Por Elio García |
Imaginemos un mundo en que la mentira no existiera. Que toda la gente dijera siempre la verdad.
Ese fue el argumento de la película ‘La invención de la mentira’, del comediante inglés Ricky Gervais y que mostró desde un ángulo visiblemente ridículo que es imposible vivir sin mentir.
Es que sin la mentira no existiría mucha de la paz que respiramos. Seríamos ingenuos, porque pensaríamos permanentemente que todas aquellas cosas que nos dicen y decimos son verdades absolutas.
Habría una sola opinión y una sola forma de mirar las cosas. Sin mentiras no seríamos humanos. Porque mentir es una forma de sobrevivir, de adecuarnos al prójimo y de no herirlo gratuitamente.
La verdad absoluta convertiría todas las cosas que hoy existen en algo sin cuestionamientos.
Dicen que ya está en el ADN el engaño, porque es una de las formas más importantes de torcer el destino y salir adelante.
Es cierto que existen mentiras siniestras, mentiras horrendas, mentiras asesinas, pero también las hay piadosas y agradables, sencillas y simples, dulces, profundas y hasta emotivas.
Todos mentimos. No existe una sola persona en este planeta que no haya pasado por esta experiencia y si lo existiera sería un bicho raro.
Hay una gran hipocresía entonces en condenar escandalosamente a la mentira. Y también una gran ingenuidad en pensar que los héroes, los medallas de oro, los presidentes, y los más buenos de los buenos no han mentido alguna vez. O siempre.
No está bueno mentir. Es condenable socialmente hablando. Pero lo hacemos durante todos los días del año casi sin darnos cuenta.
¿Qué aporta decirle a un imbécil que es un imbécil?
Se puede originar una crueldad absoluta en manifestar públicamente la fealdad de una persona o realizar un comentario descarnado sobre alguien que nos pregunta algo terriblemente obvio.
Solo hay un lugar posible en manifestar a los cuatro vientos que uno no miente y ese sitio es la hipocresía.
Mintiendo no se llega a ningún lado dicen nuestras abuelas, madres y maestras. Jamás he escuchado o leído que mentir trae piedad, genera paz y nos hace increíblemente más sociables. Pero es así. No lo escribimos porque queda feo.
No se puede ser juez, periodista, presidente, predicador, maestro, gurú, por dar ejemplos, y ser un mentiroso. No es posible en el mundo de hoy. Es inadmisible. No existen esos casos y de haber alguno la implacable marca de la moralidad y la ética caería sobre vosotros.
Nosotros no mentimos.