Por Concepción M. Moreno
«Colcha de retazos». Esa era la forma peyorativa en la que los tradicionales partidos políticos uruguayos aludieron muchas veces al Frente Amplio (FA), la formación que nació de la unión de las izquierdas como una utopía alejada del poder y que ahora, a sus 50 años, afronta un proceso de renovación.
«Cristianos y marxistas» titulaba la revista Marcha, afín al proyecto político, su número de marzo de 1971 reflejando lo extraño de una coalición en la que se integraron, por primera vez en la historia mundial, el Partido Demócrata Cristiano (PDC), el Comunista (PCU), el Socialista (PS), figuras escindidas de los históricos Partido Nacional (PN) y Colorado (PC), independientes y movimientos obreros y estudiantiles.
Casi ninguno de los presentes en el Palacio Legislativo aquel 5 de febrero de 1971 podía imaginar que un colectivo tan heterogéneo, la «experiencia mayor y más perdurable de unidad popular en todo el mundo», según el socialista José Díaz, cumpliría 50 años y que sobreviviría a una dictadura (1973-1985), alcanzaría el gobierno local de Montevideo (1990-actualidad) y ocuparía la Presidencia de la República por tres mandatos (2005-2020).
Tras la derrota en las elecciones de 2019 de su candidato, Daniel Martínez, frente al actual mandatario, Luis Lacalle Pou, y la muerte reciente de uno de sus líderes históricos, Tabaré Vázquez, el FA se reinventa al tiempo que intenta mantener su fuerte apoyo popular.
LIDERAZGOS: DE SEREGNI A VÁZQUEZ
El Uruguay de finales de los años 60 combinaba crisis económica, efervescencia social y un Gobierno democrático pero represivo, el de Jorge Pacheco Areco (1967-1972), con el trasfondo de la revolución cubana (1959) que enamoró a muchos jóvenes y los llevó al activismo armado.
En ese escenario, los partidos de izquierda iniciaron acercamientos, pero como relata a Efe Rafael Michelini, primer vicepresidente de la Internacional Socialista y exsenador uruguayo, «si no hubiera habido tres figuras políticas, o 3 más 1, el Frente Amplio no se hubiera constituido».
Su padre, Zelmar Michelini, hombre destacado en la lucha por los derechos humanos hasta el punto de que abandonó el PC por la represión del Gobierno, fue uno de esos tres artífices de la fundación del FA, con el democristiano Juan Pablo Terra y el comunista Rodney Arismendi.
Todos ellos hicieron gala de su «altruismo», según palabras de Michelini, para olvidar sus diferencias ideológicas y elegir como candidato y líder del FA a un militar, el general Líber Seregni, «una persona de enorme prestigio».
«El hecho de que un general fuera candidato de una coalición de esa naturaleza era todo un gran acontecimiento y finalmente Seregni, a quien muchos no conocíamos, termina siendo uno de los líderes más importantes de la izquierda nacional y la política uruguaya a lo largo de los años», indica a Efe Héctor Lescano, integrante de las Juventudes del PDC en 1971, muy cercano a Terra y, pasado el tiempo, ministro de Turismo y Deporte (2005-2012).
Tras ser detenido y torturado durante la dictadura, Seregni presidió el FA hasta 1996, cuando toma el relevo Tabaré Vázquez, quien se había convertido en 1990 en el primer intendente de izquierda de Montevideo y, años después, sería el primer presidente frenteamplista de Uruguay (2005-2010 y 2015-2020).
«No se hubiera llegado al Gobierno sólo hablando de la historia, porque los uruguayos no votan historia. Reconocen la historia, pero no votan historia», exclama Michelini, quien argumenta que «figuras como Tabaré Vázquez, Danilo Astori, Pepe Mujica dieron una proyección y una continuidad» al proyecto originario.
Según Díaz, que ocupaba el cargo de secretario general del PS en 1971 y posteriormente fue ministro del Interior (2005-2007), la ascensión de Vázquez al poder en Montevideo proyectó su figura «a nivel de todo el país», ya que eso sirvió para «convencer a la mayoría de que la izquierda era capaz de gobernar».
Con el exvicepresidente y exministro de Economía Danilo Astori (80 años) y el expresidente José Mujica (85) alejados de la primera línea política, Lescano (72) denuncia que «no se ha construido un liderazgo alternativo», aunque considera que «hay materia prima para una renovación».
«LAS ARMAS LAS CARGA EL DIABLO»
Con esa frase como enseñanza familiar, Zelmar Michelini -padre de hijos anarquistas y asesinado en 1973 en Buenos Aires- mostraba su oposición a las armas.
«Estaba convencido de que los caminos eran electorales, pero naturalmente respetaba a quienes tomaban ese camino», explica Rafael, de 62 años, en alusión a la lucha armada en los años 60 y 70 del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T).
El MLN-T, que tuvo en sus filas a Mujica, eligió la vía violenta de hacer política y fue duramente reprimido por las Fuerzas Armadas hasta el punto de que muchos de sus integrantes fueron detenidos y torturados antes y durante la dictadura.
En opinión de Díaz, de 89 años, el MLN «fue una fuerza política con armas, pero no llegó a ser realmente una guerrilla con capacidad de liberar territorios», en coincidencia con el historiador Carlos Real de Azúa.
Según Lescano, los guerrilleros tuvieron «una mirada crítica en el nacimiento» del FA, si bien con el retorno de la democracia a Uruguay se integraron en la coalición.
«Nosotros (el PDC) siempre habíamos considerado en el Uruguay una opción sin destino» la lucha armada, reconoce.
Hoy, el Movimiento de Participación Popular (MPP) es uno de los sectores más votados dentro del FA y el democristiano lo explica por «la gran capacidad de comunicación personal de José Mujica, que hasta el día de hoy es un referente muy carismático de la política».
EL FUTURO INMEDIATO
Actualmente, el FA gobierna en tres departamentos (provincias) de Uruguay, uno de los cuales es Montevideo, donde tiene el poder desde 1990. Sin embargo, está en la oposición a nivel nacional y la derrota de 2019 aún se analiza.
«Estamos en un proceso de autocrítica muy fuerte. Seguramente por muchas cosas, todas seguramente tienen razón: no conectamos con la gente, la gente está cansada, la gente al Frente le demanda cosas y el Frente no las pudo dar… Quizá también soberbia…», indica Michelini.
Díaz, por su parte, agrega que es necesario «buscar figuras de recambio, tal vez desde el punto de vista organizativo e ideológico, porque el Uruguay de hoy, merced a los quince años de gobierno progresista, no es el mismo del año 71».
En aquel momento, indica el socialista, «hubo inteligencia histórica de buscar en la unidad su fuerza» y «la amplitud de saber ceder» entre las diversas ideologías.
Esa idea la rescata la politóloga Patricia González Viñoly, representante de la juventud frenteamplista, quien defiende que «la unidad no es estar de acuerdo en todo» y que en el seno del FA siempre fue fundamental «trascender» la diversidad: «No generar una dictadura de las diferencias para poder generar una democracia posible».
‘Pata’ González, de 34 años, señala que «hay algo de estratégico y también interesante en cómo la identidad permea las generaciones» y que la coalición debe sumar aderezos del siglo XXI, como feminismo o ambiente, que atraviesan la política mundial.
No obstante, reconoce las dificultades de un cambio generacional en Uruguay, pero sueña con que, dentro de 50 años, los jóvenes sigan sintiendo «que la unidad vale la pena, que la izquierda es una, más allá de que tenga familias distintas».
González celebra que, pese a las críticas, «no nace y no crece la idea de que hay que construir otro partido».
La pandemia marca un hito en la efeméride del medio siglo, ya que impedirá cualquier acto multitudinario, si bien «el hilo de oro de la unidad», como dijo Vázquez meses antes de su fallecimiento en diciembre pasado, coserá a distancia los «retazos» de la «colcha». O ese, al menos, es el sueño del FA.
EFE