Por Nicolás Lauber
Jorge «Toto» Da Silveira —que falleció hoy a los 79 años — quedó marcado por un accidente que, hace 36 años, lo dejó al borde de la muerte.
Ocurrió, como todo en su vida, alrededor del trabajo. Da Silveira fue uno de los enviados de Estadio Uno, entonces a Canal 4, a cubrir la final de la Copa OFI entre las selecciones de Tacuarembó y San José, en Durazno. Con él iban Enrique Yanuzzi, relator; Rodolfo Larrea (el padre del Pillo), comentarista; y el director del programa, Julio César Sánchez Padilla, junto a su hijo Nicolás.
La cobertura fue exitosa, pero la tragedia ocurrió al regreso . Cuando volvían a Montevideo por la noche, a bordo de un auto Mercedes Benz que conducía Sánchez Padilla, una de las cubiertas reventó y chocaron contra un mojón en la Ruta 5. Larrea falleció en el acto y Toto Da Silveira, con fracturas de cadera, rodilla y omóplato además de un desgarro en el hígado y lesiones en la cabeza, fue ingresado en CTI. Era 29 de marzo de 1987.
«Tuve una crisis de fe muy grande. Mi madre era una mujer muy católica y tenía un cáncer que le duró dos años. Yo iba a buscar al Padre Lucas a la Iglesia de Punta Carretas para que le trajera la comunión. El día que falleció, que la vi sufrir me dije: no. No tenía que probarla de esa manera para ganarse el cielo, y no creí más. Pasan los años y viene el accidente.
Era un domingo a las 21.00, ¿quién manda a un médico neurólogo que vivía en Las Piedras y venía de Florida con su familia, futbolero que me conocía y escuchaba a parar cuando yo estaba en medio del campo desangrándome? Me había sacado el fémur por atrás de la pelvis, me había roto toda la pierna derecha, me desgarré el hígado y estaba haciendo un efisema pulmonar.
Lo que no sabía era que me había hecho un corte en la cabeza y que me estaba desangrando. Cuando llega el médico me pasa la mano por la espalda y me toca la cabeza me dijo que había que llevarme ya a Comeca, porque a Montevideo no llegaba.
Llegué con tres de presión a Canelones, el mínimo de sangre y me desmayé.
La Virgen de Schoenstatt
Una hermana mía había ido a la Virgen de Schoenstatt en Nueva Helvecia a pedir por mi y cuando salí me dijo: cuando puedas, andá. Mi primera salida en familia fue al santuario de Schoenstatt.
Fijate las casualidades: ¿quién me manda un neurólogo al medio de la nada un domingo a la noche?, aparte, cuando voy al santuario me entero que el día el accidente lo habían profanado.
Pero si algo faltaba, un día María Inés Obaldía hacía un programa sobre la Virgen de Schoenstatt y ahí me entero que a ese santuario lo había fundado un padre evadido de un campo de concentración de Alemania que se había venido a Uruguay.
El único campo de concentración al que había ido con criterio periodístico, para investigar, estuve dos días con mi señora viendo documentos quedaba cerca de Munich y cuando voy al programa de Obaldía me entero que el padre Kentenich se había escapado de ese campo y se vino para acá.
Entonces volví a creer. Y cuando estuve a punto de morirme por la hepatitis vi a la doctora con cara preocupada y le digo: tengo un pacto con el de arriba que por ahora no quiere que me vaya. Y me dijo: no sabe lo importante es esa fe que transmite en estos momentos.
( Tomado de una entrevista de Nicolás Lauber de setiembre de 2022 en Diario El País y de Redacción El País)