Por Concepción M. Moreno
En una vitrina de madera, entre piezas de plata criolla y cerámica fina, reposa el retrato de faltriquera de la duquesa de Aveiro, aquella a la que una vez loó sor Juana Inés de la Cruz y cuya ‘foto-carné’ vuelve a cobrar vida gracias a una subasta que tendrá lugar este miércoles en Uruguay.
Ese retrato tan mínimo (9 x 7,4 centímetros) como íntimo (pues estas pinturas se usaban en el siglo XVII solo como presentación entre futuros contrayentes o como recuerdo familiar) muestra a una María Guadalupe de Lencastre joven, más similar al rostro que cuelga de las paredes del Monasterio de Guadalupe (Cáceres), donde también reposan sus restos, que a los del Museo del Prado o la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (Madrid).
Esos son los retratos conocidos de la duquesa de Aveiro (1630-1715), una noble de vasta cultura para la época y a la que la poeta novohispana denominó «claro honor de las mujeres» y le dedicó este verso protofeminista: «que probáis que no es el sexo de la inteligencia parte».
La miniatura que se subasta este miércoles en Uruguay conserva de manera parcialmente legible la inscripción posterior con el nombre de la duquesa y el agregado «mi madre», por lo que casi con total probabilidad pertenecía a Joaquín Ponce de León, uno de sus tres hijos y séptimo duque de Arcos.
EN CASA DE LA TÍA ABUELA
Por los frecuentes intercambios entre España y Latinoamérica, explica a Efe Sebastián Zorrilla, director de Zorrilla Subastas y encargado del remate del miércoles, «Uruguay es un mercado en el que no para de sorprender que aparezcan piezas de esta calidad», ya que, como argumenta, «las familias se venían realmente con todo, sobre todo en las épocas de guerra».
La pieza anónima, cuyo precio de salida es de 6.000 dólares y por la que la casa de subastas ya ha recibido varias consultas, forma parte del lote con la colección de Elina Gallinal Castellanos de Eguiluz, que le fue dado en custodia por Alejandro Gallinal Heber y sus antepasadas Elena Heber Jackson de Gallinal y Clara Jackson de Heber, todos integrantes de una distinguida familia uruguaya.
Federico Galcerán Bonasso, bisnieto de Gallinal Heber (1905-1980), detalla a Efe en una charla telefónica que la colección que se remata este miércoles y que también incluye dos bodegones de Juan de Arellano (1614-1676) es de su tía abuela, que murió sin hijos, por lo que la familia resolvió subastar sus obras de arte.
No obstante, desconoce cómo llegó a su familia este pequeño óleo sobre chapa de cobre, que él siempre vio colgado «en la pared» de la casa de su tía abuela.
«Mi bisabuelo estuvo muy vinculado a España y pudo venir por ahí», argumenta, al tiempo que define como «muy clásico» el gusto artístico de Gallinal Heber, quien en su estrecho vínculo con el mundo cultural español, conoció a personalidades como Miguel de Unamuno, Jacinto Benavente, José María Pemán o Gregorio Marañón.
Galcerán vincula obra a la escuela barroca madrileña y, aunque la autoría es anónima, considera que puede ser de algún alumno o pintor cercano a Velázquez (1599-1660), quien falleció antes de la llegada de la duquesa de Aveiro a España desde Portugal.
LA DUQUESA
María Guadalupe de Lencastre y Cárdenas tuvo un gran acceso a la cultura y, aunque el historiador español Rafael Valladares se resiste al «anacronismo de decir que era una mujer adelantada a su tiempo», gozó de unos conocimientos poco frecuentes para la época.
«Esta señora cuando llega a Madrid, como todas las aristócratas, promueve algún tipo de devoción religiosa, o se convierten en mecenas de alguna obra religiosa, fundan una capilla o promueven misiones. La duquesa de Aveiro, como toda su familia, está muy familiarizada con las misiones de jesuitas en China, India, Macao, Goa y Brasil», explica por vía telefónica a Efe.
Valladares reconoce que la duquesa «tenía una personalidad particular y fuerte», aunque lo considera un rasgo más de la aristocracia. «La extravagancia es un gesto de demostración de poder y superioridad social», agrega.
Estudios hechos sobre la duquesa muestran que había estudiado seis idiomas, que contaba con una biblioteca de más de 4.000 libros sobre variados temas y una colección de arte con obra de El Greco o Luca Giordano, entre otros, además de que contribuyó a extender la fe católica colaborando con las misiones.
Su nombre apenas tiene hoy reconocimiento público, aunque como indica Sebastián Zorrilla, la «calidad histórica» del retrato es destacable y su valor artístico «es excepcional».
«Es una pieza realmente de museo. Ojalá despierte el interés de alguna institución española, de algún museo o de algún coleccionista que quiera tener esta histórica pieza», agrega el rematador.
EFE