Panópticos en Latinoamérica: Del ocaso de las libertades al apogeo cultural

Ex-cárcel de Miguelete.

Por Claudia Polanco Yermanos

La vigilancia y el control extremo que se impuso en las cárceles de América Latina a partir de 1834 con el modelo arquitectónico panóptico, luego de experimentar el ocaso por su amenaza latente a los derechos de los prisioneros goza hoy de una segunda oportunidad con la irrupción de la cultura en esas construcciones, cargadas de polémica y dolor.

La idea que propuso el filósofo inglés Jeremy Bentham en 1791 de construir edificaciones cuya parte interior se podía ver toda desde un solo punto, casi siempre una garita o faro, caló en la sociedad americana que encontró en ella una oportunidad para reprimir el comportamiento delictivo.

Así, la primera cárcel panóptica de América fue la Penitenciaría del Estado del Este, cuya edificación empezó en 1821 en Filadelfia (EE.UU.) y albergó tras las rejas, entre otros, al jefe de la mafia Al Capone, en 1929.

Este modelo, que llegó a ser la estructura pública más grande y costosa de Estados Unidos, se hizo mundialmente famosa al conseguir que los presos creyeran que estaban siendo observados siempre, lo que llevó a que lo imitaran en más de 300 prisiones, entre ellas varias latinoamericanas.

De hecho, la primera prisión panóptico en América Latina fue la Casa de Corrección, en Río de Janeiro, cuya construcción empezó en 1834, y le siguieron otras en Chile, Perú, Argentina, México, Colombia, Costa Rica, Uruguay, Ecuador y Cuba.

REINVENCIÓN DE UN COLOSO

La crisis de los panópticos comenzó entre finales del siglo XIX y comienzos del XX, motivada principalmente por el crecimiento de las ciudades.

Por tanto, «era un despropósito tener un presidio, sinónimo de delitos y violencia, y en donde había tensión constantemente, en pleno centro urbano», explica a Efe el antropólogo e historiador Germán Ferro Medina.

A lo anterior se sumó el alto costo de mantener a los reclusos en celdas separadas y el aumento de la delincuencia, que no pudo ser contenido por el efecto represor del panóptico.

Esto llevó en 1971 al cierre de la Penitenciaría del Estado del Este, que había sido declarada Monumento Histórico Nacional en 1965, y en donde hoy se pueden hacer recorridos para conocer esa parte del pasado tormentoso de América.

Del lado latinoamericano, la penitenciaría de Escobedo, en la ciudad mexicana de Guadalajara, fue el primer panóptico en ser demolido, en 1933.

Mejor suerte tuvo la Penitenciaria Central de Cundinamarca, en Bogotá, al ser la primera remodelada en la región para convertirse en el Museo Nacional de Colombia.

«El diseño de este centro de reclusión fue encargado al arquitecto danés Thomas Reed y se dio durante las reformas liberales de mediados del siglo XIX, entre las que figuraban la modernización del sistema penal y carcelario, que implicaba que las prisiones no solo fueran para el castigo sino para reformar a los presos», relata a Efe la curadora del museo, María Paola Rodríguez.

Aunque su diseño no correspondía estrictamente con el panóptico de Bentham, esta penitenciaría tenía dos ejes en forma de cruz y tres pisos.

En el primero, se hacían las actividades colectivas de los presos, como los talleres de carpintería, herrería, zapatería, encuadernación y tejido.

En la segunda planta estaban las celdas, la enfermería y la capilla, y en el tercer piso, más calabozos.

Si bien entre 1930 y 1940 el edificio se deterioró, seis años más tarde el Gobierno decidió construir nuevas cárceles y trasladar el Museo Nacional de Colombia, fundado en 1823 y que había tenido varias sedes, al panóptico.

«Cambiar la significación y el uso como penitenciaría y asignarle una nueva función cultural fue un elemento innovador en América Latina, que marcó el camino para que otras cárceles panópticas experimentaran esa misma transformación», comentó Rodríguez.

De este modo, el 12 de abril de 1946 se trasladaron los presos a la entonces moderna Cárcel La Picota y así se terminó una parte de la sangrienta historia del país cafetero marcada, especialmente, por la Guerra de los Mil Días.

Ese conflicto civil, en el que se enfrentaron liberales y conservadores entre el 17 de octubre de 1899 y el 21 de noviembre de 1902, hizo que a la Penitenciaría llegaran presos políticos, entre ellos unos 5.000 de corriente liberal, para ocupar solo 207 celdas.

Aunque el hacinamiento y la humedad del lugar hicieron que fuera conocido como «La Gusanera», una vez se hicieron las intervenciones arquitectónicas para que el panóptico albergara al Museo Nacional se programó la inauguración para el 9 de abril de 1948, en el marco de la Novena Conferencia Panamericana.

Sin embargo, y como si sus muros hubieran sido condenados a ser testigos de los hechos más violentos de Colombia, ese día ocurrió El Bogotazo, como se conoce al asesinato del caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán, que hizo que en la ciudad se viera sacudida por una ola de saqueos e incendios, con una cifra de muertos indeterminada que oscila entre los 500 y los 3.000.

La inauguración se aplazó hasta el 1 de mayo de 1948, y en 1975 el edificio fue declarado Monumento Nacional.

Desde entonces, ese espacio, ubicado en el corazón de Bogotá, se transformó en salas para exposiciones en donde se pueden descubrir elementos importantes de Colombia a través de las colecciones de arte, historia, etnografía y arqueología.

Además, se conservan algunas de las celdas originales y próximamente se abrirán varias bóvedas en donde se exhibirán dibujos hechos por los presos durante la Guerra de los Mil Días, para que lo ocurrido permanezca en la memoria.

GRANDES NOMBRES DE LA HISTORIA LATINOAMERICANA

En México, el Palacio de Lecumberri fue una cárcel entre 1900 y 1976 y en ella estuvieron el revolucionario Pancho Villa, el pintor David Alfaro Siqueiros, luchadores sociales como Valentín Campa y Demetrio Vallejo, el escritor José Revueltas y líderes del movimiento estudiantil de 1968.

Pese a los múltiples acontecimientos allí vividos, el 27 de agosto de 1982 se convirtió en la sede del Archivo General de la Nación, en donde reposan los documentos fundamentales del Estado mexicano de los que posee, aproximadamente, 375 millones de hojas.

Por su parte, el Presidio Modelo, en la cubana Isla de la Juventud, empezó a construirse en 1926 con base en la cárcel de Joliet, en Illinois (EE.UU.), que unos meses antes había visitado el entonces secretario de Gobernación, Rogerio Zayas-Bazán.

El resultado fueron 34 edificios, entre los que destacan cinco bloques de forma circular, de seis pisos cada uno, para cerca de 4.000 reclusos, entre ellos los condenados por el frustrado ataque al cuartel Moncada, en 1953, como el líder de la revolución Fidel Castro, que pasó allí dos años.

La instalación dejó de ser presidio en la década de los años 60 y en 1978 fue declarada Monumento Nacional, por lo que las estructuras panópticas albergan hoy un museo, una escuela de primaria y la sede de la Unión de Jóvenes Comunistas.

Algo similar pasó con la antigua cárcel pública de Valparaíso, que es desde 2011 un destacado centro cultural dedicado a danza, teatro, circo y música en Chile.

El conocido como Parque Cultural de Valparaíso es también uno de los últimos vestigios de las fortificaciones costeras españolas que se construyeron durante la época colonial y fue usado como polvorín hasta inicios del siglo XIX.

A partir de ese momento funcionó como cárcel y, durante la dictadura militar de Augusto Pinochet (1973-1990) fue el principal centro de detención y tortura de presos políticos en la región.

Igualmente, en pleno centro de Quito está el penal García Moreno, con 290 celdas y que espera un proyecto del Gobierno de Ecuador para convertirse en el Museo de la Memoria, en cumplimiento de las disposiciones de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.

Hasta antes de la pandemia, en esa cárcel abandonada se realizaban recorridos turísticos con exreclusos que narraban las macabras historias del sitio que fue habitado de 1869 a 2014 por presidentes, asesinos y narcotraficantes.

LA ÚLTIMA GRAN TRANSFORMACIÓN

Tampoco se debe olvidar lo vivido en la Cárcel Distrital de Ibagué, capital del departamento colombiano del Tolima, zona en donde se gestaron movimientos que cambiaron al país a sangre y fuego como la guerrilla Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).

Por algunas de las 186 celdas de este panóptico pasaron personajes como el líder indígena Manuel Quintín Lame, quien participó en la Guerra de los Mil Días.

Como consecuencia de El Bogotazo hubo motines en las cárceles de todo el país y el archivo del panóptico ibaguereño fue pasto de las llamas.

A pesar de ello, se sabe que por él pasaron guerrilleros del Ejército de Liberación Nacional (ELN) y el M-19; miembros de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) y otros más del movimiento Los Bolcheviques del Líbano, inspirado en la exUnión Soviética.

Sobre este último grupo, considerado la primera insurrección armada de América Latina en la que campesinos y sectores urbanos quisieron tomarse el poder tomando el socialismo como referencia ideológica, hay una sala de exposición en el rebautizado como Museo Panóptico de Ibagué, y que al ser inaugurado en febrero de 2022 constituye la más reciente transformación cultural de un presidio en América Latina.

A ese logro se llegó luego de sacar a los reclusos en 2003 y de varias etapas de estudios y restauración, la última de las cuales arrancó en 2016, y en las que se invirtieron 6,3 millones de dólares para aprovechar la impresionante arquitectura cruciforme, de dos pisos, del edificio declarado en 1998 como Bien de Interés Cultural Nacional.

«El planteamiento museográfico es un viaje por el Tolima a través de los cuatro puntos cardinales, que corresponden a las zonas de desarrollo de esta región, y que se puede disfrutar en 72 celdas y espacios para la música», aclara el curador Germán Ferro Medina.

Por ello, concluye, «los museos son necesarios. No se trata de un embeleco de las élites, sino de la entrada al conocimiento, que invita a la transformación de la condición ciudadana».

Por fortuna, los museos son también «infinitos», ya que siempre están cambiando, y así cumplen el deseo que expresó Jeremy Bentham cuando ideó los panópticos de que «cuando las personas que están adentro vuelvan a la libertad no sean una desgracia para la sociedad ni para ellas mismas».

EFE

 

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