El escritor y pensador sirio Yassin el Hajj Saleh (Raqa, 1961) conoce bien el significado de palabras ahora tan de moda como confinamiento, crisis y tragedia: perseguido por el régimen, pasó 16 años de prisión, se vio abocado a la clandestinidad, perdió amigos, compañeros y familiares, incluida su mujer, y ahora sufre el exilio.
Consciente de lo que significa vivir vigilado y con los derechos recortados, Hajj Saleh teme que el distanciamento social al que ha obligado la pandemia se consolide como el modelo de las relaciones futuras, pues mermaría la capacidad compensatoria de conceptos como ciudadanía y democracia y facilitaría el ejercicio del poder a quienes estén mejor posicionados cuando el miedo se expanda.
PREGUNTA: La crisis sanitaria ha detenido el mundo, incluso algunas protestas populares como en el Líbano, Chile o Argelia. ¿Por qué no ha logrado parar las guerras, como las de Yemen, Libia o Siria? RESPUESTA: Porque las potencias y autoridades que gobiernan dichos países son más peligrosas para nosotros que el coronavirus. Bachar al Asad considera que él y su régimen son más importantes que Siria, su población, sus ciudades, su historia, su cultura, sus creencias… Y asesinar a medio o un millón de sirios y expulsar a más de seis millones fuera del país no tiene la misma importancia que la potencial desaparición de su dinastía.
Si pudiera, desarrollaría un arma coronavírica para utilizarla contra los sirios que se han rebelado contra él del mismo modo que hizo con las armas químicas, los barriles explosivos, la tortura y la hambruna. Su protector, (Vladímir) Putin ha llegado, en un alarde de falta de sensibilidad, a jactarse hace unos días de que las armas rusas han demostrado su eficacia en Siria y de que Rusia tiene varios pactos para vender armas por valor de 15.000 millones de dólares (…).
El papel de Emiratos Árabes Unidos en Yemen es equivalente al que desempeña Rusia en Siria y ni la salud de los yemeníes ni alcanzar soluciones lo más justas posibles en su país se encuentran entre las prioridades del gobierno más retrógrado en Oriente Medio.
Esto se aplica también al apoyo que prestan al general Haftar en Libia. En lo que respecta al dramático conflicto entre el derecho de las personas a protestar en Líbano, Argelia y Chile y su derecho a la salud, los manifestantes pusieron por delante su derecho a la salud, la de ellos y la de otros. Esa no es la lógica que siguen Putin, su subordinado Al Asad, ni tampoco Mohamed bin Zayed.
P: ¿Cuáles serán los efectos sociales y económicos más importantes de la crisis del coronavirus?
R: Depende de los países. No parece que los sirios que han emigrado al noroeste del país vean que su situación haya mejorado o empeorado. Tampoco parece que sea diferente en lo que respecta al conjunto de los refugiados en Europa, aunque sí parece que la violencia intrafamiliar va en aumento en los contextos de refugio en Alemania, según los datos de los que disponemos.
En Líbano, la crisis del coronavirus ha reducido la presión sobre un gobierno oligárquico y corrupto que se ha mantenido en pie en detrimento de los ahorros de los libaneses. En Egipto, los dueños de proyectos industriales están inquietos ante la paralización de sus fábricas y sus beneficios y quieren que se levante la cuarentena. La salud de los trabajadores no constituye para ellos una prioridad.
A grandes rasgos, los sectores más débiles –los pobres, las mujeres y los migrantes– pagan el precio más alto cuando la situación es mala (…). Sin embargo, en esta crisis llama la atención que el sufrimiento de los países ricos y fuertes es mayor que el de los países más débiles y pobres, como también llama la atención la facilidad con que la gente ha sucumbido al pánico en Europa en comparación con otros lugares (…).
La Covid 19 no es la causa de la crisis, sino el elemento que la ha puesto de manifiesto. El mundo se ha mostrado, especialmente en los países ricos y poderosos, incapaz de lidiar con una crisis sanitaria que no es lo más peligroso a lo que se enfrenta el mundo. Los problemas relacionados con el clima y el racismo son mucho más peligrosos y ambos nacen de la estructura económico-política mundial de los países más ricos y fuertes, que se revelan hoy como los más conservadores y reacios al cambio, aunque ello conlleve más riesgos para la Humanidad y la vida.
P: ¿Cree que supone el final del sistema neoliberal como lo conocemos? ¿el capitalismo se reformará para sobrevivir?
R: No puedo predecir lo que sucederá, y no logro ver elementos que inviten al optimismo. Mi confianza va dirigida, y ello me da cierta esperanza, no a cómo los Estados están abordado la crisis, sino a que los cambios se darán en las ideas, la organización, la acción y la imaginación, derivados de la interacción de miles de millones de personas con esta crisis.
El mundo se encuentra en una crisis de pérdida de rumbo y ausencia de alternativas, como una cárcel en un presente perpetuo que en Siria hemos conocido bien durante medio siglo de gobierno Al Asad. La cárcel genera carceleros del estilo de Trump, Putin, Johnson, Xi Jinping, Al Sisi, Mohamed bin Salmán y Mohamad Bin Zayed…
En un mundo sano, el lugar en que deberían estar esos señores sería siendo juzgados en una jaula de hierro y no liderando países en los que viven miles de millones de personas. La aparición de movimientos e ideas nuevos provocará un punto de inflexión político y ético que necesitamos para salvarnos. Junto con muchos observadores y población local, creo que, si más de la mitad del mundo ha podido obligarse a tomarse unas vacaciones durante dos o tres meses, nada debe impedir el cambio en los sistemas organizativos, laborales, económicos y epistemológicos. La crisis ha demostrado que la condición de falta de alternativas no es inevitable, sino que se trata de una preferencia de los siervos de los dogmas de crecimiento económico, ya sea en el modelo chino o el capitalista occidental.
P: Ni la ONU, la OMS y la Unión Europea han sido capaces de dar una respuesta conjunta. ¿Comparte la opinión de que estamos ante el declive del sistema multilateral?
R: Más bien temo que nos encaminamos hacia un mundo que es menos mundo… o hacia el aislacionismo y una mayor fragmentación. Lo que hoy estamos presenciando es la aparición de las entidades políticas cerradas, unidades políticas con muros de protección que se abren y cierran, o lo que Wendy Brown denominó “estados amurallados”.
El muro de Trump con México, y previa y simultáneamente el muro del apartheid israelí, constituirían los símbolos más destacados de un mundo con múltiples muros. Ese es un ejemplo de pluralidad sin mundo y de soberanía basada en la excepción, y que quizá crea las excepciones que lo revisten de legitimidad, algo que en Siria conocemos bien.
Esta trayectoria no es inevitable, pero la forma en que se está lidiando con el coronavirus sigue dicho modelo nacionalista soberano que no veo capaz de perpetuarse. Temo que se prolongue el plazo de vacilación entre ese modelo y el retorno al curso natural de las cosas o la lógica del “aquí no pasa nada” debido a la carencia de visiones más claras de alternativas viables.
La potencial parálisis que se derivaría de eso es más peligrosa que la situación en que nos encontramos actualmente. Dicho peligro será más visible según nos vayamos acercando al final de la crisis del coronavirus y nos encontremos frente al vacío.
La hora de la verdad está cerca y puede que no haya nada después de ella salvo el vacío, que es bueno solo para los señores que gobiernan sociedades sin rumbo.
P: En crisis precedentes, han sido Estados Unidos y los países europeos los que han liderado la respuesta. Ahora los árabes, pero también los europeos han pedido ayuda a China ¿estamos ante el inicio de un nuevo orden geoestratégico?
R: Más bien pienso que muchos, en el entorno árabe y en Occidente, pero también en la propia China, tienden hacia un modelo chino de soberanía sin política y de desarrollo económico sin derechos sociales, porque no tienen otro. Pero eso es peligroso. (…)
Se parece al capitalismo del siglo XIX en Gran Bretaña tal como lo definió Marx en El Capital. Comparto con muchos la visión de un mundo sin privilegios para Occidente, pero no de un mundo que aumente el desarrollo capitalista de manos de un único patrón que sea el Estado.
P: La necesidad de controlar la pandemia ha facilitado la aplicación de nuevas tecnologías que permiten un mayor control social de los ciudadanos. ¿están en peligro la democracia y los derechos individuales?
R: Claro. Si tenemos en cuenta que los sistemas de control y vigilancia en los aeropuertos impuestos tras el 11 de septiembre de 2001 siguen vigentes, aunque parecían excepcionales en su momento, los efectos que puedan tener las tecnologías del control sobre la pandemia del coronavirus podrán prolongarse.
La gente tiende a obedecer a los gobiernos en situaciones de peligro y las sociedades temerosas y cerradas en sí mismas son más fáciles de gobernar. ¿Por qué no iban a inventar los gobiernos peligros cuando ellos mismos han sido a lo largo de la historia el mayor peligro para la libertad humana, cuando no se les resiste de forma consciente? (…) Tal vez, el actual distanciamiento social se convierta en el modelo a seguir en las relaciones en las sociedades. (…) (y su) consolidación (…) será dañina para el concepto de ciudadanía y el de democracia, pero facilitará el gobierno a quienes estén mejor posicionados cuando el miedo se expanda.
P: La lucha contra el coronavirus ha supuesto una reducción importante de los recursos económicos y humanos destinados a la ayuda internacional ¿cómo afecta esto a la crisis de los refugiados?
R: Ya desde antes los recursos destinados a los refugiados no eran algo relevante y cualquier aumento de los fondos asignados para ello se canalizaba a través del régimen, sin que nada llegara a los verdaderos damnificados. La idea de las ayudas, en su origen, tiene por objeto tratar los efectos de las guerras de las oligarquías y evitar que se derrumbe el sistema internacional, pero en ningún caso son para que los damnificados (…) puedan mantenerse en pie y luchar por sus derechos.
En los contextos de refugio en Turquía y Europa los sentimientos de xenofobia aumentan y se vierten especialmente sobre los refugiados. A día de hoy, que yo sepa, no ha habido hechos que lamentar, pero los espacios compartidos entre los que llegan y la población autóctona se hacen cada vez más estrechos, de una forma que excede a la media general de los espacios compartidos en mi opinión. (…)
Los refugiados en su mayoría se encuentran en el límite de la vulnerabilidad y la falta de derechos, y también del olvido, debido a que todo el mundo está hoy preocupado por su propia situación.
El problema es que esta posición extrema puede acabar abarcando a los parados, los empobrecidos, los enfermos y los ancianos. Además, está el denominado refugio climático, de ritmo más lento, pero que no deja de enfrentarse radicalmente a los modelos de desarrollo y “el control de la naturaleza” actuales.
Nada de esto es nuevo: todo precede a la crisis del coronavirus. De hecho, la crisis sanitaria mundial parece enmascarar con su fealdad un panorama ya de por sí muy desagradable.
P: ¿Qué elementos positivos se pueden extraer de la situación actual?
R: Como he dicho anteriormente, el momento más peligroso no es cuando la epidemia está en su punto álgido, sino cuando retroceda y llegue el momento de la relajación, que será cuando veremos que no tenemos nada que hacer salvo volver a lo anterior o responder a la llamada china a la que se elogia en todas partes, o bien combinar ambas.
Lo que puede resultar positivo es el vínculo que establecen muchos entre el problema sanitario y el problema climático, y creo que existe un tercer problema que ha de relacionarse con los otros dos, que es el compuesto racismo-guerra contra el terrorismo, que ha llevado a la securización de la política y el despojo de la economía de su carácter político: ambos se complementan, en mi opinión, en el sentido de que lo que debe depender de la política – la seguridad – pasa a dominarla, y lo que debe ser político – la economía – deja de serlo.
Después de trabajar por la inclusión de las clases más bajas en un momento en que la economía era política, se ha pasado a excluir a los migrantes y refugiados y a vigilarlos en un tiempo en el que la política se ha vuelto securitaria. Esto se acompaña de la expansión del racismo y el retorno de la tortura y la debilitación de la democracia en todas partes, ya sea mediante la expansión de las prácticas de censura, control y detención arbitraria, o mediante la degradación de la dimensión social de la democracia.
La vinculación de estos tres grandes problemas será la base para una imaginación política distinta y nuevos movimientos sociales y políticos que espero que empiecen a surgir desde ya. Cuando el coronavirus comience su retirada será el momento de un comienzo distinto. (EFE)
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