El tiempo también se mueve, como acompasado por las olas, en ese ritmo tan suyo y tan cíclico, arrastrando dulcemente por la arena memorias diminutas.
Por eso nos paramos cada cierto tiempo a recordar anécdotas del pasado. Hoy también nos acordamos de ayer, así que haremos la pausa al sol, en el incógnito rigor de la rutina.
Nos paramos a reflexionar, a sentir con la magnitud correspondiente el aliento, el calor, el ruido de fuera, el de dentro. Reflexionar debe ser parecido a zambullirse hacia lo profundo.
A veces una plaza es un lugar para reflexionar. En la sombra de sus árboles, en el minuto de la siesta, cuando nadie se acerca y confluye esa extraña relación entre el hombre y la naturaleza, adormecido por la modorra y el tilo.
Hay lugares que son un paraíso, pero pasamos tantas veces, que no nos damos cuenta.
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