Aquella madrugada no terminaría bien. Desocupado y con 29 años esta persona caminaba por la noche carmelitana tal vez pensando cómo salir de los malos tiempos.
Para eso están los amigos, y tal vez ese fue el motivo para permanecer en la casa de uno de ellos, hasta las dos o dos y media de la mañana, como señala el parte policial, conversando, buscando un consejo o pasando un rato con alguien que sabe escucharte.
La visita a lo de su amigo terminó y ya solo rumbo a su casa, caminando, empezó todo el relajo.
De pronto siente que alguien lo empuja y al darse vuelta percibe a dos muchachos con intenciones no muy amigables.
Primero a golpes de puño y pegando patadas le piden el celular y el dinero.
¿Cómo hacer entrar en razones a alguien que empieza a pedirte cosas materiales de una forma tan dura? No hay posibilidades de explicar que no hay laburo, que no se tiene nada.
Mientras tanto, uno de los atacantes lo tira al piso y con el pie le apretaba la cabeza, otro le revisaba la ropa y entre ambos lo amenazan entonces con un arma blanca.
Las imágenes se suceden, la violencia no tiene fin, lo tiran a una zanja, él corre e intenta ingresar a la casa de un vecino quedando enganchado en el tejido perimetral.
En ese momento uno de los delincuentes logra robarle sus Nike deportivos, color negro, talle 41 para ser más precisos. También surge otro detalle de sus championes y es que estaban «un poco despegados en la punta y uno de ellos con un pequeño enganche.»
Ya en la policía, sin sus Nike, muestra los raspones en los codos y en la parte de la cintura.
La policía registra cada detalle del episodio, para finalizar el informe con un rotundo: «se trabaja».
Parece un capítulo de una película en Netflix, en algún lugar lejano, pero no, la historia es real, sucedió aquí cerca, en la esquina de Roosevelt y Roberto Bertolino.
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