Por Natalia Kidd
Lejos de las recurrentes lecturas políticas sobre la figura de Francisco en 10 años de pontificado, en la Iglesia de Buenos Aires, la que vio nacer a Jorge Mario Bergoglio, miles de personas se animan diariamente a tocar las llagas de una sociedad herida y a las que buscan dar respuesta desde una fe encarnada.
En 2013, cuando Bergoglio iniciaba su pontificado, Gabriel Toranzo Calderón, ingeniero electrónico, daba sus primeros pasos como coordinador de Cáritas en Santa María, parroquia del barrio de Almagro, donde actualmente anima a una decena de voluntarios que entregan alimentos a unas 130 personas dos veces por semana.
La «Iglesia pobre para los pobres» que Francisco expresó como deseo en el inicio de su ministerio petrino se ha vuelto para él un «desafío» cotidiano, que comparte con los miles de voluntarios que trabajan en las 348 instituciones católicas de caridad social que hay en Buenos Aires.
La ciudad natal de Francisco tiene 3 millones de habitantes y otros tres que la visitan a diario desde su periferia, un conglomerado donde cuatro de cada díez personas son pobres y el 10 % ni siquiera cubre sus necesidades alimentarias.
«Aquí aprendimos que muchos están en una situación muy difícil, abandonados, que parecen sin esperanza. Pero cuando los tratas como lo que son, hijos de Dios, lo agradecen. La pobreza no es solo económica, sino el sentirse excluido, despreciado, abandonado, y lo que tratamos de darles cada martes y cada viernes es un mimo, una caricia», cuenta a EFE.
Tiene grabado en su memoria el impactante momento en que el Papa, en lo más duro y oscuro de la pandemia, salió a la Plaza de San Pedro, en completa soledad, a orar. Aquella imagen le sirve, cada vez que siente cansancio o que nada tiene sentido, para tomar la cruz y seguir adelante, al encuentro de quien más necesita, con gestos concretos de cercanía, compasión y ternura.
Es un modo tangible de ser la «Iglesia en salida» que propone Francisco, una que no se quede apoltronada, encerrada en sí misma, sino que camina, sin temor a embarrarse, hacia las «periferias existenciales».
Y esas periferias, asegura Toranzo, están a las puertas del comedor.
«Las fronteras están muy cerca. La mayoría de los que vienen aquí viene del gran Buenos Aires, buscando el ‘mango’ (dinero) diario, y pasan por aquí para recibir ese mimo y siguen. Así que la periferia está mucho más cerca de lo que parece», afirma.
DE LAMPEDUSA A CABALLITO
Eusebio Hernández Greco conoce a Bergoglio desde hace años. Le acompañó de cerca en su proceso vocacional. El entonces arzobispo de Buenos Aires, a quien considera su «padre espiritual», le ordenó como sacerdote.
A este cura de 49 años le impactó la decisión de Francisco -descendiente de italianos- de elegir Lampedusa, puerta de entrada irregular a Europa para miles de africanos y asiáticos, como primer destino de viaje pastoral, una visita que ponía en el centro de la escena el drama de las migraciones forzadas.
Por entonces, ignoraba que unos años después sería destinado como párroco a Nuestra Señora de Caacupé, iglesia del barrio de Caballito, entonces frecuentada por inmigrantes paraguayos y que ahora se ha convertido en «la embajada espiritual del pueblo venezolano» en Argentina, donde los inmigrantes reciben alimentos, asistencia para trámites migratorios y ayuda espiritual; además, se han integrado activamente como servidores en la comunidad.
«El Papa habla en su encíclica ‘Fratelli tutti’ de cómo las comunidades de emigrantes han enriquecido aquellas comunidades que han sabido acogerlos. Esa es una experiencia bien concreta y palpable en Caacupé», asegura a EFE.
En lo personal, se siente estimulado por las palabras del Papa que pregonan que «la misericordia debe ser proclamada al hombre de hoy, tan herido y agobiado», y que la Iglesia debería ser «como un hospital de campaña, de puertas abiertas», adonde las personas llegan heridas y donde «son acompañadas» para que «se sientan como en casa».
TAN LEJOS Y TAN CERCA
Por estos días, Caacupé, una de las 186 parroquias de Buenos Aires, se ha visto conmocionada por el crimen de Juan Francisco Fernández Acosta, inmigrante venezolano al que asesinaron para robarle el móvil.
Hernández compartió el dolor con la enorme colectividad venezolana en Buenos Aires y también consoló a la distancia a los padres del joven, que viven en Venezuela, una cercanía de «padre y pastor» en la que tuvo como ejemplo a Francisco, a quien ha visitado tres veces en estos diez años.
Si Francisco no ha regresado a Argentina, sostiene, es porque el sumo pontífice ve como «prioridad de la Iglesia» visitar otros lugares. «Pero en mi caminar cotidiano, yo lo siento cercano. Ama a la Argentina», afirma.
EFE
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