El grito del Paso Sena

El arroyo Miguelete, en el paraje de Paso Sena, tan temido por la turbulencia de su gran caudal, como nunca en su historia, se cortó durante siete meses. Su cauce se volvió una dantesca ruta de muerte; raíces colgando de árboles centenarios, secándose uno a uno. Sus profundas y hermosas lagunas y correntadas, años atrás llenas de vida, se transformaron en estanques pudriéndose entre el barro y el estiércol del ganado, que desesperado de sed bajaban a beber.

2000 mm de déficit hídrico en cuatro años, equivalente a 20 meses sin llover.

Dos tercios de la población uruguaya sin agua pública potable, ¿Qué está pasado…? ¿Acaso un accidente climático? ¿o la consecuencia de un daño ambiental acumulado? ¿Es responsable culpar por esta catástrofe a cuestiones ajenas a nosotros, esperando que un chaparrón fortuito nos convenza de que todo ya pasó?, ¿a qué un milagro nos salve de lo que ya es un claro proceso de desertificación?,

¿o quizás tendremos el valor de revisar y corregir nuestras conductas productivas y de consumo en conflicto con la naturaleza?

En Paso Sena, un emprendimiento de investigación, difusión y cultivo saludable, donde cuatro familias demuestran que se produce más y mejor sin dañar el medio, está siendo acorralado por eucaliptus. Este, no es más que un caso testigo del drama que viven millones de personas por esta misma y principal causa: los monocultivos forestales.

Las masas de aire cálido y húmedo que antes bajaban del trópico, desplazándose sobre nuestras praderas hasta el estuario rioplatense, formando tormentas al chocar con los frentes fríos, hoy son interceptados por gigantescos y sedientos macizos forestales que, debido a su vertiginoso crecimiento foliar, absorben la humedad ambiente en cantidades inconmensurables. Además, sus voraces raíces que succionan las fuentes de agua, impiden la evaporación, interrumpiéndose así los ciclos naturales de lluvia. Tampoco es el único daño que provocan, dado que, el bélico sistema de cultivo y agresivo procesamiento con fumigaciones y emisiones tóxicas, envenenan el aire, agua y suelo, devastan la biodiversidad, multiplican plagas y crean las condiciones que desatan los temibles incendios forestales.

La pregunta es: ¿En beneficios de qué? Su cultivo es subsidiado, exige altos costos viales, su elaboración de celulosa es en zona franca; nada aporta al Estado. Asfixiando también las producciones familiares linderas, precipitando el despoblamiento rural y despojando las arcas públicas de su recaudación, sumándole carga social.

La forestación y elaboración de celulosa a esta escala, es un suicido de la soberanía productiva y ambiental, que sustenta nuestro patrimonio como país mismo, manifiesto con crudeza en los territorios donde se impuso, causándoles mayor desocupación, pobreza, delincuencia y contaminación.

Solo su avasallante lobby publicitario pudo ocultar tanto déficit para el país, imponiéndole condiciones que nos retrotraen al primitivismo medieval de los feudos, contradiciendo nuestras normas constitucionales y legales que preservan nuestros bienes como Nación.

La situación es grave; sequías, calores, fríos, tornados, inundaciones sin precedentes y más frecuentes, nos están mostrando que hemos malherido la naturaleza.

Nuestros cuerpos lo advierten, lo sienten. Falta agua, estamos quedándonos sin recursos, las enfermedades respiratorias y de toda índole nos acechan, vivimos pandemias y es solo el comienzo…

Familia Borgogno Arce

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