En los últimos estertores de la década de 1980, mientras el viento de Buenos Aires soplaba entre las páginas de los libros y el aroma a tinta impregnaba las calles, un hombre singular se sumergía en la profundidad de sus pensamientos y emociones. Ese hombre era Mario Levrero, un escritor uruguayo inigualable, y su musa, la destinataria de sus palabras, la mujer que lo acompañó en su búsqueda interior, fue la Dra. Alicia Hoppe. En las sombras de aquel tiempo, nació un romance peculiar, un vínculo entre dos almas que se encontraron en el laberinto de la vida.
Mario Levrero, el hombre que buscaba en las palabras el refugio para sus pensamientos más íntimos, encontró en Alicia Hoppe una interlocutora, una confidente, una musa que lo guiaba con su mera presencia.
A través de las líneas de las cartas que escribió entre 1987 y 1989, Levrero no solo plasmó un amor adulto, sino que también exploró los recovecos más oscuros de su ser. En esas cartas, la tinta se convierte en un vínculo tangible entre dos mentes, un registro literario de obsesiones, temores y esperanzas.
El escenario de este amor epistolar era Buenos Aires, donde Levrero tejía las palabras con maestría mientras luchaba por encontrar el tiempo necesario para dedicarse a su verdadera pasión: escribir.
En medio de sus esfuerzos por ganarse la vida trabajando en revistas de crucigramas, emergía la figura de Alicia, la mujer que alguna vez había sido la esposa de un amigo cercano y que, más tarde, se convirtió en su médica personal.
El libro trata de esa correspondencia que Levrero le enviaba desde Buenos Aires, a la Dra. Hoppe que residía en Colonia. En su pasaje por la capital departamental, muchos recordamos que la Dra. Alicia Hoppe trabajó muchos años en Carmelo como médico psiquiatra.
Cartas a la Princesa
A pesar de las vueltas del destino y las idas y venidas de la vida, Alicia permaneció a su lado, iluminando los oscuros pasajes de su mente con su presencia.
«Cartas a la Princesa», este tesoro literario, se materializó gracias al esmero de Ignacio Echevarría en su edición y a la generosidad de Alicia, quien, como en aquellos años lejanos, volvió a avivar el alma perdida del escritor. A través de estas páginas, se revela un mundo de emociones complejas, de pensamientos profundos y de amor incondicional. En cada palabra, en cada giro de frase, se encuentra la esencia misma de Mario Levrero, un hombre que, a través de su escritura apasionada, nos permite asomarnos a los rincones más íntimos del corazón humano.
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