Latinoamérica es una de las regiones del mundo más avanzadas en ciencia abierta y lo es por la «necesidad» de sus expertos para continuar una larga tradición en investigación con bajos recursos para desarrollarla.
Así lo afirma Guillermo Anlló, responsable regional del Programa de Política Científica, Tecnológica y de Innovación de la Unesco, en entrevista con Efe en el marco del Día Internacional de la Ciencia y en plena celebración en París de la Conferencia General de esa agencia de la ONU, de la que se esperan acuerdos mundiales en ciencia abierta e inteligencia artificial.
«La región tiene fuerte y larga tradición en comunidad científica, pero con pocos recursos e inversión, por lo que ha peleado mucho para esas sinergias y cooperación», explica el experto argentino, quien remarca que, fuera de que Europa y Estados Unidos son «los grandes ejes de ciencia», Latinoamérica fue de avanzada «por necesidad».
Las redes Cielo y Latindex o la institución CLACSO (Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales), promovida por la propia Unesco, son ejemplos de espacios compartidos con acceso público y abierto a los contenidos que suponen para la región un hito en ciencia colaborativa.
Y, como el propio Anlló indica, el reconocimiento a la región se advierte en el hecho de que Fernanda Beigel presida el Comité Asesor Internacional en Ciencia Abierta de la Unesco, que integran otros cuatro representantes de países latinoamericanos: de Brasil, Uruguay, Venezuela y Colombia.
La ciencia abierta, al decir del experto, «debe romper ciertos parámetros de la cultura científica tradicional», como las sesgadas evaluaciones «entre pares» o las publicaciones en «grandes editoriales científicas», que «son el mejor negocio legal privado del mundo, con un margen de ganancia neto arriba del 35 %», y también abrirse a la agenda de demandas sociales.
«Una ciencia abierta debería abrir la agenda y traer otros problemas que deberían ser atendidos no solo por investigadores locales sino por los grandes centros de salud del mundo», apunta.
INTELIGENCIA ARTIFICIAL: ¿LA PRÓXIMA PANDEMIA?
Una conocida plataforma de contenidos audiovisuales nos sugiere una película en base a nuestros gustos o una empresa nos publicita por correo un producto a partir de una búsqueda en internet. Son algunas de esas pequeñas acciones que ya hemos incorporado a la cotidianidad y que son ejemplos de inteligencia artificial.
Las dimensiones éticas de este avance tecnológico centran también los debates de París, ya que, a su lado beneficioso, como pueda ser la detección precoz de un cáncer o la cura de un trauma psicológico, se agregan los riesgos sobre la estimulación para el consumo o la manipulación mental con fines negativos.
«Todos estos fenómenos que estamos viendo en la plataforma de las tecnologías de la comunicación e información, que ya nos inciden, no sabés el vértigo que significa cuando a eso le incluyes la parte biológica. Ya está en laboratorios, no hablo de ciencia ficción, estoy hablando de realidad: el chip en la cabeza para cambiar memorias y recuerdos es una realidad», comenta.
El que fuera subsecretario de Tecnología e Innovación en el primer Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación de la Provincia de Buenos Aires entre 2016 y 2017 dice que suele hacer el chiste de que «la próxima pandemia será la inteligencia artificial o la neurociencia», ya que «va a tener efectos semejantes y, por tanto, hay que estar preparados».
En su opinión, en el terreno de la inteligencia artificial Latinoamérica tiene «algo débil en la pata académica», ya que sus talentos «se fueron al exterior», mientras que el sector público «viene bastante más atrasado», sin haber conseguido «conformar buenos comités de identificación del desafío que implica y la oportunidad».
Y, una vez más, insiste en que los países de la región deben «compartir» todos sus esfuerzos en ir hacia una agenda única, considerando que ya tienen «historias de vida genética» comunes, «demandas sociales» similares y «desafíos globales» que van a impactar a todos por igual, como el cambio climático o las migraciones.
EFE