Por Alejandro Prieto y Noelia F. Aceituno
Esclavo liberado, poeta, soldado, primer héroe afrouruguayo, «servidor» leal al prócer: muchas definiciones se funden en Ansina, quien, se cree, ante el exilio de José Gervasio Artigas a Paraguay, del que se cumplen 200 años, juró seguirle «hasta el fin del mundo».
Un barrio, un pueblo, un modo de tocar candombe, una comparsa y hasta una yerba mate llevan su nombre. Sin embargo, no se conoce mucho sobre quién fue realmente el hombre que acompañó en su vejez al prócer de la Banda Oriental (actual Uruguay).
El misterio se abate sobre esta figura, que parece no haberse llamado realmente Ansina sino Joaquín Lenzina, y cuya imagen reproducida en estatuas, cuadros o estampas tampoco sería la suya, sino la de Manuel Antonio Ledesma, otro soldado negro exiliado con Artigas (1764-1850).
La historia del personaje, expresa a Efe el docente de Letras en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (FHUCE) de la Universidad de la República Alejandro Gortázar, se nutre de «tres relatos que se mezclan, se funden y se confunden».
HASTA EL FIN DEL MUNDO
Su aparición surge, según Gortázar (que estudia la figura desde 2003), en la primera biografía de Artigas, publicada en 1860 por el historiador Isidoro de María, donde Ansina se muestra como el más decidido a seguir al prócer, quien, derrotado y traicionado por aliados, el 5 de septiembre de 1820 partió hacia su exilio.
«Una noche, rodeado de sus más leales y constantes compañeros, les revela su última y heroica resolución: pedir al Paraguay un asilo, dando un adiós a la Patria. Ansina, su buen Ansina, es el primero que, puesto en pie, le responde: ‘mi General, yo lo seguiré aunque sea hasta el fin del mundo'», cita la investigación del docente.
Sin embargo, es probable, dice Gortázar, que De María, que habría leído un artículo de 1846 donde un hijo de Artigas -que lo había visitado ese año- dice que «un anciano Lenzina» acompañaba al prócer, se hubiese equivocado de nombre y «de oído» pusiera «Ansina».
«Nunca lo vamos a poder comprobar pero yo digo que Isidoro de María aparece como una especie de inventor o creador del mito con este apodo que termina prendiendo en la conciencia de la élite», manifiesta.
LOS DOS ANSINAS
El debate resurge sobre 1884, cuando, como indica la historiadora y decana de la FHUCE, Ana Frega, un diario de Paraguay publica que en Guarambaré vive aún el soldado negro Manuel Antonio Ledesma, quien dice haber acompañado al prócer en el exilio.
Al año siguiente los uruguayos conceden una pensión y fotografían a Ledesma y, según la historiadora, este muere poco después en Paraguay.
A raíz del interés de un soldado, una comisión uruguaya quiere recuperar los restos de Ansina para reunirlos con los de Artigas -llevados a Montevideo en 1855-; al hablar con testigos, se decide repatriar los de Ledesma.
Según Gortázar y Frega se llega así -pese a que el Instituto Histórico y Geográfico uruguayo objeta que por edad Ledesma no podía ser Ansina- al consenso que da pie a honras como el monumento a Ansina del escultor José Belloni emplazado en Montevideo y basado en su antigua foto.
En 1950, sin embargo, el escritor Daniel Hammerly Dupuy revela otra historia: en un libro por el centenario de la muerte de Artigas publica unos poemas de Joaquín Lenzina, a quien identifica como el verdadero Ansina.
No obstante, pese a que Hammerly redescubre al soldado Lenzina como payador y poeta, afirma haber perdido las transcripciones originales y el hallazgo es cuestionado.
EL CEBADOR DE MATE Y EL HÉROE AFROURUGUAYO
Para el historiador Óscar Montaño, la figura de Ansina es «la más fuerte» con que ha contado el colectivo afrouruguayo desde el siglo XIX, cuando comenzó «un largo camino» hacia un reconocimiento oficial del personaje libre de prejuicios raciales.
El activista sostiene que «tío Lenzina», apodo con el que, dice, Artigas lo denominaba, no fue «asistente» sino «mano derecha» del prócer y tuvo un rol militar importante como «líder de las fuerzas afro».
«Hay documentos que avalan la importancia de tío Lenzina, su labor de infiltrarse y mirar a las tropas enemigas. Artigas le asignaba (…) ver en qué posición estaban y de acuerdo a lo que le informaba él iba a obrar en consecuencia», acota.
Por otro lado, según Montaño, está cambiando pero sigue vigente, sobre todo a partir de una pintura histórica y un sello de 1967, la idea de Ansina como «cebador» que servía mate (bebida típica) a Artigas; algo que se ve en una marca actual de yerba llamada como él y cuyo eslogan es «la fidelidad hecha yerba».
El historiador cree que allí hay una fidelidad «servilista» asociada a la de amo y esclavo, cuando es preferible destacar su «lealtad a la causa artiguista».
Frega, quien señala que el 5 de septiembre fue declarado Día de la lealtad artiguista en 1982 por la dictadura uruguaya (1973-1985) retomando a un Ansina que llegó a calificarse de «fiel como un perro», resalta que hay que cuestionarse si recuperar el aporte histórico de los afrouruguayos pasa solo por este «héroe».
«La pregunta que nos tenemos que hacer es de qué forma es esa recuperación (…), no debería ser a través de la construcción de un héroe negro bajo los mismos parámetros de un héroe blanco como podría ser José Artigas, sino de recuperar efectivamente participaciones de diversa naturaleza, recuperar las luchas», opina.
EL SOLAR DE ARTIGAS Y EL BARRIO ANSINA
Las huellas de Artigas en Paraguay siguen presentes con avenidas y plazas en su honor, pero aún más en la Escuela Solar de Artigas, en Asunción, un terreno de tres hectáreas donde el prócer vivió sus últimos años de vida tras luchar en la Guerra de la Triple Alianza (1864-1870).
Ahí se levantó una escuela primaria con «interés de generar lazos de hermandad con Paraguay», como los que estableció Artigas durante sus 30 años de exilio, recuerda a Efe la directora del centro, Daniela Devincenzi.
«Esa vida de Artigas en el Paraguay no fue poca cosa», comenta la uruguaya, quien detalla que el prócer permaneció 25 años en Curuguaty, cerca de la actual frontera con Brasil.
Después de que Artigas cruzara el Paraná por Itapúa (sur) y permaneciera un tiempo en Asunción, fue José Gaspar Rodríguez de Francia, entonces dictador paraguayo, quien le concedió «el primer asilo político de América». Sin embargo el destino no fue casual.
«Paraguay, como las provincias del norte de Argentina, fue considerado por Artigas dentro de la Patria Grande, como una patria hermana», dice Devicenzi.
La memoria oral recoge que Ansina y Artigas fueron juntos a Curuguaty, donde permanecieron 25 años y el general uruguayo se convirtió en el «Karai Guasu» (gran señor) para los lugareños por su facilidad para integrarse en la cultura guaraní.
«Tuvo una vida en un lugar de selva yerbatera, cultivando la tierra, tenía también ganado. Al principio fue una etapa muy próspera, los últimos tiempos ya no (…) Tenía su rancho y Ansina tenía otro. Cada uno con su familia», relata la directora.
Artigas dejó en Uruguay a Melchora Cuenca, paraguaya con la que tuvo dos hijos, y en Curuguaty formó otra familia con Clara Gómez.
Al morir Francia, el primer presidente de Paraguay, Carlos Antonio López, concedió a Artigas un solar en Ibiray (que hoy comparten la Escuela y el Jardín Botánico de Asunción), donde el prócer vivió junto con Ansina, su perro Charrúa y su caballo Morito a la sombra del Ibirapitá que todavía recibe a los visitantes al entrar.
Se cree que Ansina continuó allí al morir Artigas y vivió hasta el siglo. A diferencia de los de Ledesma, que están en el Parque Artigas de Las Piedras (Uruguay), los de Ansina no fueron encontrados, pero, para la directora, los afroartiguistas dejaron sus costumbres en la actual comunidad de Camba Cuá, que mantiene un culto a San Baltasar.
La escuela centró este bicentenario en el estudio de Ansina y la comunidad afro que pervive en Paraguay, suelo que, dice, los uruguayos aprecian como «una patria hermana» que «cobijó, amó y cuidó mucho» a Artigas.
En Uruguay, a su vez, persisten lugares como el pueblo Villa Ansina en Tacuarembó (centro), donde hay un monumento, o la calle homónima ubicada en una zona del montevideano barrio Palermo, antes conocida como barrio Ansina.
Allí vive desde hace «100 años» la familia del activista afrouruguayo Tomás Olivera, director de la asociación «Africanía», quien resalta cómo Ansina fue clave para la comunidad que creó el candombe, ritmo insignia del carnaval y la cultura uruguaya, al punto de que el «toque Ansina» es uno de los más tradicionales.
EFE
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