Por Natalia Kidd
La casa de María Elena Walsh (1930-2011), recuperada y recientemente abierta al público como museo, permite asomarse a los orígenes vitales y creativos de esta escritora, poeta, guionista, cantautora y dramaturga, considerada la mayor exponente de la literatura y la canción infantil de Argentina.
Descendiente de británicos y andaluces, Walsh nació el 1 de febrero de 1930 en esta casa de Villa Sarmiento, municipio de Morón, en la periferia oeste de Buenos Aires.
«Mi casa era muy grande, con jardín, patios, árboles frutales, gallinero, perro, gato, canarios, tortuga, bicicletas, libros y piano. ¿Qué más se puede pedir?», recuerda la autora en una autobiografía que, a modo de cuento, incluyó en su obra «Chaucha y palito» (1977).
En esta propiedad, casi en estado de abandono cuando fue comprada en 2021 por el municipio con fondos del Ministerio de Cultura argentino, Walsh vivió hasta su adolescencia.
«Fue el lugar donde ella se impregnó de gran parte de lo que después fue su magia literaria y como compositora. María Elena Walsh empezó a componer de adolescente, con lo cual asumimos que en esta casa ya empezó su experiencia creativa. Y hay mucho registro de esta casa en sus textos», cuenta a EFE Fernando Torrillate, secretario de Comunicación de Morón y a cargo de la puesta en marcha del museo.
JUGAR
Aquí aprendió el amor al arte, en general, y a la palabra, en particular.
Aquí alumbró su genio creativo, entre los acordes salidos de manos de su padre, un empleado del ferrocarril que, como músico autodidacta, tocaba el piano y el violonchelo.
Aquí creció, entre los aromas dulces nacidos de las manos de su madre, a quien consideraba una verdadera «artista» en la cocina.
Aquí jugó con su hermana Susana, en un patio coronado por un frondoso jacarandá con flores celestes como las de su célebre canción. Y con cigarras, también protagonistas de una de sus más famosas canciones, todo un himno de la resistencia.
«Es una gran casa que tiene ese espíritu que María Elena después nos siguió mostrando, que era permitirnos jugar», dice a EFE la museóloga Maribel García, convocada por el Instituto Cultural de la provincia de Buenos Aires para dar vida a este museo.
Todo en este sitio es encantador, como estar por momentos en una casa de muñecas, una cocina de campo inglesa o una sala con «cosas para grandes» -libros, instrumentos, discos- donde está permitido tocar.
Algunos objetos recuerdan la fascinación de la autora por el cine, el teatro y la música, y su afición por la lectura. A los cuatro años, una vecina le enseñó a leer y escribir. Y su papá le enseñó a jugar a las rimas en inglés y español, «como si las palabras fueran otros tantos juguetes», escribió la creadora de álbumes como «Canciones para mirar» (1963) y «Juguemos en el mundo» (1968).
Juguetes hay por doquier en esta casa, especialmente en el que fuera su cuarto, hoy primoroso, con los vestidos de la época.
«De día era una niña que tenía una ropa-mameluco. Después, jugaba con bichos canasto y con bolitas. A la tarde, se convertía en ‘vidriera-vereda’: la mamá la preparaba con vestido de organdí para estar en la vereda y para que para los demás fuera una niña perfecta, como toda mamá quería. Y por último, de noche se convertía en un angelito y ella soñaba que las vírgenes le rodeaban y ella cantaba con un micrófono de rombo. Y así se iba a dormir», cuenta García.
CUENTO MARAVILLOSO
En el cuarto de baño contiguo, se abre un grifo y resuena la canción «Manuelita, la tortuga». En la tina, un barco pone proa a París, destino de la tortuga y donde la propia Walsh vivió entre 1952 y 1956, cantando a dúo con la folclorista Leda Valladares hasta en el famoso cabaré Crazy Horse.
Torrillate cuenta que al lado de la casa todavía hay una clínica psiquiátrica que subsiste desde la infancia de Walsh, quien alguna vez recordó que en las noches le aterraba la vecindad del «manicomio» y que «los locos» les tiraban al patio «regalitos», como «muñecos de papel plateado».
María Elena y su familia dejaron esta casa cuando su padre se jubiló. Se mudaron cerca. Walsh publicaría a los 17 años su primer poemario, «Otoño imperdonable», elogiado por grandes de la literatura como Pablo Neruda y Juan Ramón Jiménez, quien la invitó a instalarse una temporada en Estados Unidos.
Lo demás es historia: una veintena de discos y medio centenar de libros publicados, en su mayoría para niños. Como escribió Walsh alguna vez, al fin y al cabo, toda vida «es un cuento maravilloso». Y la suya empezó a escribirse en esta casa. EFE
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