Por Federico Anfitti
Una comediante y un famoso chef que se reinventaron para subsistir; un centro cultural que fundó una olla popular para mitigar el hambre; y médicos que, pese al estrés y los miedos, se enfrentan al enemigo invisible. Todos ellos protagonizan un año de covid-19 en Uruguay, que afronta su momento más duro.
Estas historias de vida son una pequeña muestra de cómo esta enfermedad afecta al país suramericano desde el 13 de marzo de 2020 -cuando se detectaron los primeros 4 casos- hasta la actualidad, cuando Uruguay afronta lo que muchos expertos consideran la segunda ola, con récord diario de contagios (1.366 este viernes), 69.074 acumulados, 9.758 activos, 110 en cuidados intensivos y 689 muertes.
Tras ser un ejemplo mundial durante los primeros nueve meses de pandemia, Uruguay fue el último país suramericano en iniciar el plan de vacunación -más de 190.000 personas ya recibieron la primera dosis de CoronaVac o Pfizer- y encara desafíos económicos y sociales como otra faceta de la crisis sanitaria.
COMPROMISO CONTRA EL HAMBRE
La necesidad de un plato de comida, principalmente para personas en situación de calle o familias afectadas por pérdida de empleo, motivó la creación de ollas populares en todo el país.
Gustavo Zidán, destacado gestor cultural uruguayo que actualmente encabeza el Centro Cultural Terminal Goes, ubicado en Montevideo, relata a Efe que, desde hace 38 sábados -este será el 39-, lleva adelante una olla a la que acuden, semanalmente, al menos 100 personas.
«Es un compromiso muy importante porque ya hay generada una expectativa y, para nosotros, terminar la jornada habiendo podido darle un plato de comida a todo el que llega es algo que nos genera mucha adrenalina y, por supuesto, cuando logramos llegar a esa demanda que se da ese sábado es un alivio muy fuerte», enfatiza.
Las ganas y el compromiso por las horas de trabajo dedicadas son un motivo de orgullo para Zidán, quien sostiene que todo ello es gracias a vecinos del barrio y empresas donantes, que se pusieron al hombro el mantenimiento de la iniciativa al aportar alimentos o utensilios.
«Hasta que haya demanda, estamos muy fuertes en sostenerla. Se ha ido consolidando. Uno no ve en el horizonte que esta situación se vaya a destrabar en el corto plazo; entonces nosotros estamos preparados para sostenerla todo lo que sea necesario», señala.
REINVENTARSE
Pese a que Uruguay nunca decretó un confinamiento obligatorio, el teletrabajo, ciertas restricciones de movilidad y el cierre de fronteras para el turismo provocaron la quiebra de muchos negocios… O, al menos, la reinvención para subsistir.
Tal es el caso del afamado cocinero Hugo Soca y la comediante Pabla De Pena, quienes buscaron estrategias para seguir tras cerrar sus emprendimientos.
«Cuando se declaró la pandemia lo primero que hice fue cerrar el restaurante Tona -de gran prestigio en Montevideo-. Fue un poco bajar a tierra, no entrar en ansiedad ni en desesperación y pensar en reinventarse y renovarse porque era lo que esta pandemia generaba», comenta a Efe Soca.
Ello lo llevó a transformar su local en un almacén, algo «más popular» donde la gente pueda ir, comer y llevarse cosas a casa.
También aprovechó para ofrecer cursos virtuales de cocina, en los que tuvo 600 alumnos por mes, con el objetivo de motivar a la gente a cocinar «casero, rico y sabroso».
De Pena es contadora pública y comediante. Además, en la ‘vieja’ normalidad, regentaba con su esposo un salón de fiestas infantiles. La pandemia les hizo cerrar pero no los detuvo: comenzaron a hacer animaciones virtuales para niños, cajitas de desayunos y meriendas y vendieron pizzas.
Ante la limitación de las fiestas, De Pena «le cambió el collar al perro» y donde antes había niños correteando y jugando ahora hay adultos viendo sus espectáculos de ‘stand-up’ mientras toman algo. «No bajamos los brazos, esa es la verdad», asegura.
EN EL FRENTE DE BATALLA
Miedo, estrés, trabajo en equipo, fortaleza mental y amor por la profesión son algunas características del personal sanitario que, como en todo el mundo, deja todo de sí para hacer frente al enemigo invisible: el coronavirus SARS-CoV-2.
Un cambio radical en su forma de trabajo, jornadas sin horario, ocio inexistente y la difícil responsabilidad de mantenerse sanos para cuidar a pacientes y a su entorno están a diario en la mente de estos trabajadores.
Victoria Casada y Guillermo Fontes son dos médicos residentes del Hospital de Clínicas. Con pocos años como graduados, ambos debieron afrontar esta inesperada batalla, que jamás hubieran imaginado como parte de su carrera profesional.
Fontes indica que el desconocimiento en los primeros momentos generó «muchísimo estrés en el sistema de salud», más de «lo habitual».
«Después fue adaptarse e intentar de la mejor manera posible equilibrar y trabajar. Obvio que con otros miedos porque antes uno no estaba pensando que quizás se lleva un virus que contagiaba a un ser querido», subraya Casada.
El numeroso equipo del hospital permitió que todo fuera más fácil, por la solidaridad de los médicos a la hora de cubrir guardias o de «aguantar la cabeza» en los peores momentos de estrés.
«Vacunarse es la salida que vemos para volver a la normalidad previa; sin duda ahora lo más importante y la luz al final del túnel parecería estar», dice Casada.
El Hospital Español de Montevideo es el centro de referencia de la pandemia en Uruguay. Allí van los afectados del sistema de salud pública y es uno de los sitios que más ha cargado con el peso de la crisis sanitaria.
El coordinador de Cuidados Intensivos del hospital, Nicolás Nin, señala a Efe que ya auguraba una situación difícil por sus contactos con España, previos a la llegada del virus a Uruguay.
«Cuando dicen que íbamos a ser el centro de referencia y que iban a venir todos los pacientes del sistema público para el hospital fue un shock», enfatiza y recuerda la mezcla de orgullo y temor por ser responsables de una tarea tan importante.
El trabajo en equipo, el apoyo de otras instituciones y el hecho de tener siempre la cabeza ocupada para aliviar el estrés provocaron que los primeros meses de arduo trabajo pudieran sobrellevarse.
«El primer paciente que llegó obviamente que fue un impacto, porque ahí es cuando realmente entramos en acción. A lo largo del año, con tantos pacientes, lo fuimos normalizando», recuerda.
El aprendizaje del trabajo ha hecho evolucionar al personal. La experiencia adquirida se refleja no solo en el cuidado estrictamente sanitario sino también en la parte emocional para combatir la soledad de los pacientes.
Ahora, el país se acerca a una segunda ola de contagios y el hospital tiene el 70 % de camas ocupadas. Si bien aún no corre peligro su capacidad, se necesita un mayor control del virus.
El impacto por cada muerte, el temor inicial y el estrés por el arduo trabajo convierten en clave la capacidad de resiliencia del personal del CTI.
«Hemos hecho lo mejor posible, trabajando en equipo y de una manera humana. Es lo que me da orgullo de pertenecer acá y si miramos un año para atrás con aciertos y con errores creo que hemos hecho lo mejor posible», concluye.
EFE
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