El cuento de hadas francés se desvanece ante Argentina

EFE/EPA/Friedemann Vogel

Por Luis Miguel Pascual

Los resultados tapan todas las carencias y Francia llegó a la final del Mundial con muchas. En el duelo definitivo volvió a aferrarse hasta el último momento al genio de su estrella, Kylian Mbappé, que le sirvió para forzar la tanda de penales. Pero, esta vez, no fue suficiente.

Francia dibujó en la final un resumen de lo que ha sido su Mundial, un juego con muchos problemas y una pegada de fuego. Pero a diferencia de los partidos que le habían conducido hasta el último partido, esta vez la suerte le fue esquiva.

Durante más de 80 minutos Francia fue una de las peores finalistas que se recuerda. Salieron a la luz todos los problemas que había venido arrastrando. Pero aferrado al genio de Mbappé, se enchufó al partido y forzó la tanda de penaltis.

La defensa no era tan segura como en 2018, al centro del campo le faltaba oficio y su estrella Kylian Mbappé había perdido eficacia inundada en su búsqueda de la leyenda. La recuperó en el tramo final para alargar el sueño.

Argentina sacó a relucir todos esos errores, que se vieron desde el primer partido contra Australia y no dejaron de aparecer a medida que el nivel iba subiendo y el rival ganaba en intensidad.

Solo la calidad de su plantel permitió al equipo de Didier Deschamps maquillar los puntos débiles y dar al equipo el empaque que le hizo llegar a la final como una campeona con opciones.

Frente a Australia y contra Dinamarca, Mbappé se encargó de resolver las dudas. El «10» de los «bleus», secundado por un eficiente Giroud, convirtieron a Francia en la primera defensora del título que superaba la primera fase desde 2006.

Pero, en ambos casos, la selección dejó más la imagen de un equipo impulsado por su fe en la victoria que una selección sólida. Australia se adelantó en el marcador y Dinamarca les complicó el partido durante más de una hora, hasta que apareció la estrella del PSG.

Con la clasificación lograda, Deschamps dio descanso a los titulares y la unidad B naufragó ante Túnez. En octavos, contra una conservadora Polonia, Francia tuvo menos posesión del balón y fue de nuevo Mbappé quien salvó los muebles.

Inglaterra no mereció la derrota en cuartos y durante muchos años lamentará el penalti fallado por Harry Kane que habría dado el empate a una selección que dominaba de forma clara a los «bleus».

Incluso Marruecos, el invitado inesperado de las semifinales, que apenas había superado el 20 % de posesión en sus duelos previos, tuvo más el balón y creó ocasiones suficientes para pretender arrinconar a la campeona, pero le faltaron horas de vuelo y un punto de calidad para rematar.

EL VÉRTIGO DE LA HISTORIA

Con esos antecedentes Francia se plantó en la final confiado en su suerte. Demasiado. Deschamps, el hombre que aspiraba a su tercer Mundial, el segundo como entrenador, siguió el plan marcado, ajeno a las señales de alarma que llegaban de todos los lados.

El seleccionador mantuvo su fe ciega en esa «alquimia de experiencia y juventud» que frente a la Argentina de Messi naufragó.

Koundé y Dembélé se vieron superados por la derecha por la veteranía de Ángel di María; Varane y Upamecano no achicaron todo el agua que salía por las grietas; Tchouaméni y Rabiot hicieron a toda Francia añorar a Kanté y Pogba.

Deschamps, con el rostro desencajado, rojo de rabia, dio un volantazo a cinco minutos del descanso para tratar de reactivar a su equipo, que para entonces ya perdía 2-0.

Y, esta vez, el arsenal ofensivo no vino en auxilio del equipo hasta el minuto 80, cuando apareció de nuevo Mbappé. Los dos primeros disparos de Francia entre los tres palos volvían a maquillar un equipo muy gris. Antes, el seleccionador había rectificado el tiro, aunque solo dos golpes de genio en un minuto cambiaron la fisonomía del encuentro.

Recuperada la moral, Francia se aferró al partido. No una, dos veces. Empató para forzar la prórroga y también para llevar al partido a los penales.

La suerte, esa que dicen que tiene Deschamps pegada a su destino, esta vez le dio la espalda.

El cuento de hadas saltaba por los aíres atropellado por la realidad. A la Francia que presumía de haber alcanzado cuatro de las últimas siete finales, le aparecieron todos los fantasmas cuando postulaba a la historia.

Asomado a la leyenda, vio un precipicio que maniató a sus jugadores, encogió las piernas e hizo temblar los espíritus. Todas las carencias aparecieron de golpe a la vista del segundo Mundial consecutivo, una gesta que solo dos naciones han logrado en la historia, Italia en los años 30 y Brasil en los 60.

Francia no quiso despertar hasta el último suspiro. Hasta el último tramo del último segundo, del último penal. El resultado abrirá todos los debates. El sueño había durado demasiado.

EFE

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