En la Ciudad Vieja, el casco histórico de Montevideo, una de sus zonas más turísticas y también de mayor actividad en días laborables, la guerra de sidra, los calendarios destrozados en millones de pedazos y los baldazos de agua desde las ventanas son, desde hace años, un clásico del 31 de diciembre.
Ni siquiera la llegada de Ómicron, la variante del coronavirus SARS-CoV-2 que puso al mundo nuevamente en alerta, hace que esta tradición cambie en un país que se siente seguro por la alta concentración de personas vacunadas contra la covid-19 e incluso con dosis de refuerzo.
En varios rincones de Uruguay, donde más del 75 % de la población completó el esquema de vacunación y 1,5 millones de los 3,5 que habitan el país recibieron una tercera dosis, habrá fiestas con música y bailes, algo que se transformó en moneda corriente desde hace varios meses.
El país que nunca confinó a su población y que apeló a la «libertad responsable» de los ciudadanos no tomará medidas distintas a las habituales para el comienzo de una temporada de verano, en la que se aguarda por la llegada de millones de turistas y en la que se vacunará a los menores de entre 5 y 11 años.
Familias y, sobre todo, grupos de amigos se reunirán en torno al tradicional asado hecho en la parrilla, pese a las altas temperaturas, y brindarán por el inicio del nuevo año, marcado por el lanzamiento de fuegos artificiales.
No obstante, siguiendo recomendaciones de organizaciones que velan por los derechos de las personas autistas y de los animales, así como la regulación de varias intendencias (gobiernos regionales), su uso se vio reducido en la pasada Nochebuena.
Mientras, transita una pandemia que deja entre 200 y 400 nuevos infectados por día, aunque las muertes y los ingresos a cuidados intensivos no sufrieron un aumento significativo, por lo que habrá fin de año con recomendaciones pero sin prohibiciones para festejar.
EFE