Para el economista Pablo Roselli «en abril tuvimos una inflación excepcionalmente alta (ver gráfico)… con valores que solo se observaban en los eneros (cuando subían las tarifas y se revertía el «UTE premia»).
La inflación de enero de 2020 también fue excepcionalmente alta, similar a la de otros eneros pero SIN aumento de tarifas… Eso ya te dice que la inflación venía alta ANTES del COVID-19, tuiteó Roselli.
La suba de la inflación a más de 10% no debería sorprendernos: aun a fuerza de un gran atraso cambiario teníamos la inflación en 8,5%. Cuando algún shock empujara el dólar al alza, la inflación subiría… La sorpresa fue el COVID-19; no la suba del dólar y de la inflación.
Aquí se puede ver el impacto de la suba del dólar en los llamados “transables” (los que van más atados al tipo de cambio) y el impacto de la suba de tarifas que debió ocurrir en enero.
Así que no es sorpresa tener inflación de más de 10%… Lo mismo sucedió en el último shock externo (2015-2016), cuando los mercados internacionales temieron por una recesión en China, explica el economista de Exante.
Uruguay mantuvo una inflación sistemáticamente alta y superior al rango meta durante casi todos los últimos 15 años.
Eso fue el resultado inevitable de aplicar políticas monetarias y fiscales expansivas por mucho tiempo y de indexar salarios a la inflación pasada (correctivos).
En suma, la mayor inflación no responde a precios “abusivos” ni “aumento de márgenes”… es el resultado inevitable de un necesario cambio de precios relativos.
Y por cierto, los acuerdos de precios no cambian la dinámica inflacionaria… a lo sumo, la atrasan un poco.
Tras el COVID-19, la economía precisa un dólar más alto para salir de la recesión. Eso implica más inflación y una consecuencia desagradable: alguna caída del salario real.
Pero el mercado de trabajo nos estaba mostrando claramente que los salarios resultaban altos en relación con la productividad (NO en relación al COSTO de VIDA… eso es otra cosa).
Por eso vimos una pérdida de 50.000 empleos en los últimos 5 años.
La recesión COVID-19 viene a reforzar el dilema entre salario real y empleo que ya estaba bien presente en nuestro mercado laboral…
Dilemas desagradables pero inevitables.
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