Por Àlex Gutiérrez Páez
Rivera (Uruguay), 8 jul (EFE).- Cuando Javier Carreira y su mujer abandonaron Montevideo ya hace 14 años para embarcarse en una nueva aventura en Rivera, donde emprendieron un negocio ganadero, nunca imaginaron que se acabarían apasionando por la búsqueda de oro.
Esta peculiar actividad forma parte de la Ruta del Oro en la ciudad de Minas de Corrales, a 96 kilómetros de Rivera, en la que los visitantes pueden recorrer sus minas de extracción de oro, la represa hidroeléctrica de Cuñapirú y las ruinas del primer pueblo minero del Uruguay.
Su atractivo rural llama cada año la atención de miles de turistas procedentes de otros departamentos de Uruguay, de Brasil -país con el que hacen frontera-, y algunos visitantes europeos, especialmente alemanes, franceses e ingleses.
ROMPER EL MITO DEL ORO
Ese fue el caso de Carreira y su esposa, que al llegar a Rivera conocieron a un garimpeiro -como se conoce a la persona que extrae materiales útiles o preciosos de la tierra- y, durante sus ratos libres, se dedicaban a buscar oro «por la magia que tiene y que te tira».
«Nos enseñaron, aprendimos, encontramos una batea -una bandeja de madera o de plástico que usan los garimpeiros-, y nos pusimos a buscar oro», dice en conversión con EFE el ganadero, quien advierte que «la fiebre del oro te atrapa».
Una de las advertencias que Carreira no se cansa de repetir es que, pese a que el estímulo de encontrar oro es algo que «rápidamente llama la atención de los visitantes», es una actividad que «da mucho trabajo y es poco lo que se gana».
«La gente piensa: «Guau, encontré oro. Soy rico». Bueno, quizás en otro lugar o en otro tiempo sí. Acá lo que tú te encuentras en el desarrollo es oro aluvial, ese oro que se formó hace millones de años en rocas, aquí en rocas de cuarzo», detalla el montevideano, que ahora enseña a otras personas a buscar oro.
En el lugar habitual donde Carreira recaba restos de oro, en Minas de Corrales, esas rocas se han erosionado y han quedado partículas de oro, de hierro y de arena, aunque el garimpeiro insiste en que «no son grandes cantidades, es muy poco».
«Cuando digo que no es una cosa rentable, es que no sacas 1.000 pesos uruguayos (unos 26 dólares / 23,70 euros) por día. Para personas que de repente no tienen trabajo, vale la pena, pero no para todos», matiza.
Apunta que las pepitas de la zona, generalmente, «no pesan ni un gramo» y, en el caso de que sí, «ese gramo vale, en el mejor de los casos, unos 2.000 pesos uruguayos (53 dólares)».
«Lo que se encuentran son unas pequeñas [pepitas] y, juntándolas, al cabo de cinco o seis horas, se pueden conseguir 1.000 pesos», puntualiza Carreira, que calcula que en Minas de Corrales solo hay ocho o nueve personas que se dedican íntegramente a la búsqueda de oro.
DIVERSIÓN SIN OBSESIÓN
Al principio, cuando el matrimonio arrancó buscando oro consiguió recabar unas tres onzas -equivalente a 85 gramos- y las vendían en una tienda de Montevideo cuando bajaban hasta la capital uruguaya para visitar a sus hijos, que se quedaron a vivir allí.
«Lo vendíamos en la calle Uruguay, donde están unos compradores de oro. Ellos son los que mejores te pagan», asegura Carreira, quien señala que el oro del arroyo Corrales es de 24 quilates, es decir, oro puro.
«En aquella época, encontramos dos o tres veces unas pepitas de un gramo y poquito y nos sorprendíamos porque te haces 2.000 pesos, pero en realidad no era por la plata, sino por esa magia de lo que es el oro», recuerda el garimpeiro.
Preguntado sobre si el oro llega a obsesionar a sus buscadores, Carreira sostiene que «no, porque es muy feo obsesionarse con algo» y que obcecarse con algo así «no es recomendable para nadie» ya que «la cuestión es hacer lo que uno quiera con calma, con gusto y disfrutarlo».
EFE
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