Por Santiago Carbone
Es 28 de marzo y en Montevideo hay un calor agradable. El otoño uruguayo tiene tintes de verano y el sol refleja sobre el Aeropuerto Internacional de Carrasco. Dentro de este, 288 personas, en su mayoría españoles, se preparan para volver a casa.
En la principal terminal aérea del país suramericano, ubicada a las afueras de la capital, la primera de las tres plantas, la de llegadas, está casi desierta y la mayoría de los locales comerciales están cerrados; sin embargo, en la segunda, la de salidas, la cola de gente es tan larga que por momentos parece no tener final.
Con celulares en mano, haciendo videollamadas, tomando agua, comiendo sandwiches y hablando con los demás, la gente espera pacientemente su turno para embarcar en un vuelo de Iberia con destino Madrid.
La gran mayoría tiene tapabocas, algunos cargan poco equipaje y otros requieren de un carro para transportar las dos o tres maletas que los acompañarán en el camino hacia sus domicilios.
VACACIONES, TRABAJO, ESTUDIO Y UN CASAMIENTO
Uno de estos es José María, un madrileño que estaba trabajando en Montevideo y que pensaba quedarse un tiempo más en Uruguay, pero que por la falta de vuelos apuró su regreso a la capital española.
Allí lo espera su familia, que ya le comentó la difícil situación que atraviesa su país por el coronavirus COVID-19.
Por otro lado, cuatro mujeres que se estaban hospedando en la casa de una amiga y que tenían pasaje marcado para el 17 de marzo también aprovechan esta ocasión para sellar su retorno.
En una situación similar se encontraba Daiana, una joven de Cantabria que llevaba dos meses de paseo en Uruguay y que volverá para encontrarse con sus padres en esa región del norte español.
Otro que pronto volverá a ver a su familia es Andrea, un italiano que estaba haciendo un intercambio estudiantil y que agrega otro idioma a un avión que también llevará suizos, ingleses y franceses, entre otras nacionalidades.
Seguramente, muchos de estos cumplieron con lo que planificaron antes de viajar a Sudamérica, pero si una no lo hizo fue Rossana, una ibicenca que voló para asistir al casamiento de su prima, que se suspendió un día antes de llevarse a cabo.
«Tengo que volver cuando se levante todo esto», cuenta la mujer, quien deja claro que nada le impedirá asistir a una boda que aún no tiene nueva fecha marcada.
DEL FRÍO A LA CUARENTENA
Recién llegado de la Antártida y tras un viaje en el buque de investigación oceanográfica Hespérides, el jefe de la base Juan Carlos I, Jordi Felipe Álvarez, es otro de los que retorna a España.
En el continente frío, donde algunos estaban desde diciembre, asegura que vivieron «muy tranquilos», aunque veían la situación «con preocupación» por sus familias.
Ahora con el retorno, Felipe señala que van a pasar de estar todos juntos a no poder tener ni contacto y mantener distancia con los demás.
Por su parte, Miriam Marco, otra de las españolas que estaba en la Antártida, apunta que hasta ahora el coronavirus solo lo vivieron «por internet» y ahora les tocará afrontar la cuarentena.
UN TRABAJO DIFÍCIL
Mientras la fila en el aeropuerto se mantiene y el avión espera tranquilo, uno de los que llega a la terminal es el embajador de España en Uruguay, José Javier Gómez-Llera.
Durante un diálogo con Efe, el diplomático puntualiza que la operación llevada a cabo junto con la Cancillería uruguaya fue «muy complicada».
«Hemos hecho toda una labor de comunicación para que se identificasen todos aquellos que querían regresar. Han sido dos semanas de mucho trabajo, pero finalmente aquí tenemos», dice mientras observa a la gente con la satisfacción del deber cumplido.
(EFE)