Por Alejandro Prieto
Lejos de la aspiración a lucirse con una perfecta «pirouette» o un impecable «pas de deux», es la euforia del trance que se vive en el escenario lo que enciende la pasión de las bailarinas que, negadas a que la discapacidad ponga barreras, apostaron por soñar a lo grande.
«La danza es el lenguaje oculto del alma. Los grandes bailarines no son grandes por su técnica, sino por su pasión», decía la célebre bailarina estadounidense Martha Graham, cuyas palabras resuenan, de una forma u otra, en el sentir de quienes encuentran en este arte su vocación.
También, para muchos, salir al escenario significa dejar atrás el peso de un día a día cargado de barreras, problemas o incluso prejuicios y así lo sienten quienes esta semana tomaron los escenarios de Uruguay en el tan pionero como inclusivo Festival Sin Límites.
Este festival impulsado por el ente público que reúne los elencos nacionales de Uruguay, el Sodre, con apoyo del Fondo Espacios Europeos de la Cultura (EUNIC), enlazó el disfrute con la reflexión con una apuesta a la danza inclusiva o «danceability» de una magnitud inédita para el país.
AHUYENTAR LOS MIEDOS
«Yo en realidad le tenía muchísimo miedo a la danza desde muy pequeña», confiesa, en diálogo con la Agencia Efe, la joven bailarina ciega Nicole Viera, quien, de la mano de los cursos que tomó en las escuelas de arte de Primaria, comenzó a superar ese temor.
«Tuve la oportunidad de hacer folclore (…) dos años, eso hizo que perdiera mi miedo. Pasé brevemente por el candombe, un año y medio, lo que también fue una experiencia súper enriquecedora, y después reconocí ante mí que mi sueño era hacer ballet», resalta.
Como relata en un artículo del blog Comunicación Universal, la bailarina de 20 años se enamoró del ballet a los seis cuando fue a presenciar la actuación de una amiga y su madre le describió los movimientos tanto del baile como de telón y escenografía, experiencia sin la cual no habría decidido dedicar su vida a la danza y su corazón al arte.
Como la exigencia de esta disciplina clásica, que tiene en Uruguay como referente más conocida a la exbailarina galardonada con el Benois de la danza y actual directora del Ballet Nacional María Noel Riccetto, suele superar la de otros estilos, para Viera no fue fácil emprender ese sueño.
«Me costó muchísimo encontrar un docente que quisiera y pudiera enseñarme hasta que en 2019 encontré a alguien y desde entonces ahora no he parado, tuve algún pequeño corte por pandemia y la vida pero no (paré)», expresa.
Otra es la historia de Nahlea Ferrés, quien, junto a Viera y otros siete bailarines, formó parte del elenco que abrió el festival uruguayo con la obra «El hilo rojo».
Para Ferrés, a quien le falta un brazo, la dificultad estuvo en asumir que podía bailar a nivel profesional, pues hace 11 años se dedica a ello en encuentros de danza contemporánea o «jams de improvisación».
«Nunca consideré que la danza fuera un espacio en el que yo pudiera ocuparme profesionalmente; por eso me dediqué a otra profesión que amo mucho, soy psicóloga», apunta, y dice que la participación en este festival supuso romper con esa barrera.
EL HILO Y EL TRANCE
Con la coreógrafa española Ingrid Molinos al frente y la leyenda japonesa que dice que «un hilo rojo invisible conecta a aquellos que están destinados a encontrarse» como trasfondo, bailarines con Síndrome de Down, discapacidad motriz o ceguera celebraron sus diferencias en un espectáculo único.
«Hemos tenido en total 14 días de trabajo», resalta Molinos, quien asegura que en el proceso se superaron obstáculos pero, en definitiva, fueron los protagonistas quienes, «a través de sus improvisaciones y su propia inspiración», redondearon la pieza.
Para Ferrés la experiencia fue tan importante que, dice, le quedará marcada «de por vida».
«Si tengo nietos poder compartirles a ellos esta experiencia maravillosa, enriquecedora (…). Fue una oportunidad de ocupar este espacio, habitarlo y también sentir que represento a otras personas con discapacidad; que otros cuerpos distintos a los hegemónicos están acá representados bailando», subraya.
Contenta con el grupo humano que se formó para la obra, y preguntada sobre qué siente al bailar, Viera asegura que no lo sabe exactamente, pero sí entra «como en un trance».
«Yo en los ensayos estoy presente, en las clases también, y cuando estoy arriba del escenario me voy, no sé qué hago ahí, no sé qué pasa -ríe-, entro como en una especie de trance y eso lo amo», resalta quien además adora el ballet por «su música, sus pasos, la precisión, la estructura, el equilibrio, el control y el descontrol».
Por último, la bailarina dice no ser «embajadora» pero creer que sí puede mostrar con su ejemplo que cualquiera, «independientemente de su situación de discapacidad» puede bailar si así lo quiere.
«Ya hay un antecedente de alguien ciego que hizo ballet y eso quiere decir que los docentes pueden enseñar, los estudiantes aprender y las compañías aceptar, partamos de esa base», concluye.
EFE