Por Rodrigo García
Hace dos décadas que Natalia vive en Madrid, pero el caos aéreo por el coronavirus ha alargado más de la cuenta sus vacaciones en su Argentina natal. Lejos de perder el tiempo, esta bailaora de 45 años pasa sus días haciendo más fácil la vida de Susana, de 70. Nunca se han visto, pero ya las une una particular amistad.
Con su mascarilla en la boca y a paso firme, Natalia Meiriño, acostumbrada a recorrer el mundo con sus espectáculos de flamenco, hace días que ha cambiado los tacones y el tablao por unas cómodas zapatillas y otro escenario: los pocos metros que distan la casa de su madre, donde está quedándose en Buenos Aires, de la de Susana, también artista, en su caso plástica, y bailarina, pero de tango.
«Hablamos todos los días un poquito para ver si está bien, si necesita algo… y quedamos que cuando yo hacía la compra de ella, hacía también la de mi mamá (también una señora mayor), para combinar que no esté yo saliendo tanto», afirma a Efe la también profesora de flamenco.
Ella es una de las casi 30.000 personas que se han inscrito en el programa de voluntariado «Mayores cuidados», con el que el Gobierno de la capital argentina busca que los adultos mayores de 60 años, grupo de riesgo del COVID-19, tengan cubiertas sus necesidades sin salir de casa en el tiempo que rija la cuarentena social impuesta en el país para evitar la propagación del virus.
HACER LA COMPRA, PASEAR AL PERRO O SIMPLEMENTE… ESCUCHAR
Desde que puso en marcha esta iniciativa, más de 3.000 adultos mayores han solicitado la asistencia de una de esas personas que de forma desinteresada ofrecen su tiempo para hacer las compras en el súper, pasear mascotas o hablar un rato por teléfono.
En la mayoría de ocasiones, sin verse las caras entre ellos para extremar al máximo las precauciones, ya que, si el mayor vive en un apartamento, es el encargado del edificio quien, por ejemplo, puede ejercer de intermediario para recibir el pedido y dejarlo en la puerta del piso.
«Por edad no podía exponerme y salir. Entonces, previendo que esto iba a ser bastante largo me decidí. A los dos o tres días me contactaron con Natalia», cuenta por teléfono Susana, quien a pesar de no haber podido ver ni abrazar a su ángel de la guarda, reconoce que ha tenido con ella una empatía como si la conociera de hace más tiempo.
El proceso más habitual es el siguiente: el adulto mayor llama o escribe a su voluntario para comunicarle con precisión qué necesita, y este último, vecino del mismo barrio -según la selección previamente hecha por los técnicos del programa- acude con la lista a comprar a los establecimientos más cercanos.
EL «REGALO» QUE DEJA EL CORONAVIRUS
El coronavirus también deja algo bueno: la experiencia personal y la solidaridad.
Romina Zambelli es voluntaria por partida triple. Además de cuidar de su madre, no solo se mantiene pendiente de lo que pueda necesitar Norma, una vecina de calle inscrita en el programa, sino también de Carlos, el abuelo de una amiga suya que le pidió ayuda para los días de cuarentena.
«No tenía a nadie que pudiera asistirlo. Está recién operado y es adulto y no puede salir a comprar los víveres necesarios del día a día, y su esposa está igual», explica esta abogada de 38 años.
Su amiga, que vive en Uruguay por cuestiones de trabajo, escribió sobre la situación de su abuelo en un grupo de Whatsapp que comparten con otras personas con las que acuden a un taller filosófico, y Romina no dudó en ofrecerse.
«Él me mandó un audio y me dijo que (le ayude) los días que yo pueda, sin apuro. Y lo que hizo fue mandarme un listado superdetallado, nunca había visto una lista tan prolija detallando las marcas, ya que por su problema específico tiene que comer todo envasado y de primeras marcas», especifica.
Y así transcurren sus días. Con su auto, acude a casa de Carlos -que vive en el mismo barrio pero a varias calles de distancia-, le deja las bolsas al portero para que se las suba y le manda después una foto con los ticket para que él le transfiera a su cuenta lo gastado.
«Ver a los adultos mayores tan vulnerables y con tanto miedo me tocó de bastante de cerca, y son situaciones que me las voy a guardar para mí a nivel personal», recalca la abogada.
UNA CONTRASEÑA PARA EVITAR PELIGROS
Al apuntarse, cada adulto mayor recibe una contraseña, la misma que recibirá el voluntario adjudicado, que este deberá decir cada vez que se pongan en contacto, lo que hace evitar posibles peligros.
«Está muy bien y muy seguro», agrega Natalia, quien se instaló en Madrid hace 20 años tras recibir una beca para el conservatorio y viajó el mes pasado a Argentina para visitar a su madre.
«Tuve que hacer cuarentena por venir de un país en situación de riesgo. Pero estando aquí, como al tercer día más o menos, me mandaron un mail diciendo que se cancelaba el vuelo de regreso», explica la artista, quien decidió aprovechar su inesperada larga estancia en Buenos Aires para disfrutar de su madre, y, al tiempo que hace los recados para ella, hacerlos para alguien más.
Y Susana está encantada, no solo por lo bien que han congeniado, sino porque ella también vivió hace un tiempo en España y baila tango.
Es por eso que la artista plástica ya imagina cómo será el día en que pueda conocer en persona a la bailaora, una vez que la locura del coronavirus haya acabado: «No sé si festejaremos en una milonga o en un tablao flamenco, pero algo de eso vamos a hacer», remata.
(EFE)