Por Elio García |
El sábado 16 de abril, un día después que el tornado destrozara gran parte de la ciudad de Dolores llegué a ese lugar.
Es muy difícil transmitir al papel o a través de internet esa experiencia, la de estar en un momento de conmoción, en un sitio desvastado.
Por todos lados que miraba veía gente en silencio realizando limpiezas, reordenando el caos. Allí donde dirigía la mirada había una historia rota, despedazada.
Mucha gente tenía la mirada perdida, a ratos se veía gente y abrazos por todos lados. Estoy pasando por el tanque de OSE y veo como funcionarios intentan colocar allí lo que parece una antena de comunicación, un auto se cruza, y veo a su conductor y acompañante están llorando.
Me encuentro en la puerta de emergencia del sanatorio privado e intento realizar una entrevista a uno de los enfermeros. Enciendo el grabador y no le sale palabra, por su rostro caen lágrimas gruesas pero no baja la cabeza, se excusa y me dice «no puedo hablar.» Respeto ese silencio.
Dos chóferes de ambulancias de la localidad se acercan y lo abrazan. Me hablan del horror de sentir una especie de turbina de avión que iba destrozando todo y se acercaba. Luego el silencio y la llegada de los heridos. «Nunca vi algo igual…la gente llegaba sola o acompañada aquí al sanatorio, no necesitamos salir en las ambulancias a buscar heridos, venían aquí como podían, todos ayudaban, si usted supiera lo que vimos…», nos explicó uno de ellos entrecortando su voz por la emoción y el dolor de ese recuerdo.
En una esquina veo un montón de escombros y mucha gente ayudando. Están en silencio, solo se escucha el ruido de los camiones y las máquinas que limpian el lugar.
El dolor no se puede explicar. Es un sentimiento muchas veces intangible que nos sacude. Veo dignidad en las calles. En estos episodios prevalecen historias de héroes pero también aparece la otra cara del ser humano, me cuentan que están en alerta por intentos de robos. El ejército y la policía patrulla las calles y también realizan tareas de limpieza.
En lo que fue una automotora veo un auto aparentemente cero kilómetro que está irreconocible, dos personas lo miran sin hablar, no lo pueden creer.
En el Hospital Público hay una zona muy deteriorada, se ve movimiento, ambulancias. Hay mucha gente que camina por las calles sin rumbo.
Chapas colgadas en lugares imposibles, cables de todo tipo y columnas destruidas. En una esquina un montón de hierros retorcidos tapan parte del ingreso a una casa. La puerta está abierta y cuando tomo foco con la cámara, desde adentro, un niño me saluda.
Me voy de Dolores con ese saludo prendido en la memoria, el de un niño que sobrevivió a un evento que no se olvidará jamás.
Dolores va superar su tragedia. Estoy convencido.