera y causan el calentamiento global.
Massetti, que vive en EE.UU. pero creció en Roma, subraya que “los efectos de la crisis del coronavirus en el cambio climático solo podrían hacerse patentes si la economía mundial colapsara durante años”, algo que precisamente están intentando evitar los organismos financieros y Gobiernos de todo el mundo.
¿CAMBIARÁ EL CORONAVIRUS NUESTROS HÁBITOS DE CONSUMO?
Por su parte, los más optimistas creen que sí podrían darse cambios a nivel individual, como el experto de la Universidad de California Christopher Jones, para quien la gran pregunta es si la pandemia provocará cambios permanentes en los hábitos de consumo de la población mundial.
“Cada dólar que la gente gasta contribuye a un aumento de los gases de efecto invernadero. Quizá la gente descubra que le gusta hacer reuniones por internet, que eso puede ser eficiente, y dejen de gastar en hoteles, salas de conferencias y aviones”, argumenta Jones.
Este científico dirige un centro de investigación en Berkeley (California) que se dedica a calcular la “huella de carbono” de cada hogar en EE.UU., es decir, la totalidad de gases de efecto invernadero que se emiten como resultado de gastos en transporte, energía, comida, bienes o servicios.
Todavía no tiene información sobre el parón económico actual, pero está observando muy atentamente los datos que llegan sobre desperdicios de comida porque son uno de los factores que más contribuyen al cambio climático.
En concreto, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) estima que el 30% de los alimentos a nivel mundial se desperdicia, lo que contribuye a un incremento del 8% sobre el total de las emisiones de efecto invernadero.
“Quizás esta crisis enseñe a la gente a desperdiciar menos la comida, o puede que tenga el efecto contrario, ya que muchos están comprando más de lo que necesitan”, reflexiona Jones, que para contribuir a ese cambio ha plantado en el jardín de su casa zanahorias, espinacas y cebollas.
«POLUCIÓN VENGATIVA» PARA RECUPERAR EL TIEMPO PERDIDO
Sin embargo, más allá de los esfuerzos a nivel individual, las repercusiones positivas para el medio ambiente derivadas de la pandemia podrían no solo desaparecer por completo, sino volverse negativas, dependiendo de la reacción de cada país para afrontar la consiguiente crisis económica.
“En China, se está preparando un paquete de estímulo y el debate ahora mismo se centra en la dirección que este debe seguir”, explica a Efe el portavoz de Greenpeace en China Li Shuo.
Si los estímulos para reactivar la economía se centran en energías limpias y sectores respetuosos con el medio ambiente, como las telecomunicaciones o la tecnología, el coronavirus podría, accidentalmente, haber contribuido su grano de arena en el cambio de modelo productivo del gigante asiático.
Lo más probable, no obstante, es que los peores presagios de Li se confirmen y China apueste por lo que él ha bautizado como “polución vengativa”, es decir, inversiones en carbón, petróleo y las mismas industrias pesadas que en las pasadas décadas la convirtieron en la fábrica del mundo.
A nivel global, el petróleo es ahora el combustible más atractivo debido a que su precio ha descendido a niveles que no se veían desde 1991, en plena Guerra del Golfo.
Al respecto, la Agencia Internacional de la Energía (AIE) ha advertido de que los bajos precios de petróleo podrían debilitar las inversiones que Gobiernos de todo el mundo han hecho para potenciar la compra de vehículos eléctricos o promover energías limpias, como la solar o la eólica. Marc Arcas y Beatriz Pascual. (EFE)