Por Gabriel Kaplún
Algunos recuerdan los debates que animaba en la televisión uruguaya de los 60. Otros sus programas radiales que recorrieron las emisoras del continente. Sus libros sobre comunicación popular y educativa. Su trabajo con grupos y organizaciones de base. Su compromiso político, pedagógico y cristiano. Su presencia de viajero incansable en cada país de nuestra América Latina. “Tu viejo vive viajando”, me decían a veces. Me gusta pensar que ahora sigue viajando, y de ese modo viviendo entre nosotros.
La casa vacía
Aquí estoy, en esta casa donde ya no vive nadie y todo está tan vivo. Todas las habitaciones están vacías, pero una sigue llena de libros y papeles. No se que haré con todos ellos. Manuscritos, mecanografiados, fotocopiados o impresos: en todos está mi padre, leyendo o escribiendo, enseñando y aprendiendo
Otra casa vacía vuelve a mi memoria: la que abandonamos cuando mis padres y mi hermano menor partieron a Venezuela en 1978. Legiones de amigos desfilaban por allí despidiéndose… y llevándose objetos, libros y papeles ofrecidos de brazos abiertos.
Del mismo modo -imagino- habrán quedado otros libros y papeles por el camino en1952, cuando vinieron de Buenos Aires a Montevideo. Pero algunos navegaron con ellos hasta aquí y sobreviven tras más de medio siglo. Como estos dos amarillento anuncios de Radio Splendid de comienzos de los años 40 y que descubro por primera vez, junto con unos apuntes manuscritos más recientes.
El descubrimiento me lleva a recordar otro: un tesoro en tonos sepia encontrado en la casa de mi abuela, fotografías tomadas en la Rusia de sus antepasados, en la Córdoba de su niñez, en el Buenos Aires de su juventud y madurez. En muchas estaba mi abuelo Lázaro, grabador de metales, artesano paciente que apenas llegué a conocer.
Mucho antes de recorrer los veranos de mi infancia con su risa y sus incansables agujas de tejer, mi abuela Paula quiso ser maestra. Eran aquellas maestras-niñas que inventó Sarmiento: el magisterio era una opción de estudios secundarios que, a los 17 años, las dejaba ya prontas para salir a alfabetizar la Argentina. Diversas circunstancias frustraron su vocación, pero la inoculó en Mario, su hijo mayor.
Igual que hoy, eran pocos los maestros hombres y había una solitaria escuela normal mixta, a la que aquel adolescente llegaba cada mañana tras una larga hora de viaje en tranvía, levantándose muy temprano para aprovechar el boleto obrero a mitad de precio. A los 17 años, en1940, el maestro recién recibido descubre que para conseguir un puesto se necesitaban “recomendaciones” que no tenía.
Pero entre tanto, durante los años treinta, la casa de mis abuelos se había poblado de sonidos que salían de una caja de madera llena de válvulas. Hablando de amor o de humor, cantando o contando las guerras -la española, la mundial-, aquellos sonidos fueron decisivos para mi padre.
Días de radio
La pasión por la radio fue, antes que nada, una pasión de oyente. Pasión compartida por miles, en un Buenos Aires donde programas como “Chispazos de tradición” obligaron a los cines de barrio primero a interrumpir sus funciones para transmitirlos y luego a hacerles lugar para sus legendarias “fonoplateas”, dando de paso trabajo a cientos de actores y músicos desocupados por la crisis.
Uno de estos espacios fue “Platea Club”, de Radio Stentor, un programa de “actualidad cultural” cuyo director facilitó el inicio de una experiencia fermental que le propuso un joven Mario Kaplún de 17 o 18 años: el Club del Libre Debate, donde sábado a sábado una multitud de jóvenes discutía sobre todo.
Entre las asistentes había una tal Ana Hirsz, que no mucho después lo acompañaría por el resto de su vida. Entretanto Mario consigue por casualidad su primer trabajo como empleado para todo servicio en un estudio de grabaciones.
Grabar en los 40 era en realidad producir discos, o bien precarias grabaciones de uso publicitario con técnicas ya olvidadas, previas a la cinta magnética. Aquel estudio sobrevivía penosamente, hasta que una agencia decide concentrar allí la transmisión de los tres o cuatro radioteatros que, con el auspicio de una conocida marca de jabón, emitía cada tarde en distintas emisoras.
No para grabarlos, lo cual era imposible, si no simplemente para evitar las corridas de todo el equipo de actores, directores y guionistas de una emisora a otra. Viendo yo yendo tarde a tarde, Mario empieza a entender un oficio que lo acompañaría toda la vida.El 1º de setiembre de 1942, al día siguiente de cumplir sus 19 años, Radio del Estado y la Red Argentina de Emisoras Splendid emiten su primer guión: un programa de un ciclo sobre historia argentina, que formaba parte de la programación de la llamada “Escuela del Aire”.
Para aquella pionera experiencia de radio educativa este maestro sin aula había sido un hallazgo valioso, porque los guionistas comerciales no tenían interés o no se adaptaban y los educadores no conocían el oficio radial.
El maestro no volvió a las aulas hasta mucho después, pero la comunicación educativa lo había ganado para siempre. Según parece aquellos programas eran bastante retóricos y grandilocuentes y su autor rescata de esos días más bien el aprendizaje de un oficio: escribir dos guiones por semana, dirigir un equipo de actores y técnicos, salir al aire con un mínimo de ensayo, crear una ambientación sonora convincente con efectos artesanales… y todo directamente al aire, sin grabaciones. Las anécdotas de esa época integrarían luego la cultura familiar.
Mi abuela Paula vio frustrada una vez más su vocación. Mi abuelo materno entretanto, para explicar lo que hacía su yerno solía decir “¿Usted vio lo que dicen por la radio? Bueno, todo eso lo escribe él”. (Claro que en esa época Mario hizo varias otras cosas, como co-traducir el teatro de Chejov…).
Vamos a la tanda
La Argentina de los 40 y 50 es un país cruzado por golpes y contragolpes militares, marchas y contramarchas peronistas, debates abiertos y censuras veladas, censuras abiertas y debates velados. La censura peronista apunta por el lado ideológico.
La de los militares es con frecuencia de tono moralista, llegando a extremos ridículos como cuando les dio por defender la “pureza del lenguaje”, obligando al tango a decir “muchacha que me dejaste” en vez de “percanta que me amuraste”.
El ambiente se torna difícil para el radialista ya casado con la actriz. Junto a su primer hijo de dos años, cruzan el Río de la Plata y se instalan en Montevideo en el 52.Es el Uruguay batllista, el del segundo Batlle, don Luis, cuya presidencia es a la vez el auge y el fin del “país de las vacas gordas”, Suiza de América y campeón mundial de fútbol.
Un programa radial como “Buenas noticias”, encuentra buena acogida en Radio Carve y entre los oyentes y permite la continuidad de un oficio. Aunque no alcanza para vivir, y la publicidad se transforma entonces en un segundo oficio, que absorbe crecientes horas y llena nuestra casa de productos de auspiciantes, vasos y ceniceros con marcas y logos, regalos útiles e inútiles.
Tiempo después esta experiencia le permitiría una lectura crítica informada desde adentro, desde la construcción publicitaria experimentada con éxito… y creciente disgusto.
Aquel país laico, donde Estado e Iglesia se separaron tempranamente, fue sin embargo propicio para el pasaje de mis padres de un judaísmo heredado a un cristianismo asumido con convicción y reflexión.
Una vivencia de fe que luego se traduciría, por ejemplo, en una larga amistad personal e intelectual con el teólogo Juan Luis Segundo. Que los llevó también a vivir durante 1958 en el sur de Francia, en la comunidad no-violenta de El Arca, lejos de la luz eléctrica y cerca de la tierra. (En el barco de regreso yo venía como polizonte en el vientre de mi madre…).
A comienzos de los 60 un nuevo electrodoméstico empieza a atraer cada vez más miradas. La de mi padre mezclaba la percepción de sus potencialidad con la desconfianza.
Así, durante esos años produjo, con el seudónimo de Mario César, algunos de los programas periodísticos más exitosos de la televisión nacional y no había quien no lo reconociera por la calle. Pero en mi casa no había televisor…
Veinte años después, de algún modo el Club del Libre Debate revivía, ahora en la pantalla chica y con un formato de estructura dramática, la del juicio oral. “Sala de Audiencias” primero y “Las dos campanas después”, ponían en discusión a medio Uruguay. Según parece una de las premisas de la conducción era: “mientras me critiquen de ambos lados, estoy bien rumbeado”.
Pero sobre fines de los 60 la crítica empezó a venir de otro lado y se tradujo una vez más en censura abierta o encubierta…pero cada vez más completa. Mientras morían estudiantes en las calles, el horizonte se ensombrecía y el Uruguay se “integraba” del peor modo a Latinoamericana, bajo la transnacional del terrorismo de Estado.
La patria grande
Pero ya antes que eso los viajes habían comenzado. En primer lugar el que realizaron sus radioteatros (ahora sí, grabados) por todo el continente, en cientos de miles de discos y casetes, en centenares de emisoras y miles de grupos, en español, en quechua, en aymara, en portugués.
El Padre Vicente y Jurado 13, entre otros, ganaron una audiencia insólita e incesante: en estos días una emisora boliviana estrena por primer vez una de estas series, 25 años después de producida. Jurado 13 (otra vez el juicio oral, ahora en la ficción periodística) se hizo además sobre la base de lo que luego Mario llamaría “prealimentación”: un viaje por siete países latinoamericanos, donde Ana y él relevaron la vida, los sufrimientos y esperanzas que luego traducirían en centenares de programas.
En muchos de ellos anda mi voz (personaje infantil o adolescente) y la de mi hermano mayor (cantando y tocando la guitarra), entreverada con la de cien actores uruguayos de primer nivel, que debían hacer un esfuerzo permanente para disimular la pronunciación rioplatense y decir “aiuda” y no “ashuda”.
En algún momento mi padre habló y escribió sobre la modestia técnica de aquellos programas multipremiados. Con franqueza, creo que exagera. Aunque es cierto que el estudio de grabaciones no era de última generación y el equipo de producción casi familiar, el cuidado en la realización era absolutamente obsesivo.
El rigor con que dirigía las grabaciones resultaba francamente insufrible por momentos, pero, como le pasó luego en muchos otros ámbitos, a la larga todos terminaban agradeciéndolo. En junio del 73 el silencio cayó sobre todo el país y los canales y radios interrumpieron toda su programación para emitir marchas militares. Jurado 13 aún se escuchó un tiempo en alguna pequeña emisora del interior gracias a los buenos oficios de un obispo que todavía tocaba el acordeón y que, en su época de cura de barrio, había inspirado al Padre Vicente.
Al achicarse la patria adoptiva, mi viejo empieza a recorrer la patria grande latinoamericana cada vez con más frecuencia. Largas estadías en el Perú de Velazco Alvarado, otras más breves en Ecuador…
Finalmente la opción del exilio parece inevitable y aquella casa siempre llena de gente, por la que pasaron tantos uruguayos y latinoamericanos ilustres o anónimos, se quedó vacía. La familia ya no volvería nunca a vivir en el mismo país, disgregada entre España, Venezuela y Uruguay. Mis hermanos ya no volverían nunca del todo y yo en cambio nunca me fui. Ese desgarro pesó siempre para mis padres en los últimos veinte años.
Pero antes de la partida habían aflorado en Mario ya varias de sus nuevas preocupaciones: por la sistematización de lo que sabía y la facilitación de los aprendizajes de otros; por la investigación de la realidad comunicacional; por la educación para los medios, con su método de lectura crítica.
Respecto a este último fuimos en esos años, junto a un grupo de amigos adolescentes, gozosos conejillos de indias. Muchos de nosotros nunca olvidaremos lo cuestionador que resultaba por ejemplo vislumbrar que la publicidad, más que “generar falsas necesidades”, como solía-y aún suele- simplificarse, ofrece con frecuencia dudosos satisfactores a necesidades reales. También por esos años apareció su preocupación por el uso de las distintas teclas delos ya popularizados grabadores a casete…
Play-Rec
Entre sus últimos trabajos antes de partir de Uruguay en 1978 estuvo la puesta en práctica (luego explicitada y teorizada) del método del Casete-Foro, ese que en Venezuela alguien rebautizaría “Foruco”, porque “nos forma, nos une y nos comunica”.
El Casete Foro ponía su acento en la posibilidad de revertir la unidireccionalidad comunicacional y recuperar el sentido dialógico de la comunicación, frente al paradigma dominante informacional y transmisor. Tanto que en la evaluación de aquella primera experiencia Mario se declaraba insatisfecho respecto a la participación de los agricultores involucrados, porque para él el indicador clave de esa participación no era ni su escucha atenta ni sus intervenciones puntuales, sino sobre todo la cantidad de temas de debate en aquel foro propuestos por ellos en relación a los lanzados desde la coordinación del programa.
Utilizar la tecla “record” y no sólo la tecla “play” era un paso necesario, aunque no suficiente. Esta obsesión por la recuperación de la palabra, por “potenciar emisores”, ya no lo abandonaría jamás. Venezuela fue un campo especialmente propicio para ello, sobretodo a partir de su incorporación al CESAP (Centro al Servicio de la Acción Popular),en 1980.
A las decenas de cursos y talleres con grupos de base en todo el país se sumaron luego los Talleres Latinoamericanos de Comunicación Popular, por donde pasamos más de cien aprendices de comunicadores de todo el continente. De esa etapa tan fermental quedan, entre otros testimonios, uno de sus libros clave (“El comunicador popular”) y muchas semillas dispersas por toda América Latina.
En Venezuela en particular hasta hay una “Escuela Andina de Comunicadores Populares Mario Kaplún”, con sede en Mérida. Dicen que escrita en una en una pared, hay una frase de aquel libro: “Definir qué entendemos por comunicación equivale a decir en qué clase de sociedad queremos vivir”. Y tal vez también otra que dice: “Comunicación es una calle ancha y abierta que amo transitar. Se cruza con compromiso y hace esquina con comunidad”
Es de esa época también su creciente contacto con el ambiente académico, cuando las universidades de distintos países comienzan a tenerlo como invitado frecuente. Tal vez por eso fue natural que, a su vuelta a Uruguay tras la reapertura democrática, en 1985,participara activamente en la reestructura de la recién creada carrera de Ciencias de la Comunicación, diseñando y coordinando durante varios años la Opción de Comunicación Educativa.
El aprendiz
Estos últimos trece años en su patria adoptiva fueron tiempos de investigación y docencia activa, de escritura y reflexión, ahora ya decididamente en dos canales simultáneos: el académico y el del trabajo educativo con organizaciones sociales. En el último tiempo ambas dimensiones se conjugaron además en el programa universitario Apex (Aprendizaje y Experiencia), con sede en la popular barriada del Cerro de Montevideo.
A esto se sumó, entre otras cosas, alguna reaparición televisiva, columnas periodísticas y la militancia político-partidaria. Aunque tal vez el Uruguay no supo aprovechar al máximo sus potencialidades y eso reforzó su tendencia a aceptar muchas de las incontables invitaciones que recibía de todas partes.
Estos años significaron también un acento fuerte en su vocación pedagógica original, prefiriendo hablar de una “educación comunicativa” más que de una “comunicación educativa”. Con humildad, se puso a estudiar a fondo nuevamente las teorías del aprendizaje y sobre ellas y su relación con la comunicación escribió quizás algunos de sus textos más profundos.
Allí subraya el carácter social del aprendizaje y el hecho de que “se conoce lo que se comunica”, porque organizar el lenguaje es organizar el pensamiento. Varios de esos textos fueron recogidos por la Unesco, que esperaba todavía publicar alguno más. Se puede leer en ellos el hilo de un pensamiento vivo, siempre en movimiento y capaz de seguir aprendiendo. Por eso tal vez su “miniautobiografía”, escrita a pedido de amigos antes de los homenajes recibidos en 1992,se llamaba “Mis (primeros) cincuenta años de aprendiz de comunicador”.
Sus últimos trabajos, que quería y no pudo ampliar y profundizar, ponían una mirada lúcida sobre el universo virtual de la informática, sus potencialidades y límites pedagógico-comunicacionales. Desmitificando conceptos como el de interactividad, casi siempre referida a la relación hombre-máquina, y subrayando el de interacción, en tanto relación entre seres humanos. Recordando que la navegación solitaria en las autopistas de la información no puede remplazar el aprendizaje, esencialmente social. Mis últimas conversaciones con este viejo tan “cascarrabia” y exigente, tan querible e inteligente, giraron, pocos días antes de su muerte el 10 de noviembre pasado, en torno a esos temas y a esos libros que quedaron sin escribir.
Publicado en Carmelo Portal con autorización del autor.