Por Juan Verano
Buenos Aires/Mar del Plata, 19 ene (EFE).- Tras el parón obligado por la pandemia hasta finales de 2021, el turismo experimentó un crecimiento sin precedentes en Argentina, pero la complicada situación económica del país está dificultando una temporada estival en la que los principales viajeros son los propios argentinos.
Las ciudades balnearias de la costa atlántica, en el este de la provincia de Buenos Aires, son los principales polos del turismo nacional argentino.
Hay para todos los gustos, desde las playas más exclusivas como Cariló o Pinamar, hasta Mar del Plata, la gran ciudad turística del país, que pasa el resto del año en relativa calma hasta la explosión turística de diciembre, enero y febrero.
En la primera quincena del año, una semana de vacaciones en Mar del Plata para una familia de dos adultos y dos hijos menores tuvo un coste mínimo de 860.380 pesos argentinos (unos 1.000 dólares estadounidenses, al tipo de cambio oficial actual), según un informe elaborado por el Instituto de Economía de la Universidad Argentina de la Empresa (UADE).
Alojamiento y transporte son los gastos más elevados para los argentinos que veranean en ‘La Feliz’, que en febrero celebrará el 150 aniversario de su fundación.
Para una familia tipo, siete noches en un apartamento turístico -la opción que cada vez prefieren más argentinos frente a los clásicos hoteles- supusieron 500.000 pesos (610 dólares) en la primera quincena de enero.
Por su parte, el transporte desde la capital argentina a los centros balnearios se elevó de media hasta los 208.000 pesos (253 dólares).
En línea con la galopante inflación del país, que el año pasado se situó en un 211,4 % interanual, los precios siguen subiendo en la costa argentina, cada vez más inaccesible para los salarios locales.
En Argentina, donde la pobreza supera el 40 %, el turismo se está convirtiendo en uno de esos «lujos inaccesibles» para la población.
Algunos turistas que se hospedan más allá de la capital del litoral también han tenido que replantearse sus vacaciones y cambiar de destino en el último momento.
En este sentido, los modos tradicionales de viaje se están viendo progresivamente sustituidos por el denominado turismo ‘gasolero’, con el que los usuarios buscan reducir al mínimo sus gastos, optando por consumir menos en establecimientos hosteleros.
El gobernador de la provincia de Buenos Aires, el peronista Axel Kicillof, reconoció días atrás en un acto celebrado en Mar Chiquita que «si bien en algunos destinos se mantiene la afluencia turística con respecto al año pasado, han caído fuertemente la ocupación, los niveles de gastos y la prolongación de las estadías».
Kicillof, férreo opositor a los ajustes del Ejecutivo de Javier Milei, consideró que «ya se observa el impacto de las políticas económicas del gobierno nacional» en el turismo.
En particular, las medidas desreguladoras de la economía incluidas en el decreto de necesidad y urgencia (DNU), en vigor desde el 29 de diciembre, también afectarán al sector turístico.
Con el decreto, el Gobierno propuso la liberalización del espacio aéreo -que permite el desembarco de más aerolíneas de bajo coste-; la eliminación del Registro de Agencias de Viajes y el fin de requisitos de habilitación para algunos profesionales del sector.
A cuatrocientos kilómetros de Mar del Plata, en Caminito, el epicentro del emblemático barrio de La Boca y uno de los puntos más turísticos de la ciudad de Buenos Aires, la mayor parte de los visitantes son extranjeros que llegan atraídos por sus bajos precios.
Giovanni viaja desde Países Bajos para aprender español, ha recorrido las provincias de Misiones, Corrientes y Santa Fe, y valora especialmente que Argentina sea un país «tan barato», aunque reconoce que la percepción de los locales es distinta a la suya.
«Se consiguen cosas muy cómodas dependiendo lo que une busque, ya sea comodidad, lujo o confort. Todo bastante asequible», considera a EFE Humberto, colombiano de visita en la capital.
Según los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec), la mayoría de extranjeros que ingresa en Argentina provienen de los vecinos Uruguay (22,3 %), Brasil (17 %) y Chile (16,8 %).
Lucio, encargado de una cervecería en Caminito, admite a EFE que una situación como la actual, con una brecha tan grande entre los turistas extranjeros y los locales, puede ser «injusta» para los argentinos.
Pero lo cierto es que los precios, que se han disparado en las últimas semanas, amilanan a algunos extranjeros a la hora de planear sus vacaciones.
«Algunos miran los precios en los carteles o pizarras de los restaurantes y se van», dicen los hosteleros.