Por Federico Anfitti
La memoria colectiva de un país, esa que con sangre, torturas e indiferencia quiso ser borrada de la retina, sigue vigente en Uruguay y cada vez son más quienes se abanderan en la búsqueda de los casi 200 desaparecidos durante la dictadura cívico-militar (1973-1985).
Pese a que, por segundo año consecutivo y a causa de la pandemia, los pasos de cientos de miles de personas que cada 20 de mayo caminan al unísono por el centro de Montevideo durante la Marcha del Silencio en reclamo de «verdad, memoria y justicia» quedaron de lado, las diversas iniciativas aportaron una fuerza inusitada.
La plaza Cagancha, epicentro de las manifestaciones masivas de Madres y Familiares de Detenidos Desaparecidos, se vistió con los carteles en blanco y negro con los rostros de las personas cuyo paradero se desconoce.
Retratados en postes separados por varios metros, marcaron su presencia cortando la avenida 18 de julio, la principal de la capital uruguaya, al tiempo que sus caras se proyectaban de manera sobrecogedora envueltas en humo mientras sonaban los 197 nombres.
Delante, la pancarta de «¿Dónde están? No al silencio, ni a la impunidad. Memoria, Verdad y Justicia», que es la proclama elegida para la 26ª edición de la marcha, se posó junto a miles de huellas pintadas de blanco sobre el asfalto.
Alba González, una de las integrantes del colectivo, leyó un mensaje que se difundió de manera virtual, en el que indicó que todas las iniciativas han estrechado a la gente «en un enorme abrazo que recorre todo el país y el mundo».
González recordó que «a pesar de las difíciles circunstancias» que vive el mundo actual, «mayo ha vuelto a ser el mes de la memoria» y que el colectivo seguirá batallando «hasta conocer toda la verdad» de sus familiares desaparecidos.
En cada nombre que se pronunció por los parlantes ubicados en la plaza, el tradicional grito de «presente» fue acompañado por los audios enviados por unas 17.000 personas por WhatsApp durante semanas a los organizadores para poder acompañar virtualmente el reclamo.
No obstante, unas 200 personas quisieron acompañar en la céntrica plaza la enumeración de los nombres de personas desaparecidas y también entonaron su «presente».
Junto a ello, historias de Instagram, publicaciones de Twitter o Facebook y miles de fotos o mensajes se hicieron virales durante la jornada para remarcar lo masivo de una protesta que lleva casi tres décadas instalada en la sociedad uruguaya.
La falta de personas caminando juntas en un río de silencio no impidió que los rostros de los desaparecidos figuraran en cientos de lugares en todo el país.
Igualmente, todavía hay quienes los niegan pese al constante reclamo durante décadas de un grupo de veteranos por sus hijos, nietos, hermanos o padres.
Los culpables de las torturas, desapariciones y asesinatos, que con sus rifles e impunidad arrojaron cuerpos a lo profundo de un río o los enterraron en un cuartel tienen claro que, detrás de cada una de las arrugas que el tiempo ha estampado en los rostros de los familiares, se sitúan cientos de miles que respaldan la búsqueda.
«Hoy venimos al barrio a dejar/ Farolitos de lindos colores/ Pa’que alumbren en cada zaguán/ Redoblando esperanza y coraje/ Con margaritas de amor y de paz / Por los chiquitos que faltan / Por los chiquitos que vienen / Uruguayos nunca más», rezaba un tema de la murga El Gran Tuleque en 1987, cuando ya comenzaba a resonar el reclamo que persiste hasta hoy.
Estas margaritas deshojadas a las que han cantado murgas u otros artistas locales se han visto reflejadas en las acciones de vecinos, colectivos sociales o representantes de la cultura.
Balcones, casas y muros se revistieron de símbolos, el cartel de «Presente», el de «Nunca más» o la pregunta que todavía sigue sin respuesta: ¿Dónde están?
EFE
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