Por Concepción M. Moreno
Activista desde joven y guerrillera en las décadas de los 60 y 70, la exvicepresidenta uruguaya Lucía Topolansky recuerda que inició su carrera política abriéndose «un lugar a los codazos» como mujer y que, aunque «hay mucho que crecer todavía», las nuevas generaciones ya «tienen otra postura frente a la vida».
Días después de renunciar a su escaño en el Senado y cerrar su etapa de 22 años como legisladora, recibe a la Agencia EFE en la chacra (finca rural) donde vive con su esposo, el exmandatario José Mujica (2010-2015), y repasa una trayectoria que la convirtió en 2010, aunque de manera interina, en la primera mujer que presidió Uruguay.
«Estrené varias cosas», afirma entre risas al repasar su historial institucional: senadora más votada de la lista más votada -que la llevó a tomar juramento a su marido en la toma de posesión-; primera mujer presidenta -por ausencia de Mujica y del vicepresidente, Danilo Astori, algo que luego repetiría con Tabaré Vázquez (2015-2020)-; y primera vicepresidenta -por renuncia en 2017 del electo Raúl Sendic-.
NEGOCIADORA CON CARÁCTER
Al hablar de sus comienzos en una familia numerosa, de posición acomodada y formación católica, en la que su madre le enseñó el valor del ahorro e, incluso, debía negociar la compra de una bici con dos de sus seis hermanos, dice que «en ese momento no estaba planteado lo del feminismo y una cantidad de derechos que están hoy» y que, aunque no era su caso, «muchas compañeras para todo tenían que pedir permiso».
«Creo que ya, cuando uno habla con las niñas, con la gente bien joven, ya tienen otra postura frente a la vida. Aunque no se lo hayan explicado, ya son de esta época», explica al analizar el papel de la mujer hoy, muy diferente al que vivió ella, nacida durante la Segunda Guerra Mundial y que en septiembre cumplirá 78 años.
Su fuerte carácter, que le dio el apodo de ‘La Tronca’ en su época de pertenencia al Movimiento de Liberación Nacional (MLN)-Tupamaros, la llevó a no querer «ninguna atadura con nada» para tomar sus decisiones «lo más libre posible» y porque, afirma, así «la batalla la podía desarrollar mejor».
«Por eso me vine a casar de vieja cuando a Pepe se le ocurrió decir en la televisión que nos íbamos a casar. Y ahí me enteré», sonríe.
En 1967, con 23 años, empezó a militar en el MLN junto a su gemela, María Elia, y tres años después fue detenida por primera vez. Se fugó meses después, junto a decenas de reas, en la llamada Operación Estrella y en 1972 fue apresada de nuevo. Así permaneció hasta la amnistía al término de la dictadura cívico-militar (1973-1985).
De su tiempo en la cárcel, rescata que «la convivencia es una gran negociación», rasgo que después le ayudó en la política institucional.
Siente que la lucha por la igualdad de la mujer empezó a instalarse a la salida del régimen autoritario y que, por suerte, ahora es «otro momento de la sociedad», en el que puede verse a mujeres «en tareas que nunca era pensable», como la ciencia, la construcción o el puerto.
«En Uruguay en el Poder Judicial dentro de poco se va a pedir cuota masculina», bromea, en alusión a que, desde febrero de 2022, la Suprema Corte de Justicia tiene una histórica mayoría de mujeres, con tres de cinco miembros.
POLÍTICA Y MUJER
En 1989 cofundó el Movimiento de Participación Popular (MPP), que se integró en el Frente Amplio, coalición de izquierdas nacida en 1971, y en 1995 obtuvo plaza de edila (concejal) en Montevideo; entre 2000 y 2005 fue diputada nacional y, desde 2005, senadora -cargo que dejó para ocuparse de la Vicepresidencia entre 2017 y 2020-.
En la sesión del pasado 2 de marzo, en la que se leyó la carta de renuncia de Topolansky y a la que no acudió, la actual presidenta de la Asamblea General -y vicepresidenta de la República-, Beatriz Argimón, resaltó las charlas personales habidas entre ambas, en las que compartían cómo sus vidas estaban influidas por la política.
A ese respecto, la exguerrillera espeta que sus renuncias son las mismas que cualquier persona que, ante una «bifurcación del camino», debe elegir «esto o esto», pero reitera una norma de vida: «Hay que vivir al mango (al máximo), dar todo en cada día, y te podés equivocar también, pero no es lo mismo que vivir a medias».
No obstante, reconoce haberse encontrado con «dos discriminaciones» como legisladora: una, la idea preconcebida de que «la mujer se ocupara de los temas sociales» -y que, por eso, ella eligió los asuntos económicos-; y otra, no tener «ningún título» -pues se considera aprendiz en «la universidad de la vida»-.
Para Topolansky, el «factor fundamental» para promover la igualdad de la mujer es «la liberación económica» para «tomar las decisiones sin depender», a la que agrega, posteriormente, «la capacitación y el reclamo de los lugares de dirección».
EFE
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