Por Alejandro Prieto
La sutileza de las pinceladas finas, la estructura áurea y el misterio escondido entre rostros inexpresivos y serenos paisajes forjan el estilo de la uruguaya Elsa Andrada, alumna y nuera del creador del Universalismo Constructivo, Joaquín Torres-García, cuyas obras se exhiben en su país por primera vez en más de 50 años.
Albergadas por los dos pisos que les dedica el Museo Gurvich, en pleno casco histórico de Montevideo, y con la cúpula de la Catedral capitalina de fondo, aguardan pacientemente la primera visita; y es que, transcurrido más de medio siglo desde la última muestra individual de la artista en Uruguay (1968) y 44 años desde su exposición en la galería Syra de Barcelona, puede decirse que las obras de Andrada (1920-2010) saben esperar.
TALENTO DE PERFIL BAJO
«Si esto sale bien vamos a hacerle justicia a una gran artista, porque ella promocionó a todos pero no se promocionó a ella misma», apunta a Efe la curadora María Eugenia Méndez tras un recorrido por la muestra, cuya inauguración, prevista para marzo, se aplazó a este jueves por el cierre de museos por la covid-19.
Las palabras de Méndez aluden a la personalidad de Andrada, ya que, puntualiza, en la serie de entrevistas con colegas y familiares para la exhibición «Elsa Andrada. Una mirada en lo sutil y eterno», muchos afirmaron que la artista tenía «un perfil muy bajo».
De todas formas, la comisaria destaca que, en los testimonios y publicaciones recabadas, se evidencia que era «muy activa» y una «gran promotora cultural», que impulsó siempre a otros artistas de su círculo, incluido su esposo, el pintor Augusto Torres (1913-1992), segundo hijo del maestro de la Escuela del Sur.
Sin embargo, solo un vistazo al catálogo de la muestra da la pauta de su prolífica carrera, ya que, como destaca Méndez, si bien varias pinturas y esculturas prestadas por su hijo, Marcos Torres, y coleccionistas privados nunca estuvieron expuestas, Andrada participó en más de 80 exhibiciones colectivas.
EL COMPÁS DE LOS TORRES
Tras lograr, con insistencia, acudir a clases con una profesora, Andrada comenzó a formarse en pintura a los 23 años, aunque esta primera etapa duró poco, ya que en 1943 ingresó al Taller Torres García, dictado por el artista uruguayo desde un año antes, tras su periplo vital que le llevó por España, Estados Unidos, Italia o Francia.
Allí Andrada conoció a Augusto Torres y se embarcó en uno de los primeros grandes proyectos colectivos del taller: la serie de murales para el Hospital Saint Bois de Montevideo.
Como detalla la experta, este proyecto, para el cual Andrada pintó el mural «El tambo», diseñado en el estilo constructivista característico de la escuela, marcó un hito en su carrera; en esta etapa la artista también produjo como ejercicios del taller numerosos bodegones y retratos.
En la sección de la muestra dedicada al período formativo, pueden verse versiones del proyecto de vitral que Andrada ideó para un concurso entre los alumnos del Taller, que finalmente ganó, concretándose su diseño en un panteón en el norte del país.
Asimismo, como destaca Méndez, Andrada, que continuó en el taller tras la muerte del maestro, adquirió entonces los conocimientos de geometría y proyección, las bases teóricas y la versatilidad de técnicas de las que no se desprendió en las obras de su etapa madura.
SUTIL Y MISTERIOSA
Las estadías en París, Barcelona, Madrid y Nueva York, entre otras, fueron clave para el matrimonio Torres Andrada y, en esa itinerancia, en particular entre los años 70 y 80, la uruguaya comenzó a desarrollar pinturas con una impronta propia, entre las que destacan su serie de retratos y «paisajes metafísicos».
De los primeros, por los enigmáticos rostros, Méndez resalta un carácter «misterioso» y ve «tenues reminiscencias» a Amadeo Modigliani, mientras que en los segundos reconoce una clara influencia del también italiano Giorgio De Chirico, aunque con una clara estructura heredada del constructivismo.
«Además de ser concebidos desde la estructura ortogonal, en algunos casos cuando hay perspectiva está supeditada a la estructura (…), se puede ver que esas enseñanzas que calaron hondo siguen estando», acota sobre los paisajes.
Marcos Torres va más allá en su dedicatoria para la exposición, en la que apunta que la obra de su madre «muestra la amplitud y la versatilidad del Arte Constructivista» con una «orientación existencial» que mantuvo «hasta el final».
Está claro que lo «sutil» de sus tonos pastel y el carácter metafísico y onírico de sus pinturas hablan de una artista que, sin perder su horizonte constructivista, trascendió la escuela y revive con sus obras en las salas del Museo Gurvich.
EFE