Es 31 de diciembre y, como cada fin de año, los recuerdos afloran con fuerza. La llegada de la leña al patio de mi infancia marcaba el inicio de una celebración que se extendía más allá del fuego y el cordero a las brasas. En aquel entonces, era un niño cuyos oídos capturaban sólo fragmentos de las conversaciones de los adultos, pero sus gestos, sus risas, y hasta el ladrido del perro, se han grabado en mi memoria con una nitidez sorprendente.
La cocina era un reino gobernado por mi abuela y las tías, donde las ensaladas se preparaban entre risas y conversaciones. Me asignaban tareas sencillas: lavar las lechugas, los tomates. Eran momentos sencillos, pero cargados de significado.
Los relatos de los mayores sobre los Reyes Magos llenaban nuestros ojos infantiles de estrellas y sueños. Aquellos finales de año eran sinónimo de una casa vibrante, nunca vacía, siempre llena de vida y promesas.
Ahora, cuarenta años después, son las 19:47 de este 31 de diciembre y estoy aquí, escribiendo para Carmelo Portal. Cierro los ojos y me dejo llevar por esos recuerdos. Al abrirlos, la realidad contemporánea se impone con el estruendo de una moto que pasa, el aumento del bullicio en las calles, mientras el sol se sumerge en un ocaso rápido y firme.
Este momento, aunque distante de aquellos días, me hace reflexionar sobre cómo la esencia de nuestra existencia se mantiene intacta a pesar del inexorable paso del tiempo. Los recuerdos, como hilos invisibles, tejen una conexión con el pasado, ofreciéndome un espejo en el que veo no solo al niño que fui, sino también al hombre que soy ahora.
Estas reflexiones, nacidas en la intersección de la memoria y el presente, son un recordatorio de que, aunque los años pasen y las circunstancias cambien, hay elementos de nuestra vida que permanecen constantes, imperturbables. En ellos, encontramos nuestra historia, nuestra identidad, y quizás, en este entrelazado de tiempos y recuerdos, también hallamos una pista sobre lo que seremos en el futuro.
Así, mientras el crepúsculo envuelve este último día del año, comprendo que cada fin de año no es solo un adiós, sino también un espejo donde pasado y presente se encuentran, reflejando no solo lo que fuimos, sino lo que incesantemente estamos llegando a ser.
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