Por Santiago Carbone
«Se nos cayó el puente encima». Así de rotunda se expresa Verónica Baldassini al hablar de la enfermedad que aqueja a su hermana, a la que, pese a los 35 kilómetros que las separan, no puede visitar como le gustaría por las restricciones fronterizas impuestas entre Argentina y Uruguay por la pandemia.
Su caso es uno de tantos de personas que llevan vida binacional entre la uruguaya Salto y la argentina Concordia -distantes 7 kilómetros en línea recta- y a las que la prohibición de cruzar el puente internacional Salto Grande dejó sin abrazos familiares y sin ingresos económicos.
Además, frente a la habitual hora de recorrido entre ambas ciudades, debieron transitar en algunos momentos casi 1.100 kilómetros para ir de Salto a Montevideo, de ahí en barco a Buenos Aires y después a Concordia.
Este 1 de noviembre, cuando se reabren las fronteras de Argentina y Uruguay para los turistas foráneos con esquema de vacunación completo y PCR negativo, las casi 350 personas que integran el Grupo Puente piden la flexibilización del tránsito vecinal, pues no pueden asumir el costo cotidiano de un test y un seguro de salud.
EL OTRO LADO DEL CHARCO
Así lo cuentan a Efe varios integrantes del colectivo, que antes pasaban de Salto a Concordia (y viceversa) una o varias veces por día para visitar a familiares, para estudiar y trabajar o, simplemente, para pasear.
Cada tanto se citan en la orilla del río Uruguay con banderas y carteles. Todos ellos están identificados, por lo que, argumentan, las autoridades tendrían acotada la concesión de permisos. Enfrente, apenas a unas cuantas brazadas, está Argentina: una dolorosa constatación visual.
Sin poder acompañar a su hermana durante el tratamiento, y aunque consiguió una excepción por razones humanitarias para poder visitarla en una oportunidad en Concordia, Baldassini asegura que sus padres están «desesperados» por no poder estar junto a su hija.
«No sabemos hasta cuándo la vamos a tener», apela desesperada.
También Natalia Ferreira, uruguaya casada con un argentino, residente en Concordia y con trabajo en Salto, rememora «el dolor más grande» de estos 19 meses de separaciones, que fue la muerte de su madre y explica: «Lo laboral, más o menos uno le encuentra la vuelta».
«Ella era muy apegada con mi hijo y creo que la afectó muchísimo, no poder verlo en todo este tiempo. Mi hijo no se pudo despedir de ella y ella me pidió hasta el último día por él», asegura sobre el largo viaje que hizo para acompañarla en sus últimos días y cómo, tras su muerte y sin ánimo para semejante rodeo, pidió cruzar el puente. Le denegaron el permiso.
Doris Correa, una de las coordinadoras del colectivo, toma su celular para llamar a una de las compañeras que está «del otro lado del charco» y esta, inmediatamente, levanta su mano para saludar a la distancia.
En alguna oportunidad, dice Mariana Rodríguez desde Concordia, fueron los intercambios de luces los que le hicieron sentir que su familia estaba cerca.
AMOR Y TRABAJO
Ambas sueñan con reencontrarse pronto con sus seres queridos.
La primera tiene en Concordia a su pareja con quien no comparte «un domingo al mediodía, un almuerzo o una caminata» desde hace ocho meses. «Todo lo que una pareja o una familia comparte, todo eso nos cortaron a nosotros», puntualiza y asegura que el reencuentro será emocionante.
Igualmente Rodríguez expresa: «Yo sueño todos los días cómo va a ser ese reencuentro, si me voy a shockear, si voy a llorar. Un día lo soñé, iba en el auto con matracas, con ruido. También he soñado que para un auto, tocan timbre y es mi mamá o mi hermana. Todos los días el mismo sueño seguido de poder reencontrarnos».
«Es inaguantable esta situación». Así define la situación Jessica Álvarez, argentina de nacimiento y residente en Salto, quien reclama: «Yo lo que quiero es volver a trabajar, todos los días levantarse y estar esperando la noticia que estamos esperando todos, que flexibilicen el cruce».
Mientras, Franco Rodríguez cuenta que se mudó a Concordia hace cuatro años para estudiar, lo que le separó de su familia. Un año sin la visita de sus padres y una enfermedad que atravesó su progenitor, en la que él no pudo acompañarlo, fueron detonantes para que decidiera retornar y dejara de asistir a las clases presenciales.
«Espero que se solucione lo antes posible, ya hace un tiempo que perdí un poco las esperanzas», concluye.
Pese a esto, todos luchan por un objetivo en común: lograr un protocolo flexible para volver a cruzar el puente como siempre hicieron. De esta forma, los vecinos de dos pueblos que viven como uno podrán reanudar la vida que se paralizó por la covid-19.
EFE
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