Peñarol y Nacional, dos trituradoras de entrenadores

En la imagen, el jugador Gary Kagelmacher (d) de Peñarol celera un gol. EFE/Sandro Pereyra/Archivo

Por Federico Anfitti

Uruguay tiene el proceso de trabajo en su selección con 14 años ininterrumpidos del ‘Maestro’ Oscar Washington Tabárez al frente. Sin embargo, en el fútbol doméstico los dos equipos más grandes del país, Peñarol y Nacional, son una máquina de picar carne y hacer rodar cabezas de entrenadores.

El fútbol uruguayo está lejos de sus mejores días, cuando la gloria y las hazañas deportivas eran parte del común denominador en sus dos instituciones más laureadas, como demuestran las 8 Copas Libertadores y las 6 Intercontinentales que acumulan entre ambos.

Hoy, la necesidad de triunfos esporádicos ante la falta de títulos importantes hace que las directivas pierdan la paciencia y, tras un breve periodo de derrotas o fallas, corten por el hilo más fino.

Esta vez fue el turno de Gustavo Munúa en Nacional, un entrenador que en 2016 alcanzó los cuartos de final de la Copa Libertadores y perdió por penales con Boca Juniors en la mítica Bombonera, y ahora ya tenía en el bolsillo la clasificación a octavos de final del certamen continental con una puntuación casi perfecta.

Sin embargo, algunas fallas en momentos claves del Torneo Apertura propiciaron la salida de este entrenador que, pese a haber perdido una final ante el mejor equipo del campeonato, el modesto Rentistas, dejó al Nacional en la cima de la Tabla Anual acumulada con vistas a la segunda mitad de la temporada.

En la vereda del frente la situación es igual. Peñarol comenzó el año apostando a una leyenda del fútbol uruguayo como su entrenador, Diego Forlán, y solamente lo aguantó nueve jornadas del Apertura.

El cambio de timón, que muchos directivos promocionaron como la forma en la que el plantel iba a tener un revulsivo e iba a cambiar el rumbo, no sirvió ya que el equipo aurinegro culminó en la cuarta ubicación.

UNA HISTORIA REPETIDA

La falsa apuesta por procesos largos ocurre continuamente en los dos grandes uruguayos. Al comenzar cada uno de los ciclos de los entrenadores se habla de contratos largos, de apostar a los jóvenes del club y de buscar refuerzos «clase A» para tener un plantel competitivo dentro y fuera del país.

La realidad es otra: ambas escuadras suelen acumular contrataciones sin peso, jugadores que están más cerca del retiro que de sus mejores años y los entrenadores a las pocas fechas empiezan a responder con temor cada mensaje en el móvil, ya que puede significar su cese.

Mientras, las vitrinas de cada sede social de ambos equipos lucen sus años de gloria, aquellos triunfos impensados con las copas que cada vez parecen quedar oxidadas en el tiempo y con las telarañas de lo que alguna vez fue un equipo realmente de temer.

Los números son claros: en el siglo XXI Peñarol tuvo cerca de 30 cambios de entrenador -la mayoría no llegó a culminar su ciclo- y solamente obtuvo seis campeonatos uruguayos junto a una recordada final de Copa Libertadores en 2011, en la que perdió ante el Santos de Neymar.

Nacional, por su parte, tuvo algún cambio menos -unos 25- pero tampoco logró hacerse fuerte en el plano internacional. En lo local tuvo un mejor rendimiento, ya que obtuvo 10 campeonatos uruguayos.

Forlán, Munúa, Jorge Fossati, Martín Lasarte, Gerardo Pelusso, Diego Alonso, Pablo Bengoechea… todos ellos han sido algunos de los grandes nombres que han tenido que pasar por esta trituradora que no sabe de procesos y exige resultados inmediatos a un fútbol que no gana nada importante desde hace décadas.

Sin importar la historia del entrenador, la trayectoria que haya tenido o su identificación con el club del que muchas veces son hinchas, Peñarol y Nacional optan por una fórmula que siguen repitiendo desde hace años y que no les ha dado grandes resultados.

Los dos grandes de Uruguay no pueden escapar a la realidad económica de su fútbol, con canchas sin luminaria, vestuarios sin agua caliente, tribunas en peligro de derrumbe y salarios atrasados, pero pretenden de su dirección técnica un nivel de efectividad propio de las mejores ligas del mundo.

Afuera, los fanáticos siguen abrazados a la esperanza de que algún día los equipos que aman puedan ser como aquellos que les contaron sus padres o abuelos en historias, pero ese horizonte cada vez parece más lejano.

El mismo país que hoy cuenta con el récord Guiness por la cantidad de tiempo que lleva aguantando un proceso de trabajo en la Celeste -que además logró clasificar a tres mundiales consecutivos y ganar una Copa América- tiene a sus dos equipos más emblemáticos despidiendo entrenadores por perder un torneo corto o no ganar dos partidos consecutivos.

EFE

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