Por Alejandro Prieto
En un estrecho sótano de Montevideo, entre tuberías expuestas, pianos, saxos, trompetas y humo de cigarros, se gestó en 1950 el sueño de dos hermanos españoles, la creación de un club pionero que se consolidó como una escuela latinoamericana de jazz aún vigente a sus 70 años.
Con sus discos del estilo «bebop» bajo el brazo, José y Francisco Mañosa llegaron desde Barcelona a la capital uruguaya en 1949 con sed de tocar jazz.
Los hermanos, aficionados a las nuevas corrientes del jazz de Estados Unidos (EE.UU.), empezaron a reunirse y a tocar con otros amantes del género nacido en la comunidad negra de Luisiana.
Si bien las primeras actividades las hicieron en un café, pronto se hizo real el sueño del grupo de contar con «casa propia» y surgió el Hot Club Montevideo.
DE NEW ORLEANS A MONTEVIDEO
Previo a la creación del club, el jazz en Uruguay era, como dicen los socios en una de sus publicaciones, «un perfecto desconocido» y solo quedaban vestigios del «Jazz Club Uruguayo», que, fundado en 1936, fue posiblemente el más antiguo de Latinoamérica.
En diálogo con Efe, los bateristas y socios del Hot Club Julio Guglielmi y Domingo Roverano recuerdan que antes de los 50 los estilos que predominaban eran el «dixieland» y el «swing», por lo que los Mañosa trajeron «la novedad» que sonaba en New Orleans, el «bebop».
Guglielmi señala así que el Hot Club causó «todo un shock» que atrajo a muchos jóvenes a las «jam sessions», sesiones donde la idea es tocar sin previo ensayo.
«Había una discoteca enorme toda de jazz y los lunes eran las jam sessions, porque en esa época los músicos teníamos mucho trabajo, había lugares en que trabajábamos mensualmente (…) y los lunes descansábamos», añade Roverano.
Es así que el club, que constaba inicialmente de unos 20 integrantes, llegó a tener 1500 socios y editar sus propias revistas.
RECUERDOS DE LA ERA DORADA
Si bien el local que estaba ubicado en el centro de la ciudad sería clausurado en 1980, durante la dictadura uruguaya (1973-1985), aquel sótano sigue vivo en la memoria de Javier Mañosa, hijo de José y sobrino de Paco, quien entre risas recuerda anécdotas del club.
Una de ellas ilustra cómo era ese lugar que describe como «vanguardístico» por su decoración «estilo Bauhaus».
Sin embargo, según Mañosa, al ser un sótano de bar, las tuberías de las instalaciones sanitarias no podían esconderse y fueron pintadas de colores, lo que causó la sorpresa de un músico argentino que, al llegar, felicitó a los anfitriones por los caños «tan realistas».
Tanto Javier como Elena Mañosa, hija de Paco, resaltan que entre los músicos que pasaron por el club y por Montevideo, provenientes de países como Argentina, Brasil, Chile y EE.UU., se cuentan leyendas del jazz como Dizzy Gillespie, Woody Herman, John Collins, Duke Ellington, Bennny Goodman y Louis Armstrong.
Según Guglielmi, esto se debió a un programa que el Gobierno de EE.UU. creó para apoyar las giras de sus músicos y que, remarca, contribuyó a formar a los uruguayos.
«Yo tuve la suerte de ver músicos americanos acá en directo, con lo que si bien aprendías algunas cosas, no todas, porque estaban de paso, te influenciaban», apunta.
En esa línea, el músico Hugo Fattoruso, premiado con el Grammy Latino a la Excelencia Musical, expresa que el club, al que entró con 16 años, lo ayudó a hacer sus primeras armas musicales.
«Para mí fue una escuela increíble el poder foguearse tocando esas composiciones y ese estilo que era el bebop. Inclusive aprendí, porque me encantó siempre, tocar el contrabajo y después trabajé como contrabajista», asegura.
A su vez, Fattoruso rememora sobre la primera vez que entró y Paco Mañosa, que luego se convertiría en uno de sus maestros, lo hizo «sacar» una melodía de blues de Horace Silver que marcó su primera zambullida en el género.
UNA ESCUELA VIVA
Con un concierto en el Teatro Solís, el Hot Club celebró en 2020 sus 70 años con un espectáculo especial que, para Roverano, confirma pese a la pandemia y el paso del tiempo que el club sigue vivo.
Así lo recalca Carver Scott, un joven pianista oriundo de Ohio que tras mudarse a Uruguay en 2017 se adentró en la movida del jazz y participó de las jam sessions del Hot Club en el bar Kalima, donde disfruta de tocar tanto jazz de los 60 como fusiones con candombe o bossa nova.
Scott, que no conocía la historia del club, afirma que como nativo del país del jazz se sorprendió por la cultura musical del género que hay en Uruguay.
«Me sorprendió muchísimo no solo que toquen jazz sino que son buenos músicos (…) Acá me parece que la gente aprecia más el jazz, sé que allá es donde nació pero todo depende de en que ciudad estás (…) en Ohio la gente no toca mucho y encontrar un club no es muy común», reflexiona.
Por otro lado, preguntado sobre el por qué de la supervivencia del Hot Club, del cual sobrevive hoy solo un fundador, Horacio Pintos, Fattoruso expresa que va de la mano de esta música tan llamativa.
«Es la pasión de la música y lo que tiene el estilo que es tan particular, que permite la participación de cada uno de los músicos de esa forma, que puede improvisar», concluye.
EFE
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