Fue ayer lunes 23 cuando un ciudadano se aventuró hacia un lavadero en la calle Av. Paraguay. Su carga: un sofisticado sillón de barbero de un blanco crema inmaculado.
Con la confianza del que deja un tesoro en custodia, lo ubicó en la vereda, aguardando la apertura del establecimiento. En un acto de precaución, llamó al dueño del lavadero para confirmar la disponibilidad de su precioso mueble.
Sin embargo, la respuesta del otro lado del teléfono resonó como un eco vacío en el vasto universo urbano: el sillón, aparentemente, nunca había llegado a su destino. El dueño del lavadero negó vehementemente cualquier conocimiento sobre el objeto perdido. La incredulidad y el desconcierto se entrelazaron en la mente del ciudadano, como mariposas atrapadas en una red de misterio.
Así, el asunto se convirtió en un enigma en las calles de la ciudad, un relato sin resolver que desafió las leyes de la lógica. ¿Cómo podía un sillón de barbero desvanecerse en plena luz del día y en medio de la civilización? Las autoridades de la Seccional Tercera de Carmelo, al recibir el reporte, se encontraron frente a un rompecabezas sin piezas, una historia desconcertante que desafiaba toda explicación racional.
Las voces de los curiosos se elevaron, creando una sinfonía de especulaciones en las calles de la ciudad. Algunos murmuraban sobre ladrones de ocasión, mientras que otros tejían teorías más fantásticas sobre dimensiones paralelas que habían engullido el precioso sillón.
En el corazón de la urbe, un objeto cotidiano se había convertido en el protagonista de una crónica surrealista, un episodio que desafiaba las fronteras entre lo real y lo inexplicable.
En una ciudad donde casi todos los días se roban una moto, el hurto de «un sillón de barbero color blanco crema» como dice la crónica policial, sorprende por lo excéntrico.
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