Por Alejandro Prieto
Un boleto para viajar en el tiempo al momento en que Gardel se acoda en la barra para pedir un caña o al instante en que un viejo boticario elabora algún remedio en su mortero de mármol. Así de mágica es la propuesta de los cafés y bares que, en una Montevideo transformada, perviven como rincones nostálgicos.
Si bien, como dice en un pasaje de su libro «Bocas del tiempo» el escritor uruguayo Eduardo Galeano, «a la corta o a la larga, ya se sabe, los vientos del tiempo borrarán las huellas», hay veces que, con un poco de ayuda, estas no se borran y resisten tempestades.
Es así que la misma silla en que el propio Galeano se sentó a escribir algunas de sus recordadas frases puede estar hoy ocupada por un joven turista que llega al Café Brasilero de la capital uruguaya o el mismo surtidor que llenó una jarra de cerveza para algún mítico tanguero recién haya llenado una nueva pinta.
¿FUN FUN FUNCIONARÁ?
La extrañeza de que allí los recuerdos salten de la pared para invitar a revivir o imaginar momentos del pasado es el atractivo central del legendario Bar Fun Fun, que, si bien no se mantiene en su local original, preserva muchas de sus joyas, que abarcan tanto la grifería como antiguos carteles y regalos: fotografías firmadas o camisetas de fútbol.
Como cuenta a Efe su dueño, Gonzalo Acosta, el bar fue fundado hacia 1895 por su bisabuelo Augusto López, quien en un principio, se ganaba la vida como vendedor ambulante de diversas bebidas alcohólicas, algunas de invención propia.
Como López tenía una clientela numerosa, dice Acosta, no faltaban quienes lo animaban a alquilar un local en el mercado del casco histórico de Montevideo, la Ciudad Vieja, donde, tras aceptar la sugerencia, instalaría su bar, cuyo nombre viene con anécdota.
«Él era tartamudo; entonces cuándo le decían por qué no alquilaba decía ‘¿pero fun fun funcionará?’. Y de ahí fue que él abrió el Bar Fun Fun. Le puso el nombre Fun Fun porque su apodo fue Fun Fun», relata.
¡QUÉ TIEMPOS AQUELLOS!
Así como por los clásicos Café Brasilero, Sorocabana, San Rafael o Restaurante Las Misiones pasaron en el siglo XX figuras literarias de la talla de Mario Benedetti, Idea Vilariño o Juan Carlos Onetti, por el Fun Fun pasaron, entre otros personajes, algunas leyendas del tango rioplatense.
«Era un lugar de mucha nostalgia, mucha bohemia», puntualiza Acosta, quien dice que el bar «siempre estuvo vinculado al tango» y por él desfilaron, por ejemplo, los argentinos Astor Piazzolla, Juan D’Arienzo, Osvaldo Pugliese y Roberto Goyeneche.
A su vez, recalca, la «Uvita», bebida insignia del bar inventada por su bisabuelo como una «mezcla a base de vinos y muchos secretos», saltó a la fama de la mano de Carlos Gardel, quien, acodado al histórico mostrador de estaño que el bar reubicó en su nuevo local inaugurado en 2019, pidió una.
«Desde ese momento en que empezó a venir Gardel, Fun Fun fue más reconocido y también la bebida», acota, mientras no esconde que más recientemente visitaron el local celebridades como el cantante Bryan Adams o el actor Danny Glover.
UN CAFÉ CON ESPÍRITU DE BOTICARIO
Emplazado también en la Ciudad Vieja, hay un café que llama la atención desde la distancia: luce dos letreros antiguos en que una cruz amarilla en fondo azul acompañada de la palabra «Farmacia» pueden confundir a los despistados.
Se trata del café La Farmacia, un punto que, en el país donde cada 24 de agosto, en la víspera del Día de la Independencia, la nostalgia se celebra con numerosas fiestas y eventos, gana popularidad desde 2017, cuando abrió al público con una estética ‘retro’.
Como cuenta su propietario, Aaron Hojman, la iniciativa se remonta a 2008, cuando, en su afán de adquirir propiedades con valor histórico, compró la antigua farmacia cuyo edificio, dice, data de 1895 y tiene una fachada de estilo neogótico.
Una visita al café, que conserva todo el mobiliario en madera original, permite ver también frascos alusivos a la historia del lugar, en tanto, según Hojman, la «puesta en escena» que traslada a cuando los boticarios trabajaban allí motiva que el público sea «respetuoso» y cuide la ambientación.
«¿Por qué los médicos dan hoy en día una receta médica? Porque en realidad antes era una receta que en vez de ser de cocina era para mezclar cosas y hacer los medicamentos», anota como dato curioso el propietario, quien, en acuerdo con los administradores del café, habita un espacio privado en la planta alta.
Plasmados muchas veces con biromes (bolígrafos) «en delgadas servilletas», al decir de la canción «Biromes y servilletas», del músico uruguayo Leo Maslíah, los recuerdos juegan en los rincones de aire nostálgico de Montevideo.
Sin embargo, como destaca Acosta, el público se renueva y son muchos los jóvenes que se acercan.
«Viene gente que el padre cuando iba al mercado los sentaba en este mostrador porque eran chiquitos y la mamá se iba a hacer los mandados. Siempre están volviendo generaciones nuevas», concluye, con cariz nostálgico, desde la misma barra que atestiguó esos recuerdos. (EFE)
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