Por Elio García
En estos últimos meses he venido realizando diversas entrevistas a políticos locales. Quiero compartir algo que he observado y no tengo conclusiones definitivas.
Todos los políticos en mi universo de entrevistas -que quizás no sean representativas del universo en estudio- están diciendo más o menos lo mismo. Un disciplinamiento que conduce a mismas preguntas, mismas respuestas.
Los políticos dicen que van hacer lo que la gente proponga.
Se cuidan mucho de -en el mientras tanto- hacer cosas por la gente que sean etiquetadas de políticas. Es como una especie de nueva vergüenza: la de ser político.
En todo lo que presentan no hay ideas personales, pero si un pie bien puesto en la participación ciudadana. Por tanto no hay una construcción de liderazgos. Hay que hacer lo que la gente diga.
El imperativo del deber pasa, por la productividad obtenida de la técnica disciplinaria, que es no diferenciarse. No hay desencuentros, la crítica no tiene buena publicidad y cuando se intenta se la rotula de «crítica positiva.»
Hoy la estrategia es amoldarse, no confrontar, por eso la oposición en su rol de contralor y muchas veces guardian del bien público se presenta como la «oposición constructiva.»
Destruir no tiene lugar en el mundo de hoy, porque es tanto parecido a dinamitarse ya que todo lo que une es lo que hace parecido. No hay lugar para un distinto. No hay espacio para la reflexión. Todo esta vaciado de cualquier posibilidad de profundizar.
No profundizamos por tanto no abordamos los problemas, no lo resolvemos y las cosas importantes siguen así como siempre, sin tocarse.
Y como las ideas son las mismas, poco hay para hablar, le damos «me gusta» para posicionar todo aquello que refuerza nuestras creencias.
Consumimos lo que refuerza nuestro nivel de creencias y aceptamos a todos aquellos que piensan como nosotros.
Sacar los barcos, resolver las inundaciones en los barrios, darle internacionalidad al aeropuerto son espacios obvios de propuestas, estamos todo el tiempo hablando del A,B y C de la cosa pública.
La no resolución de lo cotidiano es tal vez la clave en por qué todos dicen lo mismo desde diversos espacios políticos presentados o rotulados como progresistas o conservadores.
Lo nuevo es que hay una fidelidad en pensar sin red.
Detrás de cada idea casi siempre no hay nada.