La lucha de las baloncestistas uruguayas por evitar la humillación

La jugadora Emilia Larre Borges (i) del Malvín defiende el balón durante un partido ante Bohemios, disputado el 21 de febrero de 2021 en el Espacio Comunitario Deportivo de los Olímpicos de Helsinki 1952 y Melbourne 1956, en Montevideo (Uruguay). EFE/Federico Anfitti

Por Federico Anfitti

El sueño del profesionalismo para las baloncestistas uruguayas cada vez parece más lejano, ya que deben luchar contra una desigualdad que las hace jugar -con la excusa de una pandemia y en condiciones casi humillantes- sus fases eliminatorias en canchas abiertas, sin medidas reglamentarias ni suelo adecuado.

Mientras los hombres definieron recientemente su torneo en el majestuoso Antel Arena, un pabellón digno de la NBA -hasta el punto de que la liga estadounidense organiza una vez por año (al menos hasta 2019) un torneo exhibición en él-, las mujeres se han visto obligadas a jugar en circunstancias indignas.

«Estamos jugando en una cancha sin medidas reglamentarias, cancha abierta, que tenemos que andar midiendo el viento. Sabemos que es un retroceso enorme para los pasos que veníamos dando y queremos manifestar que no estamos de acuerdo de jugarlo, no estamos de acuerdo de que parezca que está todo bien cuando no lo está y luchar por lo que nos merecemos», sentencia a Efe Pierina Rossi, jugadora del Bohemios.

Recién para las finales de las copas Oro, Plata y Bronce, la Federación Uruguaya consiguió que las mujeres fueran habilitadas a utilizar el complejo deportivo de la selección uruguaya y, así, tener por fin mejores condiciones de juego.

Pese a todas sus dificultades, el desarrollo del baloncesto femenino es tangible, las jugadoras y clubes consiguen -con muy pocos recursos pero mucho esfuerzo- sacar joyas que han demostrado dar la talla en diferentes partes del mundo.

Las jóvenes Camila Kirschenbaum, con una etapa en España, Florencia Niski con presente en el mismo país o Josefina Zeballos en Argentina son solo algunos ejemplos de ello.

El amor puro y sincero por el baloncesto, las ganas de jugar, junto a la necesidad de no rendirse ante quienes pareciera que quieren ver caer esta disciplina, hace que las mujeres, pese a todo, aún sigan firmes dejando en cada bote del balón naranja el sueño de igualdad deportiva.

Sin embargo, la covid-19 llegó para profundizar aún más la grieta que separa el baloncesto de hombres y mujeres en el que uno es profesional y maneja algunos sueldos de miles de dólares mientras el otro aún es amateur y ellas deben estudiar y trabajar al tiempo que juegan.

Aguada y Trouville definieron recientemente la Liga Uruguaya de Básquetbol masculina en el Antel Arena, un recinto de 100 millones de dólares que cuenta con todas las características para alojar la mejor liga de baloncesto del mundo.

La fiesta tuvo todo: luces, música, efectos de sonido, trasmisión televisiva, dinero en premios y todo lo que hace a un espectáculo profesional. Además, los jugadores se alojaron en un hotel cinco estrellas para mantener la burbuja sanitaria.

Muy lejos la definición femenina. Las mujeres no solo no pueden acercarse a la majestuosidad del coliseo, sino que debieron idear condiciones para jugar que, según las propias jugadoras, fue una «humillación».

LA VOZ DE LAS PROTAGONISTAS

Rossi cuenta a Efe que ellas llevan «varios años de lucha» para poder tener una competición como realmente se merecen.

La indignación ha sido tal que jugadoras de Bohemios y Malvín leyeron un comunicado el pasado 21 de febrero llamando a la reflexión y a cuestionarse la realidad que «se acepta como natural», pero que es «producto de una construcción social e histórica».

Suspensiones por lluvia, por viento o incluso porque la Federación Uruguaya se olvidó de avisar a los jueces que debían ir a arbitrar fueron solo algunos de los obstáculos que las jugadoras han debido superar durante los partidos disputados en una cancha ubicada en la rambla de Montevideo.

«Sabemos que la diferencia ya pasa al ámbito social de que somos mujeres y por eso nos merecemos menos cosas, siempre los recursos son menos para nosotras. Lamentablemente se normalizaron cosas que no están muy buenas y es una humillación. No nos merecemos esto, nos merecemos jugar al básquetbol y esto no es básquetbol», subraya Rossi.

Uno de los puntos positivos fue la unión que provocó entre las jugadoras de los diferentes planteles para tener una opinión mancomunada y una sola voz.

Al respecto, la capitana del Malvín, Florencia Somma, asegura a Efe que hay que buscar «la equidad en el deporte», ya que lo que está pasando es un cúmulo de situaciones anteriores.

Sin embargo, enfatiza que la forma de cambiar es permaneciendo en los torneos, haciéndose oír y luchando «desde adentro».

Pese a todo, Somma mira el vaso medio lleno y reconoce que el femenino ha tenido un crecimiento exponencial en los últimos 20 años aunque, ahora, es tiempo de dar un paso más.

«Se necesita que todas las partes que hacen al femenino empujen hacia adelante pero que estén convencidos de que queremos que el femenino crezca o se profesionalice. Si no hay un convencimiento de todas las partes para ir hacia el profesionalismo va a ser muy difícil», reafirma.

Cuando solo restan las finales de las copas Oro, Plata y Bronce en la Liga Femenina de Básquetbol -que en esta oportunidad tendrán televisión-, la liga uruguaya masculina comenzará nuevamente este 15 de marzo en uno de los estadios más grandes del país y con todas las comodidades.

A pesar de las desigualdades y a que aún les queda un arduo camino por recorrer, las mujeres uruguayas siguen al pie de cañón. Saben que el partido es difícil, que llevan muchos puntos de desventaja desde hace años pero, como todo juego de baloncesto, nada termina hasta que no suena la bocina final.

EFE

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