Inadvertido para nuestros sentidos, si tocamos un recibo o calentamos una taza de plástico nos exponemos a un silencioso peligro químico: el bisfenol A, un compuesto que, a nivel de células, se transmite de madres a hijos y puede disminuir la fertilidad, según un experimento hecho con ratones transgénicos.
El estudio del denominado BPA, presente en productos de plástico como envoltorios de enlatados y tapas de botellas, así como en el papel térmico con que se imprimen recibos, es el foco de un estudio del Institut Pasteur (IP) de Montevideo que buscó arrojar nuevas respuestas sobre cuándo y cómo se da su impacto en las células.
La investigación, conducida por los científicos del IP en colaboración con sus pares de la Universidad Nacional del Litoral de Santa Fe (Argentina), constituye «un paso más» en la evidencia científica en torno a los efectos negativos que puede causar el BPA.
Así lo asegura en entrevista con Efe la investigadora y primera autora del artículo, Romina Pagotto, quien señala que si bien hace tiempo se estudia el BPA por ser un «perturbador endocrino» (que produce alteraciones hormonales), este trabajo es novedoso porque analiza su efecto en un período temprano del desarrollo celular.
LA EVIDENCIA EN LOS RATONES
Como detalla la científica del IP de Montevideo, el estudio, publicado en la revista de la Sociedad Europea de Teratología Reproductive Toxicology, se materializó en una serie de experimentos con ratones transgénicos.
Pagotto explica así que se suministró BPA a hembras ratón preñadas para observar luego en las crías macho si, siete días después de nacer, las células germinales de los espermatozoides se mostraban diferentes a las de los ratones sanos.
Esto se llevó adelante, como explica a su vez la responsable de la Unidad de Biología Celular del IP, Mariela Bollati, mediante la tecnología de citometría de flujo, que emplea luz láser para distinguir con colores unas células de otras y que evidenció un impacto en el desarrollo de las de los ratones estudiados.
«Al usar un ratón transgénico nosotros podíamos ver en color verde (…) las células más indiferenciadas, entonces toda esa progenie (descendencia) que había sido expuesta a los efectos del bisfenol A estaba en cierta manera bloqueada o frenada (en el desarrollo de sus células reproductivas)», puntualiza Bollati.
A esto agrega que, a raíz de esa exposición, una vez adultos los ratones mostraban ya un bajo recuento espermático, un resultado que, presume con base en los experimentos, no se recompondría ni compensaría a lo largo de la vida, por lo cual el BPA afectaría permanentemente la fertilidad.
Pagotto enfatiza por su parte que aún restan otros aspectos por estudiar, como si el efecto del bisfenol A se mantiene desde el nacimiento o hay otros factores que inciden en el camino a la adultez.
«No podríamos estar seguras con los datos que tenemos si es un efecto que se arrastra desde esa etapa temprana (…) por eso hay que continuar con los estudios pero (la investigación) es un paso más que suma a todos las que hay», subraya.
EL BPA EN HUMANOS Y SU REGULACIÓN
Por otro lado, según las científicas, el trabajo no permite determinar si lo mismo ocurre en el caso de los seres humanos, aunque, como acota Bollati, otros estudios están analizando si la sustancia, así como los pesticidas, puede ser factor causante tanto de infertilidad como de patologías como el hipospadias o la pubertad precoz.
Entre esos estudios se encuentra uno conducido por la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB) en 2011 que demuestra que el BPA altera «gravemente» el desarrollo de los oocitos y los futuros óvulos, posiblemente disminuyendo la fertilidad de la descendencia de la mujer expuesta.
Un aspecto clave, para Pagotto, es que los perturbadores endocrinos no son más nocivos a mayor dosis como otras sustancias tóxicas sino que tienen la característica de que pueden no tener un efecto a altas dosis pero sí a bajas dosis y eso, estima, «hace que se dificulte mucho saber a qué nivel va a tener un efecto negativo».
En cuanto a la regulación, Pagotto indicó que se destaca el caso de Canadá, que en 2010 hizo ilegal el uso de BPA en biberones y productos infantiles y monitorea la exposición al compuesto, mientras la Administración de Medicamentos y Alimentos (FDA) de Estados Unidos reconoce la preocupación pero reitera la necesidad de más evidencia para prohibirlo.
«Canadá lo que hizo (…) fue decir no, a mí no me importa si todavía no está recontra demostrado, yo voy a ser precavido y, como es un compuesto que se puede acumular no solo en el ambiente sino dentro de un organismo en la grasa, porque es liposoluble, adoptó estas medidas más estrictas», apunta la investigadora.
Similar al de Canadá es el caso de Uruguay, que en 2012 prohibió la importación de biberones con BPA y cuenta ya con una línea libre del compuesto o «BPA Free».
A su vez, en enero de este año la Agencia europea de los productos químicos (ECHA) puso en efecto una regulación que restringe una concentración mayor a 0,02 % de BPA en papel térmico, a raíz de una iniciativa que impulsó Francia en 2014 en la Comisión Europea.
Según Pagotto, sin embargo, el BPA no es el único perturbador endocrino que está bajo escrutinio, ya que recientemente se halló un efecto negativo de compuestos como el BP-3 y el 4-MBC, presentes en protectores solares, a nivel del aparato reproductor femenino; lo que demuestra que queda mucho por estudiar en esta área científica.
EFE
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