Por Raúl Martínez
Un rotundo «no» es el recibimiento de Paco, dueño de un puesto de ‘baurú’ -comida tradicional de Brasil similar a una hamburguesa-, al ver a la prensa; luego admite, como muchos comerciantes de la frontera entre Uruguay y el país vecino, que su negocio ha tenido pérdidas de hasta un 90 % en pandemia.
Esta es la realidad del comercio en una «frontera seca» que es en realidad un espacio público, la Plaza Internacional, en la que brasileños y uruguayos llevan una vida «binacional», en donde se habla extraoficialmente el «portuñol», una situación que se agudizó esta semana tras la medida tomada por el Gobierno de Uruguay del cierre de los ‘free shops’ (tiendas libres de impuestos).
Estas representan la fuente de empleo e ingresos de casi la totalidad del comercio uruguayo en la ciudad norteña de Rivera, que atrae a ciudadanos brasileños en busca de ofertas y que hoy es una de las más castigadas por la covid-19 en Uruguay.
Cambios de moneda de ambos países en kioscos improvisados en medio de una avenida, ventas de camisetas de Real Madrid, Barcelona, Nacional o Peñarol, comercios con precios en reales brasileños y seguidamente en pesos uruguayos, entre otros, son el día a día en la también conocida como la «frontera de paz».
Cientos de historias son las que rodean este sitio, que es testigo de la llegada de inmigrantes de diversos países en busca de una mejor vida y de aquellos que, en este mismo lugar, han dedicado más de 20 años a ver crecer su negocio con la esperanza de que la pandemia pronto sea solo un recuerdo.
VENTAS QUE BAJAN
«Han bajado bastante», afirma Graciela Mora Campos, dueña de un puesto de artesanías y artículos de cuero, mates y recuerdos, sobre las ventas durante los últimos meses, aunque no pierde la esperanza de que todo mejore.
«Seguimos en la lucha. Hay que continuar. Cuidarse y continuar. Han bajado mucho, un 80 %. Vendemos para los dos países y los clientes son uruguayos y brasileños, los fines de semana se vendía bastante bien, algún feriado y ahora estamos limitados», dice a Efe.
Mora Campos, uruguaya de nacimiento aunque trabaja del lado brasileño, es enfática sobre la reciente medida del Ejecutivo de Luis Lacalle Pou, que supuso el cierre hasta el 12 de abril de los ‘free shops’, una medida que, a su juicio, «no deja trabajar a la gente».
«Tienen que dejarnos trabajar. Nosotros tomamos todos los cuidados. Viste que acá no hay como hacer aglomeración, es abierto y ventilado y tiene todos los cuidados», sostiene.
Para esta artesana, lo más importante está en que «la gente se cuide» para que pronto esta región, que es la más golpeada y con la mayor incidencia de contagios en Uruguay por cada 100.000 habitantes según el índice de Harvard, pueda volver a la normalidad y prosperar el comercio.
COMETAS QUE VUELAN BAJO
«César». Así se identifica y, aunque no quiere hablar a la cámara ni posar para una foto, narra su historia. Lleva unos 25 años con la venta de cometas y «otros artículos», según la temporada, dice.
Es la realidad que debe enfrentar cada día en la que su negocio ha tenido pérdidas de hasta un 80 % durante los últimos meses.
«No ha sido fácil, solo queremos que todo mejore para tener prosperidad en nuestro negocio. Debo irme, porque debo atender otro negocio», dice al tiempo que deja encargada de las cometas a su hermana.
«César» es uno de los tantos que tuvo que buscar una fuente de ingresos extra a su trabajo habitual debido a la situación en una frontera amenazada día a día por la covid-19 y la llegada de la cepa brasileña P1.
CON DIOS, TODO; SIN ÉL, NADA
El 4 de febrero de 1981, Jesús llegó a la Plaza Internacional con la intención de tener un trabajo en el que pudiera estar tranquilo y en que, sobre todo, pudiera estar en contacto con la gente.
Han pasado 40 años y se ha mantenido en el mismo lugar, en el que vende, según sus asiduos y fieles clientes, «los mejores» panchos (perritos calientes) de la frontera y sus alrededores.
¿El ingrediente secreto? Sí, la humildad y su inquebrantable fe en Dios hacen que una salchicha entre dos panes con mayonesa, salsa de tomate, mostaza, un pesto «especial» y queso rallado sean lo que ha atraído a propios y extraños durante cuatro décadas.
«Gracias a Dios estoy bien, porque Dios no te deja faltar el suplemento, nada, no te deja faltar nada. No es necesario querer vivir encima de todo, no, sino como Dios te ordena. Si él te ordenó estar en una posición, quédate ahí como estas», afirma.
Jesús asegura que la pandemia no ha afectado su negocio, ya que otro de sus secretos es que «se cosecha lo que se siembra».
«Yo estoy bien, estoy más que contento. Si tenés a Dios, estás contento. Si creés en él, nada te falta», sostiene.
Con una progenie de tres hijos profesionales, doce nietos y dos bisnietos, Jesús asegura que no tiene intenciones -«hasta que Dios lo decida»- de dejar su puesto de panchos, en el que ha visto pasar generaciones y que continúan siendo fieles a sus humildes encantos.
EFE
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