Por Sergio Marín Lafuente
Depresión o ansiedad son algunas de las consecuencias que el distanciamiento social deja en la población uruguaya que, al aislarse, evita de manera eficaz la propagación del coronavirus pero expande otro problema menos visible: los daños en la salud mental.
A pesar de ser uno de los países del mundo menos afectados por la pandemia -acumula 1.243 casos (230 activos) y 35 fallecidos hasta el jueves-, y no haber establecido cuarentena obligatoria en ningún momento, Uruguay cuenta con indicadores de depresión «gravísimos» y registra un aumento en el consumo de sustancias, asevera a Efe el doctor en Psicología y docente de la Universidad de la República (Udelar) Hugo Selma.
A MAYOR AISLAMIENTO, MAYOR DEPRESIÓN
«Quédate en casa» fue la recomendación principal de las autoridades uruguayas en cuanto la enfermedad llegó al país el pasado 13 de marzo. Una táctica que evitó un desastre sanitario, pero que tuvo consecuencias a nivel de salud mental.
Un equipo de investigadores de la Facultad de Psicología de la Udelar liderado por Selma preguntó a unos mil uruguayos sobre su salud mental, y un 37 % presentó síntomas de depresión, frente a la cifra habitual del 4,5 al 6 % que maneja la OMS, aunque esta podría estar inflada por las características técnicas de la encuesta, que fue digital y a demanda del encuestado, cuenta Selma.
En el estudio se encontraron con que las personas que practicaron un aislamiento más estricto sufrieron síntomas «más severos» de depresión y ansiedad.
Además, casi un 10 % de los consultados registraron indicadores de riesgo suicida, «el problema de salud mental más grave que tiene Uruguay», indica el investigador. En 2019, 723 personas se quitaron la vida en Uruguay, según datos de la Administración de los Servicios de Salud del Estado (ASSE).
Aunque desde ASSE no han percibido un aumento de los suicidios durante la pandemia, las llamadas a la línea de prevención en Uruguay se triplicaron de marzo a junio respecto al mismo periodo de 2019.
APOYO EMOCIONAL AL OTRO LADO DEL TELÉFONO
Para contener la disparada de «sufrimiento psíquico», los profesionales tuvieron que reinventarse y hacer de la teleasistencia la nueva consulta, explica a Efe la integrante de la Mesa Ejecutiva de la Coordinadora de Psicólogos del Uruguay (CPU) Ana López Martirena.
«Lo primero que intentamos hacer es bajar la sensación de pánico, de desesperación», indica la psicóloga, que precisa que las personas con algún diagnóstico previo, así como niños y mayores, cuentan con «menos recursos» para afrontar el estrés que provoca la pandemia.
A mediados de abril ASSE puso en marcha una línea telefónica gratuita de apoyo emocional atendida por 150 psicólogos voluntarios y cinco contratados que ha recibido más de 9.000 llamadas.
Por otro lado, también surgieron iniciativas solidarias para ayudar a sobrellevar esta situación, como la ONG Helpers, que comenzó como una ayuda de primeros auxilios pero que con la COVID-19 decidió armar un departamento de apoyo emocional para ayudar en Uruguay y Argentina «a miles de personas», señala a Efe su fundador, Michael Rubinstein.
A través de una «app», el paciente entra en contacto con un equipo de «coaches» o entrenadores y psicólogos voluntarios que le ayudan al otro lado del teléfono para que «nadie quede colgado», narra a Efe Salo Halegua, líder de este grupo.
«Los acompañamos en ese momento que están viviendo para que ellos mismos puedan empoderarse y puedan salir adelante», precisa Halegua.
LOS TRABAJADORES, MÁS TRISTES Y PREOCUPADOS
La llegada del coronavirus a Uruguay supuso un cambio «inmediato» en la estructura emocional de los trabajadores, según los datos del Monitor de Trabajo de Equipos Consultores.
De acuerdo con el estudio, la emoción que más creció fue la preocupación, que alcanzaba al 69 % de los trabajadores apenas una semana después de la declaración de la «emergencia sanitaria», frente al 29 % que decía haberse sentido preocupado en los últimos días en 2019.
La tristeza, que aumentó un 23 %; la sensación de estar deprimido, que creció un 17 %, o el estrés, que se extendió un 23 %, son otras de las cifras alarmantes de este documento.
«De repente un día el mundo se dio la vuelta, se puso patas arriba. Había que actuar sobre eso y el bienestar emocional mostró también su fortaleza», apunta la socióloga y directora de Desarrollo Social de Equipos Consultores, María Julia Acosta.
Con comercios cerrados y una actividad menor, la desigualdad económica se tradujo en inequidad en el bienestar, de manera que los trabajadores en peor situación presentaron una estructura emocional «bastante más crítica» que los mejor posicionados, subraya la socióloga.
Independientemente de que la pandemia no haya quebrado el sistema sanitario uruguayo, la sensación de tristeza, soledad o depresión sigue estando «muy lejos» de los valores previos a la COVID-19, asegura Acosta, quien apuesta por una mayor disposición de recursos sociales y un involucramiento «más colectivo» para salir de esta crisis.
Por su parte, desde la Udelar confían en que la gente se vaya adaptando a «la nueva rutina» -que no «nueva normalidad»- y llaman a «armar protocolos» e implementar «políticas públicas específicas» para los sectores más vulnerables por si se repite una situación así, señala el investigador Vicente Chirullo.
«No estamos ante una nueva normalidad porque no existe un estado igual a lo que nos estamos enfrentando», concluye Acosta.
EFE
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