Por Alejandro Prieto
Inmortalizado en el bronce como el gran héroe del republicanismo que luchó por la unificación de Italia, Giuseppe Garibaldi tuvo en Uruguay una «segunda patria» en la que, además de aprender a pelear a caballo, se inició en la masonería, según atestiguan documentos conservados en la Gran Logia.
«Mi muy querido amigo (…) nada me debe su bella Patria, yo hice débilmente mi deber de soldado de la libertad y estoy ufano con mi título de Ciudadano de la República».
Así se expresaba en una carta de 1862 dirigida al séptimo presidente uruguayo, Joaquín Suárez (1843-1828), un Garibaldi que, mirando atrás, describía a esta República como una «segunda patria» de la que se llevó valiosas enseñanzas.
DE LA JOVEN ITALIA AL BÉLICO URUGUAY
Nacido en Niza -ciudad entonces asociada al Piamonte italiano- como hijo y nieto de marineros, Garibaldi (1807-1882) heredó la vocación por surcar las aguas y -recogen sus Memorias- decidió temprano que aspiraba a más que a simple «defensor» de la patria; quería luchar «contra la tiranía», devenir «héroe».
Como explica a EFE el historiador uruguayo Guido Quintela, quien pronto se identificó con el republicanismo como «sistema de la gente justa», se unió con 26 años a «Joven Italia», sociedad secreta independentista creada por Giuseppe Mazzini.
«Su primera misión era unirse a la Marina piamontesa e iniciar un motín revolucionario, pero falló; fue descubierto y en junio de 1834 es condenado por el rey Carlos Alberto (de Cerdeña) como enemigo del Estado», relata Quintela sobre el castigo por el que huyó a Francia y luego a Suramérica, con Brasil como primer destino.
Recibido por compatriotas, allí fue marinero del bando republicano en la Guerra de los Farrapos (1835-1845) contra el Imperio del Brasil; también conoció a su esposa, Anita Ribeiro, con quien tuvo un hijo antes de que, según el historiador, optara por ir a «un sitio más pacífico».
Ese sería, sin embargo, un Uruguay sumido en la Guerra Grande (1839-1851), el conflicto entre los blancos de Manuel Oribe, aliados al argentino Juan Manuel de Rosas, y los colorados de Fructuoso Rivera que, apoyados por aliados europeos, gobernaban la sitiada Montevideo.
LOS PASOS MASÓNICOS
Una vez en Uruguay, como marinero del bando colorado, Garibaldi asumió un rol clave en la Guerra, pues fue jefe de la Legión italiana conformada en 1842; pero, cumplidos 180 años de su llegada al país, hoy es recordado allí por mucho más que por sus gestas bélicas.
Es que fue en Uruguay donde el célebre italiano tuvo su primer acercamiento a la masonería, ya que hay conservados en el Palacio Masónico de la Gran Logia de la Masonería de Uruguay registros de su iniciación en la principal logia del momento, la francesa «Les amis de la patrie» en 1844.
Como indican fuentes de la Comisión de Patrimonio Histórico Masónico, Garibaldi entró primero a otra logia, «Asilo de la virtud», que figuraba en la documentación como «irregular», por lo que la francesa «regularizó» y formalizó su estado de masón.
Según el Gran Maestro de la Logia uruguaya, Mario Pera, Garibaldi es una figura «emblemática» para la orden.
«Él ya venía con una historia, desde el punto de vista militar fundamentalmente, pero siempre aplicando los principios; aún antes de ser masón (…) se atenía a los valores masónicos intrínsecos», asegura, y puntualiza que profesaba mucho «el amor a la libertad».
«Era un libertario por naturaleza. Él amaba la libertad y la enfocaba y luchaba por ella en todo su ser», remarca.
A lo que construir un legado es un pilar masónico, las fuentes detallan que sigue activa en Uruguay la logia Garibaldi, fundada por italianos en 1877, años después de su partida del país, y supeditada a la masonería uruguaya desde 1881, cuando se nombró a Garibaldi y su hijo mayor «venerable Ad Vitam», cargo honorífico.
LOS GRISES DE UN LEGADO VIVO
«Va solo, frente a sus escuadrones, envuelto en su poncho y taciturno», dice el italiano Giosué Carducci en una poesía de 1880 recogida un siglo después por la revista de la Asociación Cultural Garibaldina de Montevideo que pinta la leyenda del apodado por el investigador uruguayo Setembrino Pereda como «héroe de dos mundos».
«Muchas crónicas dicen es que era una persona muy austera, que vivía en la pobreza», añade Quintela sobre la personalidad de a quien, cuenta, una vez le dieron dinero de sobra para comprar velas, porque si no la reunión en su casa sería a oscuras, y devolvió el cambio.
De todas formas, para el también investigador y docente, que compara su figura con la del prócer uruguayo José Artigas, llamarlo héroe es «un poco excesivo» y hay que «resaltar los grises», pues, como Artigas, fue importante «para el inicio de los procesos» pero no fue un líder perfecto.
Es que, señala, si bien apoyó la libertad, también era conocido por maniobras de captura contra embarcaciones amigas, que, matiza, quizás estaban motivadas por la falta de recursos.
Sin embargo, el legado sigue vivo, pues de aquel italiano que al regresar a Europa no se quitó el poncho quedó el símbolo de un líder transcontinental entre América y Europa: dos mundos que, para él, eran un único y gran mar. (EFE)
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