Por Alejandro Prieto
Pincelada a pincelada, así fue como, desde sus comienzos en el Círculo de Bellas Artes uruguayo hasta su etapa como alumna del maestro Joaquín Torres García, la pintora Amalia Nieto se abrió camino para dejar su impronta en un mundo del arte dominado por hombres.
Como dos ríos, así corren en paralelo por las paredes y vitrinas del Museo Nacional de Artes Visuales (MNAV) de Montevideo la vida y la obra de Amalia Nieto (1907-2003), que, con motivo de una muestra retrospectiva que estará en pie hasta mayo de 2021, se muestra ante los curiosos visitantes como una artista única y ajena al paso del tiempo.
Como expresa en diálogo con Efe el comisario de la muestra, Héctor Pérez, hay en la artista, que además de brillar con su pintura incursionó en la escultura, las artes gráficas y la escenografía teatral, muchas más facetas de las que se conocen.
DE MONTEVIDEO A PARÍS
Movida por un interés por la expresión plástica que se manifestó temprano en su vida, Nieto ingresó al Círculo de Bellas Artes de Uruguay con 18 años en una época en que el estilo del «planismo» dominaba la pintura uruguaya.
«Desde el principio ella demostró muy buenas cualidades; por lo tanto fue recomendada por Domingo Bazurro para que siguiera sus estudios en Europa. Su familia es quien la becó para que pudiera estudiar y estuvo tres años en París», explica Pérez.
Es en ese período cuando, como habían hecho otros prestigiosos artistas de su país, la pintora, formándose en dos grandes academias parisinas, adquiere los conocimientos que serán clave en su obra.
A su vez, si bien acota que la historia se «desdibuja» en ese punto, Pérez apunta que es allí donde Nieto habría comenzado a demostrar su capacidad de abrirse paso sorteando las barreras que había para las mujeres en un entorno masculino.
«Ella concurre a las mismas academias (que prestigiosos artistas hombres) compitiendo; tenía que ser de determinado nivel y calidad, porque no eran academias a las que ingresaba cualquiera, y ese punto nomás ya era un hito para ese momento», asevera.
LA ALUMNA ESTRELLA
De vuelta en Uruguay, la carrera de Nieto da un vuelco cuando, en 1934, regresa al país el célebre pintor y creador del universalismo constructivo Joaquín Torres García (1874-1949), quien, como relata él mismo, conoce a pocos días de llegar, mediante unos «delicadísimos paisajes», la obra de la pintora.
«Eran paisajes de Amalia Nieto pintados en París, de un fino ambiente que yo bien conocía y por esto quise saber de quién eran, y se me dijo (…) Allí había un delicado espíritu y por eso un delicado pintor», dice el uruguayo en 1941.
De este encuentro, que, como detalla Pérez, se profundiza cuando Nieto se integra a la Asociación de Arte Constructivo (AAC) -primer paso del Taller Torres García (TTG)-, donde la artista «hace casi de secretaria» del maestro, surge una nueva etapa en su obra.
Es entonces cuando, señala el curador, queda marcado en Nieto, como en otros alumnos del TTG, el esfuerzo del maestro por colocar a Suramérica en el podio de las artes plásticas con el mapa invertido como símbolo y su lema: «Nuestro norte es el sur».
Por otro lado, el comisario señala que, como puntualiza el propio Torres García, Nieto no se constituye como una artista ni naturalista ni «netamente constructiva».
«Lejanamente tentó lo geométrico y si no se entró de lleno en esto es porque la seducción de lo real y lo poético de su visión interna tenía que vedárselo. Su espíritu tomó entonces de todas estas esencias para formar un arte propio», dice Torres sobre su alumna en una conferencia de 1941.
UN PINCEL PROPIO
Más allá de la de Torres, hay en la vida de Nieto otra figura sobre la cual, recuerda Pérez, fue la pintora quien actuó como «catalizadora», y no al revés, ya que, dice, fue quien impulsó la carrera literaria de su único esposo, el escritor Felisberto Hernández, a quien la artista dibujaba en cartas hoy expuestas en el MNAV.
Si bien el matrimonio, que tuvo una hija, fracasó, tanto su relación con Hernández como con la directora de teatro Laura Escalante, con quien, afirma Pérez, la pintora mantuvo un vínculo de 50 años, perpetuó la idea de Nieto como una figura «a la sombra» de sus talentosos compañeros.
Sin embargo, dice Pérez, ella logró «un determinado respeto con todo el entorno» al punto de que, pese al estigma de ser divorciada y lesbiana, su talento la llevó a recibir una mención en la Bienal de San Pablo de 1962 y a ser la primera mujer en exponer individualmente en el propio MNAV.
A su vez, desde el plano artístico, el comisario destaca el manejo del color que la artista manifestó desde sus inicios y al que regresó hacia el final de su vida, así como el carácter didáctico de sus esculturas.
«Ella tenía cierto nivel de vanguardia (…), hace una cosa muy simple, que es este ‘Homenaje al cubo’ que te da la posibilidad de acomodarlo, irlo variando como si fuera un juego de niños. Eso es lo que lo hace divertido, lo que hace cambiar y que vos te integres a la obra, a la imaginación que ella creó en esto», concluye.
EFE
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