De postre, libros: la particular olla popular de una librería uruguaya

Una colaboradora reparte bandejas de alimentos ayer jueves, en la librería Diomedes, donde cada martes y jueves se reparte comida, en Montevideo (Uruguay). EFE/Federico Anfitti

Por Sergio Marín Lafuente

Dicen que los libros alimentan el alma pero desde hace un mes y medio también llenan los estómagos de las familias que se acercan a la olla popular organizada por Jorge Artola, un librero uruguayo que, además de comida «caliente, digna, decente, rica y nutritiva», ofrece un particular postre: un libro.

El poeta español Federico García Lorca apuntó una vez que si estuviera desvalido en la calle «no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro». Artola va más allá. Ofrece «el libro entero y el pan entero», cuenta en una conversación con Efe.

UNA OLLA DE TODOS Y PARA TODOS

Apenas unos días después del 13 de marzo, fecha en la que Uruguay dio a conocer los cuatro primeros positivos por COVID-19, Artola y un grupo de estudiantes comenzaron a cocinar para dar una solución a aquellas familias que, debido a la pandemia o por cualquier otro factor, sufren dificultades económicas o incluso viven en la calle.

La receta de esa primera vez fue un guiso «muy nutritivo» que preparó un amigo del librero, de ascendencia balcánica, y que «encantó», asegura Artola, lo que dio pie a una iniciativa que busca quedarse más allá de la pandemia.

«Hay un montón de personas que están quedando muy paralizadas porque entre el miedo, la cuarentena y enfermedades que ya tenían han hecho una especie de espiral progresiva muy problemática», lamenta el librero.

Los cientos de libros viejos y nuevos que se amontonan por las paredes, las estanterías y el suelo de Diomedes Libros como una jungla del saber son ahora testigos de una olla popular que cada martes y jueves da de cenar a más de cien personas en Montevideo que se acercan por su plato, su postre, su desayuno para el día después y, si quieren, un libro.

Ataviados con guantes y mascarillas, y respetando la distancia social necesaria para evitar contagios, los voluntarios preparan las mesas -en unas las viandas y en otras los libros- para cuando lleguen las personas a las que previamente se ha dado un número, precisamente para limitar aglomeraciones.

Son los vecinos del barrio los que donan lo necesario para organizar los platos, cuenta Artola, y una «brigada internacional» de argentinos, paraguayos, venezolanos y uruguayos, «de todos los partidos y de todas las religiones» quienes preparan la comida, la ofrecen y la llevan, además, a pensiones para que quien no puede acercarse a la librería también pueda comer.

Durante la visita de Efe, ciudadanos de diferentes edades, todos ellos cubiertos con tapabocas, aguardan en la puerta de la librería riendo y charlando entre ellos, en medio del buen ambiente generado por Artola y su «brigada».

Además, esta pequeña librería está apadrinando otros proyectos en zonas «más complejas» de la ciudad gracias a los que están dando viandas a 400 personas.

«LA CULTURA ES UN SERVICIO ESENCIAL»

Aunque en Uruguay no rige una cuarentena obligatoria, muchos pequeños comercios decidieron cerrar con la llegada del COVID-19 al país, pero Diomedes nunca bajó la persiana.

«La cultura es un servicio esencial», afirma con rotundidad su propietario, que lleva 35 años trabajando entre libros, ahora con protección sanitaria y sobreviviendo a una crisis en la que «el alquiler sigue corriendo».

Antes de la pandemia, Artola ya ofrecía novelas gratis a todo aquel que no pudiera pagar por literatura. Un préstamo que, si no se devolvía, no pasaba nada porque «la idea era que el libro circulara».

Ahora, el librero agrega obras de todos los géneros en el «menú» de su olla popular y, además, los proyectos que apadrina en los barrios más desfavorecidos de Montevideo incluyen una biblioteca dirigida a los niños, para que puedan seguir estudiando a pesar de la suspensión de clases por la emergencia sanitaria.

Ante la falta de conexión a internet en algunas casas que impide que los estudiantes accedan a las aulas virtuales, Artola está trabajando con educadores, a los que proporciona material de consulta, para que acudan a ayudar a los niños y evitar que los más pequeños abandonen la escuela, lo que provocaría un escenario «dantesco».

«Si los chiquilines comienzan a desertar del sistema educativo no solamente tendremos el virus, no solamente tendremos la depresión, sino que estaremos quemando otra generación más», denuncia el librero.

Por ello, Artola y su grupo de voluntarios seguirá proporcionando cultura y libros, para que el «medio pan» de García Lorca no se quede corto y los estómagos y las almas de los más desfavorecidos sigan llenos.

(EFE)

Salir de la versión móvil