Por Rodrigo García
Hace cuatro décadas que una oleada de inmigrantes chinos empezó a asentarse en un rinconcito del barrio de Belgrano de Buenos Aires. Con los años, ya con nombre propio y sorteando cada una de las tantas crisis argentinas, ese lugar se convirtió en un emblema turístico que ahora, con el vertiginoso cierre de locales, se aproxima al abismo por culpa del coronavirus.
«Bienvenidos todos al Barrio Chino», saluda a Efe Azucena, nombre occidentalizado de una simpática señora que tiene su bazar de regalos, juguetes y ropa a pocos metros del imponente arco oriental de ingreso a la calle Arribeños, principal arteria de la barriada. «Ahora hay poca gente», añade con el espray de alcohol en gel en la mano.
Sobrevivir, adaptarse o morir. Estas son las tres opciones a las que se enfrenta el centenar de negocios -entre restaurantes, supermercados y tiendas de todo tipo- que puebla las cuatro manzanas del pequeño barrio, desde que a comienzos de año empezó a sonar el eco de una enfermedad originada en China y diseminada por el mundo.
«En enero, cuando nada pasaba, la gente ya empezaba a decir ‘no vamos al Barrio Chino por las dudas’. Ser chino significaba tener quizás el virus. Por eso la crisis es más profunda. Acá nació en enero la no venta de los ‘restoranes’ como antes», relata Lin Wen Chen, locutor de radio y una de las caras más visibles de la comunidad china en Argentina, donde recaló cuando apenas tenía dos años y donde es conocido como Carlitos Lin.
MÍTICOS RESTAURANTES CERRARON PARA SIEMPRE
A ese temprano rechazo a lo que tuviera que ver con China, se suman los más de cuatro meses de cuarentena que arrastra Buenos Aires, la falta de horizonte en un país que lleva más de dos años en recesión y los insostenibles alquileres de locales en dólares, moneda en constante valorización frente al siempre débil peso argentino.
El «Todos contentos», uno de los primeros restaurantes que abrió sus puertas en el ‘Chinatown’ porteño en la década de 1980, las cerró para siempre hace unos días, al no poder resistir más sin ventas en medio de la eterna cuarentena, como también hizo el «Hong Kong Style», otro clásico.
«Hoy cerró mi restaurant mas querido, mi favorito. Hong Kong Style. Lui, Lili, Walter, Andrea, Carlos, y todo el equipo. Los queremos mucho. Y los esperamos nuevamente. Siempre», escribió en sus redes sociales la mediática chef Narda Lepes.
Se calcula que, de los alrededor de 100 locales, ya cerraron una decena, mientras que otros están a punto.
SOBREVIVIR CON EL DELIVERY
Sin dejar de lado su sonrisa, la «señora Chen», como todo el mundo la conoce, recibe a Efe en el local que regenta junto a su esposo y su hijo, «El cisne blanco», que ahora sólo funciona con comida para llevar o a domicilio y cuya especialidad son sus exquisitas empanadas al vapor.
Su restaurante, que abrió en 2006, era uno de los pocos de la zona que tenía desarrollado, ya antes de la pandemia, el sistema de «delivery», lo que le permitió adaptarse más rápido cuando tuvo que echar la persiana al comenzar el aislamiento ciudadano, que hundió a la hostelería de toda la ciudad.
A la pregunta de si les salen las cuentas, la mujer se sincera: «Domingo y sábado hay más gente… otros días, más o menos», remarca, convencida de que «nunca pasó» lo de ahora, ni en 2001, cuando llegó a una Argentina sumergida en la peor crisis de su historia, la del famoso Corralito.
EL SILENCIO EN MEDIO DE LA TORMENTA
La propietaria de «El cisne blanco» es de las pocas que se atreven a hablar públicamente. Y es que no ayuda ni las dificultades para comunicarse en castellano ni el estado de incertidumbre en que se encuentran estas familias.
No es que antes de la pandemia la situación fuera boyante en un país en crisis, pero con esfuerzo salían adelante: «En 2001 pensaban que muchos se tenían que volver a sus casas, pero lo pudieron atravesar, no fue tan duro, dicen. ¿Y por qué dicen que no fue tan duro? Porque lo de ahora es realmente duro», agrega Carlitos.
Según recalca, en estos 40 años, «para redondear de historia del Barrio Chino», nunca se había dado una situación de cierre de locales con tanta antigüedad.
Se estima que en Argentina viven alrededor de 200.000 chinos -entre nacidos en el país asiático y descendientes- principalmente en la zona de influencia de Buenos Aires, Rosario, Córdoba y Mendoza.
Fue a fines de los 70 cuando llegó la primera gran oleada, mayoritariamente desde Taiwan, y algunos empezaron a asentarse en Belgrano, donde a partir de un supermercado, un restaurante y un centro cultural empezó a configurarse el rinconcito oriental.
«Es un punto turístico de Buenos Aires, pero no nace como un punto turístico. En el 80 nace como un lugar de abastecimiento de los productos y los sabores de los chinos en Argentina. Al final termina siendo un punto turístico porque mucha de la gastronomía o chefs más importantes venían acá a comprar esos sabores que no había en otros lugares», matiza el locutor.
LOS SUPERMERCADOS, CON MEJOR SUERTE
Al ser servicio esencial, las tiendas de alimentación son quizá las menos perjudicadas.
El super Chunghwa da la bienvenida a su clientes con una puerta tecnológica en la que un empleado los desinfecta antes de entrar, para, seguidamente, invitarlos a colocarse ante una cámara que mide la temperatura corporal.
«La poca gente que puede venir, por lo menos viene y está segura», remarca Sandra Guasp, encargada de personal del establecimiento, donde trabajan 30 empleados de distintas procedencias, algo habitual en este tipo de locales, dirigidos por asiáticos pero con empleados occidentales.
Guasp, que es argentina, dice que la salvación del supermercado fue poder hacer envíos a todo el país, tanto de sus productos frescos como de la enorme cantidad de alimentos importados que tenían en stock antes de la pandemia.
«Primero fue un choque, pero después no. Es muy bueno tener esos clientes que nos siguieron apoyando. Es todo de puerta a puerta. Todo con las normas y protocolo que nos piden», señala.
PERSPECTIVAS DE FUTURO
Es durante el fin de semana cuando el barrio alcanza (o alcanzaba) su máximo esplendor, con multitud de turistas y puestos callejeros.
Tanto, que desde hace un tiempo esos dos días se hace peatonal.
Pero sin duda es entre finales de enero y principios de febrero cuando los festejos del Año Nuevo Chino lo convierten en máximo foco de atracción.
«Todo el mundo dice que esperan que esto vuelva a una cierta normalidad en diciembre. Los alquileres no los están pudiendo pagar. Porque están rígidamente en dólares. Hay en algunos negociación como para bajar la presión…», concluye Carlitos, quien pide que, más allá de que se puedan establecer políticas públicas de ayuda, la gente se libere de los prejuicios.
Por el momento, ya hay chinos que han decidido volver a su país.
«Hay, sí. Pero hay que ver la proporción. Hay 200.000 chinos en Argentina y no se quieren ir 190.000. Sé que hay un ‘charter’ completo», señala Lin, quien recalca que la mayoría sigue apostando por la Argentina que les acogió.
Mientras, Azucena agradece los buenos augurios y no duda en despedirse con el mismo buen ánimo del recibimiento: «Para todos… suerte».
EFE
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