Por Elio García
Enrique fue una de esas personas que nos contaba cosas y luego llegando a casa las recordaba y tenía que contarlas porque me reía solo. Tenía un humor fino, punzante y muy profundo. Ese es mi primer gran recuerdo que me llevo de él.
Detrás de su imagen de seriedad, totalmente confirmada con sus conocimientos en óptica, había una persona agradable, muy observadora de la realidad social pero muy divertida.
Escuchar sus viajes y las visitas que realizaba por invitación de empresas ópticas de prestigio en Europa, era un placer, porque al explicar lo difícil lo hacía sencillo y entretenido.
Integrante de una familia muy querida y trabajadora, los Osta, creo que la silla vacía de las reuniones diarias que con sus hermanos y amigos realizaba, en un verdadero ritual diario, en el Club Uruguay se va sentir.
Ausencia que no debe ser tal, porque Enrique deja un camino y una forma de ser, que es una invitación a seguir recordándolo con el mejor talante: el de un vecino que ha formado una linda familia, vivió con intensidad su trabajo diario, rozando la perfección en todos sus detalles.
Quienes lo conocimos perdemos a un ser único y entrañable.
Y Carmelo pierde un referente ético, ese tipo de personas únicas y coherentes.
Finalmente pienso en los miles de lentes que pasaron por sus manos, la gente que pasaba por la Óptica para consultarlo. El tiempo que le dedicaba a cada cliente. Las generaciones de carmelitanos que pasaron por sus manos.
La última conversación con Enrique fue de cambiar mis lentes a multifocales. Me explicó en detalle las bondades y pidió que fuera paciente y esperara la llegada de una nueva máquina.
Él siempre apuntaba a contar con la última tecnología., a estar actualizado. Pero insisto, más allá de eso, te explicaba detalle por detalle y las razones de las cosas para tener la mejor visión, los mejores lentes.
Enrique, lo vamos hacer.