Por Elio García
La propuesta de llevar a cabo una rifa para sortear dos motos entre escuelas públicas y clubes de baby fútbol me genera discordancia por múltiples razones.
En el ámbito de la educación pública, sostengo que es responsabilidad del Estado Uruguayo proveer fondos públicos a nuestras escuelas. Después de todo, es para eso que pagamos impuestos. Asimismo, considero que los recursos municipales, provenientes también de los contribuyentes, deben destinarse a proyectos y obras que fomenten la participación ciudadana a través de la razón, el pensamiento y el trabajo, en lugar de depender de la venta de rifas.
La venta de rifas no es simplemente un problema municipal; es un drama presupuestal que refleja la negligencia histórica de gobiernos que han postergado el óptimo funcionamiento y desarrollo de la educación pública. Es difícil creer y, seguramente, doloroso para aquellos con inclinaciones progresistas, que se presente un proyecto tan injusto y regresivo para la sociedad.
Este proyecto es regresivo porque, en términos políticos, normaliza la idea de que las escuelas deban -en parte- financiarse mediante rifas. Conozco numerosas escuelas y liceos que, de otra manera, no podrían funcionar, pero ya lo hacen gracias al trabajo de comisiones de fomento y varias ONG que actúan de manera altruista y comprometida desde hace décadas.
El proyecto de los concejales frenteamplistas, al asignar dinero según la venta de bonos por alumnos, favorece a las escuelas con mayor matrícula, desfavoreciendo a aquellas con menos estudiantes, incluso si estas últimas se encuentran en contextos críticos, que son las verdaderamente necesitadas.
Además, esta iniciativa reduce significativamente la inversión genuina del Municipio de Carmelo en infancia, educación y deporte. Con apenas dos mil dólares, resuelven las solicitudes de colaboración durante todo un año. Es paradójico que los concejales deleguen la tarea de recaudar fondos a los niños, quienes llevan los bonos a sus hogares, mientras que el verdadero trabajo de obtención de dinero debería recaer en el municipio.
Con poco más de $80 mil pesos, el Municipio resuelve las solicitudes de colaboración que a menudo superan esta cifra en las sesiones. Es el vecino quien, una vez más, termina pagando todo.
Sostienen que el dinero el Municipio lo conseguirá de los literales B,C,D del Fondo de Incentivo para la Gestión de los Municipios. Ninguno de esos literales habilitaría la compra de motos para sortear. Por lo pronto necesitaría el aval del Tribunal de Cuentas y la opinión de la Intendencia de Colonia.
¿Cómo abordan estos temas otros Municipios?
Estas iniciativas iracundas surgen porque el Municipio de Carmelo no cuenta o no publicita su Plan de Desarrollo Municipal. Hay una opacidad en casi todas sus acciones.
En otros municipios, uno percibe como gran diferenciador que han presentado proyectos de inclusión que promueven una cultura barrial centrada en la solidaridad, la buena vecindad y la cercanía.
Se han recuperado espacios para actividades artísticas y se han realizado iniciativas como talleres de Compost Ciudadano, todas financiadas con fondos públicos.
El Municipio de Carmelo ha carecido de contenidos relevantes en sus proyectos, desperdiciando la oportunidad de asociarse con actores clave y actuar como articulador.
A medida que nos acercamos a diciembre, no se ha mencionado cuando será la Rendición de Cuentas, y el Municipio parece encaminarse a perderse en el tiempo en estos asuntos de participación ciudadana.
Es tiempo que este gobierno local acepte su fracaso y reconstruya un nuevo camino. Los anuncios que nunca se cumplieron, las obras que generaron problemas interminables deben quedar atrás.
En lugar de culpar constantemente a la Intendencia de Colonia, como lo hace en la actualidad, el Municipio debería centrarse en reconstruir confianza entre la comunidad y el gobierno local.
La educación es un derecho fundamental, y en lugar de organizar rifas, debemos buscar caminos más elevados, dialogar con padres y maestros, trabajando juntos para construir una sociedad que garantice igualdad de oportunidades para todos los estudiantes, independientemente de sus circunstancias económicas.
El insulto, las agresiones, la victimización como parte de las respuestas no es el camino.
No lo digo yo, lo dicen muchos: El insulto habla más del emisor que del destinatario.