Santiago Cirugeda es un arquitecto sevillano, se define como arquitecto social y aprovecha vacíos legales para beneficio de la comunidad, participa en intervenciones que investigan los marcos legales que ordenan la ciudad y desarrolla protocolos para ser usados por colectivos o ciudadanos, tanto para mejora de fragmentos urbanos, como para el desarrollo de proyectos particulares que permitan solucionar una vivienda.
Cirugeda señala que “todo lo que se sale del control del planeamiento y la normativa urbana genera rechazo e inquietud a las administraciones, que deberían entender por qué ocurre e intentar sacar conocimiento para actualizar la ciudad”.
Cirugeda pone como ejemplo lugares temporales de paseo: calzadas que se peatonalizan un día a la semana, calles que se convierten en campos deportivos cuando no existe tal recinto. También los caminos en los parques y jardines generados por el andar de mucha gente que decide otro trazado más necesario que el dibujado por un arquitecto. Todo eso y, “llegado un punto, la desobediencia civil”. “El desorden indica una discrepancia en el funcionamiento, la estética o los hábitos, fundamental para permitir el desarrollo de libertades”, añade desde Kassel, donde ha instalado el trabajo de su estudio Recetas urbanas en la Documenta.
“Las alegalidades que hemos generado durante años —ampliar una casa con un andamio o instalar un parque infantil en un solar urbano— eran para permitir el desarrollo de derechos básicos que la maquinaria legal y burocrática no facilitaba.
Eso genera ideas nuevas que difícilmente salen de organismos públicos”. En el ensayo Diseñar el desorden, Sennett y Sendra defienden una ciudad de soledades a la vez que de comunidades para mejorar las vidas y las mentes de los ciudadanos.
“La gente tiene que practicar el menos yo, más otro como si de ir al gimnasio a desarrollar los músculos se tratara”, sostiene Sennett. Está convencido de que la ciudad grande, densa y diversa es el lugar en el que la gente podría gradualmente desarrollar ese músculo moral. Por eso su libro defiende que lo inflexible, lejos de dibujar la ciudad, la ahoga: “Las leyes de planificación tienen que permitir que las cosas evolucionen, que sean inacabables, justo como la ciudad misma es un proyecto inacabable”.
Desde Londres, donde Sendra es profesor en The Bartlett School of Architecture, el sevillano habla de la oportunidad para superar el miedo a lo desconocido simplemente bajando a la calle.
Sennett compara el orden impuesto en la ciudad con la reclusión psicológica: “Los jóvenes están sedientos de novedades, pero temen quedar expuestos. Si esta tensión no se resuelve, el joven se aferrará a un sentido rígido de su yo que le impedirá explicarse la diferencia y la divergencia con los demás”.
El desorden puede ser una señal de alarma, pero también una solución. ¿Cómo diferenciarlo? Sendra está convencido de que la identidad personal se ve afectada por la ciudad: “La complejidad y la incertidumbre de la experiencia urbana es necesaria para desarrollar una identidad adulta que prepare a la gente para enfrentarse a situaciones inesperadas y a encontrarse con la diferencia”.
La diferencia es lo que desordena. Y la premio Pritzker Yvonne Farrell resume que la vida es desordenada. Por eso un lugar en el que todo está en su sitio solo se da antes o después de que ocurran las cosas. Considera inhumano querer imponer un orden que no sea el de la propia vida. Por eso propone una arquitectura porosa y de conexiones: perímetros de edificios que permitan la sombra del paseante, el descanso o el refugio cuando llueve.
Cuando algo no funciona más, ¿por qué prolongarlo?, la zona de Playa Seré y sus paradores han demostrado temporada a temporada que no logran generar propuestas. Quienes piden su recuperación ¿están dispuestos a sostenerlos tan solo como clientes frecuentes?. No seamos cínicos. La respuesta es no. En los últimos años pasaron varios emprendedores y no lograron conformar un negocio rentable.
Busquemos otros horizontes, tenemos en esa zona nuevas posibilidades de reinventar. Los emprendimientos nacen se desarrollan y mueren. Es normal toda ciudad tiene su parador histórico solo en la memoria de la gente y en lo libros de historia.
El arquitecto colombiano Giancarlo Mazzanti reconoce: “Si pensáramos en el espacio público de la ciudad no como una estructura de orden, sino como un dispositivo cambiante que admite múltiples formas de uso y, por lo tanto, de desorden, proyectaríamos lugares basados en posiciones menos dogmáticas que permitan el juego, lo afectivo, el cuidado, lo cambiante y la incertidumbre. Espacios que incluyan una condición más humana y participativa, que, por lo general, se da en lo que llamamos desorden, dejando a un lado la eficacia y la productividad como los únicos elementos que definen las relaciones humanas en la ciudad del control y el orden”. Es simple: proporcionar posibilidades para el cambio sin dictar lo que va a suceder. Ese podría ser el objetivo de las ciudades.
Cirugeda no se engaña: “Cuando se acaba una fiesta, hay que pensar en la siguiente”. Sus proyectos dinamizadores han sido siempre temporales.
- Nota elaborada con contenidos de «Ciudades desordenadas para vivir mejor» de Anatxu Zabalbeascoa de El País de Madrid.
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